VALENCIA. Hay varias películas sobre la idea de ser el último hombre sobre la Tierra tras el Apocalipsis nuclear o de cualquier otro tipo. La mejor sin duda es una que echaron durante un tiempo las autonómicas españolas en horarios canallas a modo de obsequios para el insomne.
Era una película neozelandesa de 1985, The Quiet Earth, aquí traducida como Último superviviente, lo que convertía la propuesta en una trampa, porque ese hombre no era el último, luego se encontraba con más, pero el director no tuvo la culpa de la traducción. Lo importante es que la primera mitad de la historia, con un hombre solo vagando por las calles haciendo lo que le venía en gana, con todo a su disposición tal cual lo había dejado la humanidad, estaba muy bien.
Es algo con lo que hemos fantaseado todos. Especialmente de niños, con la ilusión, por ejemplo, de disponer a gusto de los recreativos sin que nos robase nadie cinco duros o de las tiendas de golosinas en plan partidas extraordinarias del presupuesto de Defensa español.
En la nueva serie de Fox, The last man on Earth, la premisa, en los cuatro primeros capítulos que se han emitido, no traiciona el espíritu. Estamos ante el último hombre en el planeta, pero el último varón, que por ahora va conviviendo con las últimas mujeres a las que se va encontrando. Ha sobrevivido a una plaga desconocida en el año 2020, dentro de cuatro días como el que dice.
En cuanto a los momentos que el protagonista, el cómico Will Forte, está solo por el mundo, novedades ninguna. Es lo mismo de siempre. Va enloqueciendo conforme echa de menos el calor humano. Al principio sale viendo un DVD de la película Náufrago de Tom Hanks sobre el mito de Robinson y se parte de risa cuando ve que el protagonista e hace amigo de un balón de fútbol al que pinta cara y ojos. A los pocos días, él se ve en la misma situación y se hace una pandilla completa de borrachos de bar con pelotas de toda clase.
Luego el hombre se agencia un Rembrandt y lo estropea. Mezcla vinos de calidad simposio de candidatura de Madrid Olímpica con salsas raras americanas, o pasta de dientes, no lo recuerdo bien, y se va marcando chistecitos con cada escena. Como cuando coge el pijama de Hugh Hefner y dice que tiene "manchitas". Cafradas y escatología y no hay mucho más.
Es una oportunidad perdida en ese aspecto de haber podido mostrar otra actitud en una situación semejante. ¿Nos dedicaríamos todos a hacer el mongol nada más si dispusiéramos de todo absolutamente sin nadie alrededor? ¿Es el sueño de todo hombre jugar a los bolos en un parking, hacer chocar coches o bañarse en una piscina hinchable rellena de licores de alta graduación? Seguramente sí, pero como son chistes que ya están bastante trillados, aquí dejan un tanto frío. Y no será porque disponer de tantas cosas no ofrezca posibilidades precisamente.
Cuando luego el protagonista se encuentra a la primera mujer –a partir de aquí revelaré el contenido de los primeros episodios– tampoco podemos hablar de un guión de altos vuelos. La situación se convierte en una comedia romántica llena de tópicos y, además, de los peores: tópicos de género. La chica no para de hablar. Él, que tanto echaba de menos compañía, de repente se empacha con la turra que le da esta buena mujer.
No contentos con ello, también le empieza a exigir que mantenga un poco de orden y limpieza en la mansión que habita asilvestrado. Y le echa en cara que no tenga tiempo de arreglar el agua de la piscina en la que hace sus necesidades para que no se acumulen bajo la evocadora luz del sol de las cuatro de la tarde.
Efectivamente, ella trata de cambiarlo, de convertirlo en un hombre decente. Y de propina, cuando ya están en cierto equilibrio, quiere casarse. Otro topicazo de género. Parece una obra de teatro de guerra de sexos protagonizada por artistas televisivos en decadencia con las que se llenan las salas los fines de semana.
Aunque todo esto no quita que dentro de estas coordenadas uno pueda esbozar ciertas sonrisas. Especialmente cuando aparece la segunda mujer y el protagonista ya ha transigido y se ha casado con la anterior.
Es January Jones, la Betty de Mad Men. El tercer capítulo se cierra con ella saliendo de un coche anunciando, con su belleza, que van a saltar chispas y un triángulo amoroso problemático, válgame la redundancia. La primera mujer ya antes hasta estaba celosa de la anterior novia del náufrago, el maniquí de un escaparate.
Will Forte, el protagonista y creador de la serie, iba para broker de bolsa, como su padre, pero lo dejó todo para convertirse en comediante, que era su sueño. Comenzó trabajando para David Letterman e hizo carrera posteriormente en el Saturday Night Live. Se dice que fue uno de los responsables de que este espacio se fuera volviendo con los años más surrealista y de un humor cada vez más absurdo. Aunque recientemente ha protagonizado Nebraska, de Alexander Payne, que se llevó seis nominaciones a los Oscar y tenía un tono más dramático, aunque no dejara de ser una comedia.
La crítica no ha echado las campanas al vuelo precisamente con la serie. En el New York Times han escrito que no está mal pero que el espectador se queda con las ganas de que realmente fuese sobre el último hombre, el último ser humano, sobre la Tierra.
En España, en Zoomnews dicen que tenía un inicio prometedor pero que se ha ido deshinchando. Y en Vayatele, que aunque venga en cofre de excentricidad, está "muy lejos de ser una genialidad".
Pero el veredicto de esta casa es que la serie mola. Es una tontada, pero precisamente por eso se deja ver muy a gusto. Se pueden hacer muchas valoraciones de calidad, de originalidad, de todo, pero hay un momento en la vida del serieadicto que no engaña a nadie: las ganas de ver otro capítulo. Aquí existen. Como funciona a modo de enredo, como al fin y al cabo no es otra cosa que un culebrón, la rata de cloaca aburrida que todos llevamos dentro pide más. Así son las cosas en la tele.
Y al menos una buena noticia es que uno de los productores ejecutivos, Chris Miller, ha anunciado que no habrá zombies, que no es moco de pavo. Lo que no es descartable es que caigan en el otro topicazo postapocalíptico que es el de matarse unos a otros dado el cariz de guerra de sexos que ha tomado la serie. Como siempre, decir que tratándose de 22 minutos por capítulo, cuanta más indulgencia, más placer. Las posibilidades que ofrecería un Robinson en una sociedad capitalista vacía de humanos, con todo a su alcance, al contrario que el de Daniel Defoe, las dejamos para mejor ocasión.
Llevas razón. Gracias Nachopepe.
He estado buscando la película neozelandesa que comenta el artículo y ne temo que hay un error con el título original en inglés. Al parecer es esta: "The Quiet Earth" www.imdb.com/title/tt0089869/
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.