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AL SON DE VALENCIA

La vida en un país extranjero: la música de Valencia para emigrantes

JORGE SALAS. 05/02/2015

VALENCIA. Muchas veces, el sentimiento de excepcionalidad individual se puede extrapolar de forma equívoca al colectivo. No somos tan especiales; que la vida es un país extranjero ya lo dijo el mismo Jack Kerouac a mediados del siglo pasado. Y sesenta años después, seguimos más o menos igual, donde más o menos es el eufemismo antiavalanchas de exactamente. Hijo de inmigrantes canadienses en Estados Unidos, Kerouac demostró en sus viajes a lo largo y ancho de Norteamérica que no es necesario salir del país natal para encontrarse fuera de lugar. Por lo tanto, con un sencillo ejercicio de conciencia solidaria uno puede llegar a imaginar lo que es, de hecho, estar fuera de (tu) lugar de verdad.

"Los efectos de la separación del entorno social y cultural repercuten en el estado psicológico y somático de las personas que emigran", recoge Andrés Tornos en su libro ‘Los peruanos que vienen a Madrid' (Universidad Pontificia de Comillas, 1997). Quizá la más obvia de las consecuencias del desarraigo forzoso del inmigrante. Y ahí es precisamente donde entra en juego la música en su estado más esencial como elemento integrador del extranjero en la colectividad. "La música es una de las vías para lograr el desarrollo de las correctas relaciones interpersonales, posibilitando la formación del colectivismo", remata el profesor de la UCLM Santiago Pérez Aldeguer (‘El ritmo: una herramienta para la integración social').

En este sentido, Valencia debería de ser un paraíso de integración, un we are the world, we are the children a gran escala. En su artículo publicado el pasado verano en el New York Times y titulado Valencia's Newest Sounds of Music (http://www.valenciaplaza.com/ver/133962/the-new-york-times-valencia-musica.html), Valerie Gladstone hablaba de la ciudad como un "nexo de culturas africanas, occidentales, hispánicas y sudamericanas", cuyas "tradiciones musicales se mezclan con las locales". Barriendo para casa, Gladstone explicaba el papel del Berklee College of Music en la efervescencia multicultural de la ciudad y citaba las palabras del decano de la institución: "lo que pasa aquí es lo que está por venir musicalmente hablando, la zona tiene una población completamente musical".

En el texto se hablaba del circuito valenciano de clubes de música en directo; citados aparecían Jimmy Glass Bar y el Café Mercedes, y también Radio City, Murnau y Bigornia. Pero el artículo del New York Times no bajaba al barro integrador de verdad: el del circuito, por ejemplo, de clubes y salas de baile que programan géneros predominantemente latinoamericanos y que cuentan con una enorme afluencia de ciudadanos del otro lado del charco. La labor integradora de esos locales, que cada vez más registran una mayor presencia de público nacional, es a día de hoy indiscutible.

DISCOTECAS LATINAS: LOCALES Y EXTRANJEROS, EN SU SALSA

La Discoteca K-Ché, Salseando, Noches de Salsa, las viejotecas colombianas de Salomé (antigua Roxy) o incluso academias de baile como La Cultural Tango Valencia configuran el gran consulado latinoamericano en Valencia. La mezcla de procedencias entre los clientes, sudamericanos y locales, posibilita descartar dos de las reacciones radicales del extranjero de las que habla Christian Lechervy en ‘El estado del mundo' (1997): el encierro y el refinamiento. En el primero, "tienden al encierro, utilizando como autoterapia el reforzar lazos con gente de sus países para sentirse más cerca de su tierra, conllevando ello al aislamiento de forma grupal y no facilitando su integración en la nueva sociedad"; en el segundo, optan por "la adquisición de hábitos y costumbres de la sociedad receptora, sin presentar mayor resistencia, asimilando e intentando desterrar todo lo que les vincule con su país de origen".

Lo que verdaderamente posibilita el ascenso de las discotecas de salsa y otros géneros latinos en la agenda social de la población local es una integración cercana a la ideal. "Hay grupos que realizan una verdadera integración, valorando y cultivando los aspectos positivos de su propia cultura y adquiriendo un conocimiento de la cultura del país receptor", dice Lechervy. "En general, te sentirás cómodo, pero no es de extrañar que te miren los clientes si no eres sudamericano", comenta un usuario de Yelp.es en la ficha de la discoteca Rumores: "cuando entré yo, el segurata me advirtió de cuál era el ambiente, como extrañado de que quisiese entrar... pero no quedó más que en una anécdota", termina.

EL SÍNDROME DE ULISES Y OUSMANE

Por supuesto, la realidad casi nunca responde a la teoría con precisión. El síndrome de Ulises es un cuadro intenso de estrés múltiple que padecen entre el 2% y el 15% de los inmigrantes que recurren a los servicios de salud mental en España. Joseba Achotegui, psiquiatra del Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) que acuñó el término inspirado en La Odisea de Homero, habla de la "ruptura del instinto del apego", la "desesperanza por el fracaso del proyecto migratorio y la ausencia de oportunidades", la "lucha por la supervivencia" y "el miedo" como principales estresores en los emigrantes.

Durante los primeros meses, que se acabaron uniendo para formar algo más de un año, Ousmane padeció conatos del síndrome de Ulises. Senegalés rondando la treintena con nombre de director y escritor compatriota, recuerda con alivio en su gesto cómo fueron sus primeros encuentros con la música y lejos de su refugio familiar. "Las primeras noches fueron muy intensas", explica mientras cuenta su experiencia en la discoteca Fusión-Makassi. A pesar de ser mucho más del mbalax, la música de su Senegal natal, que del makassi, reconoce que aquellas noches le sirvieron para ganar en confianza. "Llegas a un país nuevo sin conocer a nadie más que a gente que, como tú, extranjera, y lo primero que haces es protegerte en el grupo".

"En aquel momento lo que más necesitaba era sentirme como en mi país, y allí lo pasaba bien rodeado de gente que necesitaba lo mismo que yo", asegura Ousmane, que reconoce que amigos africanos le han hablado muy bien del Origen Dance Club del barrio de Patraix. Ahora confirma que ha dejado atrás esa época en la que por aquel entonces era la discoteca africana por excelencia de Valencia, y frecuenta otros lugares como Radio City. "También me gustaría volver al Rototom", termina.

LA MÚSICA COMO INSTRUMENTO INTEGRADOR

"Una vez más, todo el problema consistía en matar el tiempo; a partir del instante en que aprendí a recordar, concluí por no aburrirme en absoluto". El nihilismo galopante del extranjero de Albert Camus bien podría retratar el deambular vital de un emigrante; más dado al recuerdo para sentirse arraigado a sus orígenes que para pasar el tiempo hasta que le llegue el final. En este caso, Ousmane no es Meursault, ni mucho menos, y uno de los detonadores de su recuerdo es la música. "Poder estar en la calle o en algún club y que suene música como el makossa o el mbalax hace que te sientas menos extranjero por un rato", cuenta Ousmane, fan declarado de Youssou N'Dour.

Valencia ofrece un abanico importante de la mal llamada música del mundo, con elementos más escondidos que otros, más comerciales que otros. Pero no dejan de ser elementos que se antojan fundamentales para la convivencia multiétnica y pluricultural. La vida ya es un país extranjero, por lo que no hay razón para buscar el tirabuzón social de los que, en efecto, viven en un país extranjero. Más bien todo lo contrario. Quizá la mejor conclusión es la de José Antonio Abreu, fundador del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela: "la música es un instrumento irremplazable para unir a las personas".

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