VALENCIA. No se necesita rascar demasiado para que salten los plomos y los admiradores de la Rosita Amores icono aparezcan y se declaren culpables; culpables de profesar una fe ciertamente sorprendente. Ella, vedette artesana de la insinuación, sito en su cuerpo su atelier, despeja asumiendo: "pues si soy un mito, pues soy un mito". La mitomanía hacia Amores es un trazo sociológico de nosotros los valencianos. La cierta desmesura, la aproximación hacia la coentor y la escandalera, capaz de constituir a una artista de siempre en monumento vivo, volumétrico, bruñido al gusto.
Consulto a uno de los teólogos de la fe en Amores, el guionista César Sabater, para que me explique por qué todavía hoy, a pesar de que caducaron los espectáculos de revista y las vedettes cayeron en el pozo de las profesiones a extinguir, ella nos sobrevuela.
–¿Por qué, Sabater?
–Porque Rosita es la respuesta luminosa a la hambruna de postguerra, a lo oscuro del franquismo. Ella es luz de cabaret, carne felizmente desbordada, es como probar el caldo hirviendo de una paella de bogavante. Te quemas los labios, pero te gusta. Repetirías. Es el exceso bien entendido. Si fuera italiana hubiera sido musa de Fellini, ese amante de todo lo excesivo. En un mundo justo, el papel de la estanquera de Amarcord debería haber sido para ella.
Escribió Sabater en la revista Lletraferit que el Alkázar, el teatro despampanado por Amores, era la "puerta hacia el infierno". "Todos queríamos a Rosita Amores", sentenció Ferran Torrent en El Temps hace ahora 29 años. "Pudimos rememorar viejas melodías que antes escuchábamos atemorizados por el resquicio de la puerta, sólo un instante: hasta que la castidad eclesiástica o la rigidez paterna nos enviaba a casa".
El hito Rosita Amores, abstraída ella por un momento de la sicalipsis, coge el móvil después de saltar el buzón de voz una y otra vez. Va al volante pertrechada de frenesí diario. "Me levanto a las 6, a las 6.15 desayuno junto a mi hija y mi yerno, después me arreglo y me voy al despacho". Gestiona recursos para actores jubilados. "Esperamos subvenciones porque si no no se puede hacer nada". Destina buena parte de su tiempo y sus manos a dar soporte al banco de alimentos. "Cuando puedo, voy y ayudo. Cuando no puedo, también". Después, todavía se engalana pasados los 75 para subir a los escenarios como si fuera el mejor de los inventos pop, rayano la cultura trash, impactando a los incautos que jamás se cruzaron con su efigie.
Otro día, a la calma, Rosita Amores se dispone a responder tras amenazar con no decir nada:
–Lo quiero contar en un libro.
–¿El oficio de vedette es difícil?
–Para mí no hay nada difícil en eso porque el escenario es mi casa. Llevo desde los 10 años actuando.
–¿Qué había que tener para ser buena vedette?
–Para ser buena hay que ser buena artista, yo comencé bailando español, cantando. Ahora la mayoría salen y se ponen a enseñar carne. No, error. Antes había que preparse en baile, en canto, y después ya, enseñar.
–¿Quién tenía más problemas con la censura franquista, tú o la censura?
–Con la censura he tenido problemas, muchos problemas. Pero los problemas principales los tenían los censores. Cuando venían me ponía recta como un palo, me tapaba. Y cuando se iban, me lo quitaba. Si me tachaban palabras de las letras de las canciones, me inventaba otras que dijeran lo mismo o peor.
–¿Qué era el Alkázar?
–Hizo que me conociera todo el mundo. Ahí es donde me hice mito, si es verdad eso de que soy un mito.
–En compañía de El Titi.
–El Titi sí era mito entre mitos, arrastraba masas, aunque fuera de aquí no lo conocían.
–¿Se ha perdido la insinuación?
–Ahora son más exhibicionistas que entonces, antes se escondía más
–¿Qué añoras de aquella Valencia?
–Me gustaría que hubiera más teatros, hacer espectáculos de variedades. Yo llegaba a hacer tres diarios. ¿Por qué se han cerrado tantos teatros?, ¿por qué? ¿Qué están haciendo en el teatro El Musical?
Musa circunstancial de Bigas Luna y Mariscal, esta profesional de los escenarios, dinamita para la escrupulosidad pero también cómodo fetiche folclórico para los que años antes la censuraban, elemento distendido del imaginario, Rosita Amores reactiva su vigencia gracias a la foto gigante que a modo de altar ha levantado el fotógrafo Luis Montolio en la calle Corretgeria de Valencia. La foto de Amores sobre una paella. Esa. Pagada por un mecenas con el objeto de seguir convirtiendo el Carmen en el museo de sus propias figuras (la próxima foto, la de un abogado en entorno Matrix, estará cerca de la Plaza de la Reina).
En el día de los hechos Rosita Amores fue conducida hasta las inmediaciones de la paella rotonda de Benicàssim. "La paella rotonda, casi un OVNI, era el escenario perfecto para fotografiarla", explica Montolio. "La subí a metro y medio y llena de vitalidad se puso a cantar la canción Dame menta". "Pasamos -explica ahora ella- las de San Amaro. Hacia mucha calor. Los coches circulaban por la rotonda y empezaron a pararse. No sé cómo no se chocaron. Fue muy bonito".
"De izquierdas, de derechas, punks, gays... Amiga de Lerma, de Zaplana, de Camps. A ella todos la quieren ", determina Montolio. "Cante o no cante, hable o no hable, me aplauden", fulmina Amores.
Descender sobre el personaje supone hallar a Rosita Amores en los 50 viviendo en una habitación alquilada junto a su madre. Y con ella al lado, a los 10 años, saltando a los escenarios a pesar de la prohibición del juez de Nules. Rodeada de episodios entre la leyenda y la verdad, como aquel teatro tan atiborrado de hombres ante la aparición de Amores que se hundió aplastando a un caballero. La ubicación se modificó en el parte del deceso.
En los 80 se casó en un puerto de Yugoslavia con un capitán mercante italiano, quiso bajarse del ruedo, abrió en Cullera el restaurante El Italiano, quiso someterse a una reducción de senos. Pero volvió a los escenarios, recogida por Joan Monleon y Merxe Banyuls. Hasta ahora.
Paso consulta al autor teatral Juli Disla. La dirigió en un espectáculo -en El Musical- que representaba su vida en la Valencia de los 60. "Rosita Amores es el icono camp valenciano", define. "Representa una de las épocas más interesantes de nuestra ciudad, cuando se entremezclaban el gris y la oscuridad del franquismo con las ganas y las ilusiones por cambiar las cosas. A pesar de que algunos se la han querido apropiar, Rosita Amores no es de unos ni de otros: ella es de todos".
No está circunscrita a las tendencias artísticas del momento ni coincide con los cánones del hoy. Podría haber quedado olvidada en el cajón del tiempo. Sin embargo es un hito visceral que inesperadamente, sin explicación científica, todavía sobrevuela Valencia.
Los lectores nos consideraremos muy reconocidos el que nos tengan informados puntualmente de los pasos que se estan efectuando por parte de los postores que tienen la intención de comprar al Valencia C. de F. Estamos muy ilusionados que las gestiones puedan llegar a buen puerto para el bien de nuestro emblemático equipo e igualmente para su entusiasta afición. Cordialmente. Miguel Sanchis Bruno " Miguelo ".
Es una auténtica lástima que Valencia que es la tercera capital de España, de la noche a la mañana se haya quedado sin unos estudios de televisión. Los valencianos no perdemos las esperanzas de que el edificio de los antiguos estudios de Canal 9 que están dotados de maquinaria y equipos para poder lanzar programas al aire, de un día para otro, es por ello que nos agradaría que alguna empresa española o bien extranjera pudiera adquirir dichas instalaciones formando una Sociedad para retomar los diversos programas que hasta escaso tiempo veniamos disfrutando la totalidad de telespectadores de La Comunidad Valenciana. ¡ Ojalá que reabrir sus puertas aunque con nombre distinto sea una realidad inmediata. ¿ Saben Vds. si se están haciendo gestiones en dicho sentido ?. Reciban por antivipado mi reconocimiento, haciendo propicia la ocasión para saludarles muy cordialmente.
Desearía recabar la siguiente información: ¿ El diario digital culturplaza. com, tiene previsto en un futuro no muy lejano contar con una sección de " Cartas al Director " ?.
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