VALENCIA. No se estrenará hasta el otoño, pero la quinta temporada de The Walking Dead ya es una realidad. De hecho, el productor de la exitosa serie de la cadena americana AMC, David Alpert, anunció recientemente que tiene planificada hasta la décima temporada, y que confía en llegar a completar incluso dos más. La última palabra, como siempre, la tendrá la audiencia (si los índices bajan, toda esa planificación será papel mojado), pero parece evidente que los muertos vivientes mantienen el tirón entre el público. No es de extrañar, teniendo en cuenta que las películas sobre zombis siempre han gozado de una gran popularidad, acentuada en épocas de crisis como la que atraviesa el mundo actualmente.
El mito zombi tiene su origen en Haití, donde desde principios del Siglo XX abundan las historias de personas que han muerto, han sido enterradas y han reaparecido, a veces años más tarde, como cadáveres que andan. La escritora americana Zora Hurston relató en 1938 el caso de una joven de la alta sociedad haitiana fallecida en 1909 y reaparecida cinco años después. Y otro escritor, William H. Seabrook, quedó impresionado cuando viajó a la isla para investigar el vudú, una combinación de creencias africanas y católicas condimentadas con prácticas tradicionales del ocultismo europeo, que se inició con la llegada de los esclavos africanos. La superstición juega un papel fundamental en el reverso oscuro del vudú: la magia negra, utilizada según la tradición por algunos brujos (los tonton macoutes) para dominar a personas en estado de trance, un coma que anula la voluntad y convierte a la víctima en un muerto viviente.
La primera película que abordó el tema fue La legión de los hombres sin alma (White Zombie, Victor Halperin, 1932), una producción de serie B con Bela Lugosi en el papel de malvado brujo creador de zombis a su servicio. Más allá de su fidelidad a los rasgos definitorios del culto vudú y la mitología afrocaribeña, la cinta destaca porque ya presenta al muerto viviente como fuerza de trabajo, una mano de obra barata, sacrificable en caso de accidente laboral y que no plantea problema alguno al patrón. El trabajador ideal en la sociedad capitalista perfecta. Unos años más tarde, el maestro Jacques Tourneur rodaría el mejor título sobre el muerto viviente caribeño, Yo anduve con un zombie (I Walked With A Zombie, 1943), un film de atmósfera fascinante y turbio romanticismo (el guión se inspira parcialmente en Jane Eyre, de Charlotte Brontë) convertido en un clásico.
EL ZOMBI MODERNO
Inspirado en el zombi haitiano, pero también en los seres amenazantes de El último hombre sobre la Tierra (The Last Man On Earth, Sidney Salkow, 1964), la excelente adaptación de la novela Soy Leyenda (Richard Matheson) protagonizada por Vincent Price, el director George A. Romero crearía en 1968 al zombi moderno. Su película La noche de los muertos vivientes (Night Of The Living Dead) no solo revolucionó el género de terror, sino que perfiló al cadáver andante tal como todavía lo conocemos actualmente y lo convirtió en metáfora perfecta para entender la complejidad de la sociedad postmoderna. Aunque no era el objetivo del director, el film suscitó numerosas interpretaciones a partir de su mirada sobre la familia y los medios de comunicación o su elección de un protagonista afroamericano, en una época de convulsos conflictos raciales en Estados Unidos.
No obstante, la idea de la película que más impactó fue también la más obvia: La imagen de una América, y por extensión, una sociedad occidental, que se devora a sí misma. Más de cuarenta años después, la fundacional cinta de Romero sigue siendo objeto de análisis como el que propuso Jorge Fernández Gonzalo en "Filosofía zombi", un texto que quedó finalista del Premio Anagrama de Ensayo en 2011 y que "urde un original análisis sobre las sociedades de control y las tecnologías de mediación que nos separan del acontecimiento de lo real". Fernández Gonzalo plantea que el zombi "representa una no-construcción en el otro, esa falta de otredad a que se encamina el sujeto de las sociedades tardocapitalistas", y para sustentar su teoría repasa una por una las sucesivas películas de Romero protagonizadas por zombis. Porque, evidentemente, el éxito de La noche de los muertos vivientes provocó el rodaje de varias secuelas.
La primera de ellas llegó en 1978. Cuando rodó Zombi (Dawn Of The Dead), el cineasta era mucho más consciente del poder alegórico del muerto viviente, y planteó el film como una crítica irónica y directa de la obsesión materialista, la fiebre consumista y la irracionalidad de la conducta humana. De ahí que localizara la mayoría de la acción en un centro comercial. Años más tarde, El día de los muertos (Day Of The Dead, 1985) completaría una hipotética trilogía que marcó la pauta a seguir por cualquier director que se aproximara al género, y que el propio Romero prolongaría con nuevas entregas: La tierra de los muertos vivientes (Land Of The Dead, 2005), Diary Of The Dead (2007) y Survival Of The Dead (2009), donde adapta su propuesta crítica a la sociedad 2.0.
VEDA ABIERTA
La popularidad de los zombis les ha convertido en recurso habitual en producciones de toda índole. Desde la parodia hasta la teleserie, el muerto viviente se ha convertido en un personaje recurrente, especialmente a partir de la aparición de una variante de gran éxito: El infectado o contaminado. En realidad, no son zombis, pero se comportan como tales. Con la salvedad de que, frente a los movimientos torpes que caracterizan a los resucitados clásicos, los nuevos corren que se las pelan. Son "vivos cuyo estado cambia debido a una alteración psicológica motivada por un efecto contaminante externo, que se transforman en locos asesinos con ganas incluso de devorar a los seres humanos que se encuentran en su ruta", tal como define a la perfección Ángel Gómez Rivero en su completo estudio "El cine zombi" (Calamar Ediciones, 2009).
El caso paradigmático, que de hecho desató una nueva fiebre zombi, es el de 28 días después (28 Days Later, Danny Boyle, 2002), inteligente puesta al día de algunas claves desarrolladas por Romero, línea en la que también se inscribe Guerra Mundial Z (World War Z, Marc Forster, 2013), aunque resulta complicado hacer grandes aportaciones al género. Tal como se planteaba Carlos Rehermann en su artículo "Metáforas involuntarias", el genero de los muertos vivientes "no admite demasiadas variaciones. Se trata de una plaga final, que ataca hasta exterminar a la especie humana. ¿Cuántas variantes es posible imaginar? A juzgar por las películas producidas hasta ahora, muy pocas". Lo cual no quita para valorar muy positivamente remakes tan interesantes como Amanecer de los muertos (Dawn Of The Dead, Zack Snyder, 2004).
Una de las excepciones a la regla es la francesa Les revenants (2004), debut en la dirección del guionista Robin Campillo (El empleo del tiempo, La clase), que en lugar de poblar la pantalla de zombis descerebrados y sedientos de sangre se plantea qué ocurriría si los resucitados no se comportaran de manera agresiva y hubiera que reintegrarlos en una sociedad que debería gestionar el regreso de sus seres queridos a diversos niveles (emocional, laboral). Una idea brillante que incluso ha dado origen a una serie homónima, en antena desde 2012.
Sin abandonar la pequeña pantalla, desde Gran Bretaña llegó en 2008 Dead Set, una potente miniserie que ironizaba sobre la sociedad del espectáculo convirtiendo a los aislados protagonistas del reality show Gran Hermano en únicos supervivientes de una plaga zombi, demostrando que siempre es posible dar una nueva vuelta de tuerca más a cualquier temática y que los muertos vivientes son la mejor metáfora posible para articular reflexiones en torno al hombre del Siglo XXI.
Siempre ha habido zombis... De hecho, pueden verlos con su característico caminar ausente (hoy día con la cabeza gacha mirando una pantallita) como si cada uno fuese el único usuario de la acera en cualquier ciudad grande o pequeña, sobre todo en las grandes, claro. Caminar por cualquier calle céntrica de Madrid o Valencia es una pura inmersión en walking dead.
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