VALENCIA. En esta casa adoramos la cadena británica Channel 4 por muchos motivos. Entre ellos, ‘The IT Crowd' (Los Informáticos) o ‘Garth Marenghi's Darkplace'. Dos series de lo más descacharrante que hemos visto en los últimos años. ‘The IT Crowd', de hecho, sitcom sobre tres pobres freaks, llegó antes que ‘The Big Bang Theory'. Y lo hizo con el toque británico inconfundible. Mientras que los protagonistas de la serie estadounidense son científicos con buenos trabajos en la universidad, los informáticos británicos son el soporte técnico de su curro, lo último de lo último en el escalafón.
Ahora Channel 4 ha estrenado a principios de este año otra comedia que trae nuevas sensaciones. Para empezar, porque no es solo una serie, son varias. Concretamente, tres. ‘Banana', ‘Cucumber' y ‘Tofu'. Son historias cruzadas. Los títulos hacen referencia a tres estados del pene, las fases de la erección. Cucumber, pepino, a cuando se encuentra como el granito. Banana es más humilde y Tofu apunta hacia abajo. Jerga británica.
El creador es Russell T Davies, conocido por la versión contemporánea de ‘Doctor Who', que decían fuentes acreditadas que enganchaba más que la heroína, y por ‘Queer as folk', un culebrón gay que transcurría en Manchester y que tuvo su remake americano, en el que él también participó, que fue mucho más exitoso y tiene cinco temporadas.
En esta ocasión, nosotros empezamos por ‘Banana' "in no particular order" como dicen por ahí arriba; no porque sea el estado del pene que más nos estimule. La serie es moderna, en el sentido en que su ritmo es trepidante, sus capítulos cortos, con mucha banda sonora y, sobre todo, con mucha procacidad. Se habla de sexo sin tabúes y hete ahí uno de sus logros.
Por ejemplo, no estamos acostumbrados a ver en televisión una serie en la que aparezca una familia desayunando y que el diálogo sea:
Padre: No hables de sexo en la mesa.
Hijo: Mi hermana siempre puede hablar de sexo.
Padre: Pero ella no dice que se le han corrido en la cara.
El protagonista es un joven negro gay de 19 años que vive a la buena de dios, pero su familia está bien situada. El primer capítulo comienza con él comiéndose un plátano en el autobús, echándole unas miraditas a otro viajero rompiendo a follar ambos inmediatamente en casa de uno. Después inician un romance, le detectan al otro una enfermedad mortal y fallece en brazos del protagonista. Parece una introducción a la historia pero solo es una imaginación en un viajecito de bus, como la que puede tener cualquiera con el que se sienta enfrente.
Luego viene el toque surrealista. Resulta que el prota se va al trabajo, donde reparte el correo, y le muestra a las compañeras su cinturón de castidad para controlarse con el sexo. Pero en cuanto le suena el Grindr, la aplicación de móvil gay para encuentros sexuales que está de moda, abre el cacharro con una sierra y se va a la faena. En la cita descubrimos otro rasgo de su carácter, es eyaculador precoz. Solo es capaz de durar treinta segundos y en la cama solo se defiende, esto ya lo vemos después, cuando recibe por detrás. Igual es demasiada información para capítulos de veinte minutos escasos pero, oye, uno se queda con ganas de más.
En el segundo capítulo, la chica que le ha serrado el cinturón de castidad a su compañero protagoniza la entrega. En su caso es lesbiana. Lleva una vida de niña proletaria de Dickens, trabajando todos los días de la semana en varios curros distintos, su madre está enferma y ella está a su cargo. Quien sabe si llevada por el vacío existencial, se termina enamorando de una cliente del supermercado de 42 años.
Se decide a acosarla, espiarla en la puerta de su casa y se las arregla para conseguir su teléfono y llamarla cuando puede por las noches. Escuchar su voz es lo mejor que le pasa cada día. Claro que al otro lado del acoso, esta mujer está muerta de miedo, pensando que tiene detrás a una banda de delincuentes juveniles. Un día se produce el encuentro, con el marido de por medio, y tienen una gran discusión.
Aclaradas las primeras preguntas, cuando ven que no es peligrosa, la protagonista cede y explica que no está espiando para robar la casa, que está enamorada de la mujer, que es la cosa más bella que ha visto en su vida. Cómo pones eso cómo excusa, cómo va a ser ella lo suficientemente guapa como para llevarte a hacer todo esto, dice el marido incrédulo. Pero es que sí. Y la mujer lo nota.
Después quedan a escondidas y le admite a la protagonista lo que ha sentido: lo que me has dicho tú es lo más bonito que me han dicho en muchos años. Gracias al acoso, termina descubriendo lo aburrido que ha llegado a ser su matrimonio. Omitimos el desenlace del capítulo para que ustedes lo vean y se deleiten en casa.
Muy almodovariano todo, pero en píldoras, no en películas de hora y media o dos. Y con banda sonora y escenas a cámara lenta propias de Anatomía de Grey, más que del manchego y sus boleros. En ‘Banana' las historias, aunque guarden relación entre sí, son independientes. El culebrón es ‘Cucumber', que ya analizaremos próximamente, sobre un hombre de cuarenta años cuya vida se va al garete y se relaciona con estos jovenzuelos.
El lugar elegido para las historias es Manchester. Según se ha publicado en las notas de prensa de la serie, porque se quería que la ciudad no fuese tan típica como Londres, sino una que no asfixiase tanto a sus protagonistas. En la reseña que hizo The Guardian el crítico hablaba de que la serie muestra dos mundos contrapuestos: el de los jóvenes, que lo tienen todo, al excepción de dinero, y el de los más mayores, que tienen pelas pero están amargados.
Es interesante porque es cierto. Hay muchas menos ataduras morales en la actualidad para que un joven pueda ser lo que le dé la gana, en lo que a tendencias sexuales se refiere, y encima tiene gracias a las nuevas tecnologías las posibilidades de relacionarse con quien mejor se adapte a sus deseos. Pero, y aquí viene la faena, fuera -en lo que viene siendo la vida- le esperan trabajos precarios. Y están en Inglaterra, que aún queda algo para los jóvenes, aunque sea de reponedores. 16% de paro juvenil frente al 50% español.
La vieja generación se pudo buscar mejor la vida, pero para satisfacer su sexualidad o encontrar almas gemelas, dependía o de la casualidad o de los bares en los que se metía. Vivía, al fin y al cabo, más atado a un entorno que no había podido elegir. Todo eso ha cambiado y en cierto sentido los que vienen detrás son más libres y felices, aunque más pobres. Y eso que la pobreza cercena considerablemente las libertades. Pero así es como se plantea este nuevo siglo. Con paradojas agridulces.
Cucumber en la jerga dragodiana (del Maestro Dragó) es 'dura y con brillo'.
Pues si me dan a escoger, me quedo con la generación anterior. Quien quería follar follaba igual, aunque no estuviera reconocido y la sociedad fuera hipócrita en ese sentido. Y todo el mundo tenía la posibilidad de progresar, tener un sitio donde vivir sin que te echen de él, comprarte un coche, tener un par de críos... Ahora todo eso es un lujo inalcanzable para una mayoría cada vez mayor. A saber cómo está el patio dentro de 30 años.
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