VALENCIA. Fueron los responsables de prensa Cinema Jove, con la periodista Mariví Martín al frente, los que descubrieron el local para muchos. Antes de la fiebre hípster, mucho antes de que la modernidad fuera norma y el gusto por la cultura exquisita una obligación, Mancini proponía un oasis, algo diferente, sin aspavientos ni esnobismos.
La filosofía del local, impulsada por Rafa y Mercedes, era clara: Querían una cafetería que fuera "como la música de Mr. Henry, bonita, elegante, con el estilo de un bar de los setenta y que reflejara ese easy way of life que también se respiraba, aunque fuera un espejismo, en la Valencia de entonces".
Con su decoración posmoderna con grandes fotos de aire setentero, sus referencias cinéfilas y detalles como disponer de prácticamente toda la prensa de papel para que se pudiera consultar, Mancini se convirtió en el lugar de encuentro no sólo del festival de cine, sino también por extensión de muchos cineastas y profesores de la Universitat de València.
Cierto es que su muro de la fama se alimentó al calor del certamen cinematográfico que dirige Rafael Maluenda. Gracias a Cinema Jove por las paredes de su mítico reservado pasaron un ganador del Óscar como Jirí Menzel, y un cineasta nominado como el mexicano Guillermo del Toro; Catherine Breillat y Caroline Leaf el mismo año; la pareja de realizadores uruguayos Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, antes de la desgraciada muerte del segundo; o Nicolas Winding Refn, quien relató como llegó a arruinarse y perdió más de un millón de dólares con su primera película en Estados Unidos, y lo contó delante de una Heineken, cuatro años antes de ser premiado en el Festival de Cannes con Drive.
Sea por la influencia de Cinema Jove, por el afecto que Rafa y su equipo consiguieron entre los trabajadores de la Filmoteca, por las amistades y conocidos comunes, el caso es que el Mancini se convirtió en uno de los puntos de encuentro habituales de la industria audiovisual en Valencia, casi tanto como la propia cafetería Rialto. Allí se celebraron fiestas por rodajes de cortometrajes y también allí se pudo ver comer a Mariano Barroso, o se filmaron secuencias del documental sobre los 25 años del grupo Doctor Divago que dirigió Rubén Soler Ferrer.
Con su menú, su medio menú y sus famosos bocadillos sanos, el Mancini se granjeó el cariño de esta clientela y durante más de doce años fue para muchos su cafetería favorita, su lugar preferido para comer, su sitio para cualquier tipo de reuniones. Pese a las constantes obras en la calle Moratín, pese a las reiteradas trabas burocráticas, el Mancini resistió más de una década como un fijo en el centro.
Pero finalmente sus dueños originales, cansados de las exigencias de la vida en la hostelería, de los problemas, de tener que pelear contra molinos de viento, decidieron ceder el testigo a principios del año pasado. Un mensaje en su muro de Facebook anunciaba a su clientela el cambio de propietario, que no de nombre. Desde el uno de febrero del año pasado Mancini pasó a ser propiedad de Segafredo Levante, y esa especie de Cheers que era el Manicni, ese espíritu, desapareció.
La nueva aventura del Mancini, encaminada más hacia la restauración pura y dura, alejada del espíritu bohemio que definía a la cafetería, fue la puntilla. Ahora, un año después, el Mancini vuelve a decir adiós. Este lunes, en plenas fiestas falleras, una de las épocas de más ingresos en la hostelería, el Mancini permanecía cerrado y un gran cartel anunciaba que el bajo estaba disponible. Es su segundo final. El primero ocurrió hace un año, cuando cambió de dueño, y fue realmente el definitivo.
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