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RELEVO GENERACIONAL

Mamá, ¡he abierto una librería!: el triunfo de una nueva generación de libreros

VICENT MOLINS. 28/12/2013 Hace poco que cumplieron treinta años, pero ya son libreros reconocidos de la ciudad. Rendimos visita a Bartleby, Rafael Solaz y Dadá. Jóvenes aunque sobradamente preparados para renovar librerías.

VALENCIA. Luci Romero y David Brieva tienen 33 años, se hicieron amigos porque compartían participación en un programa de radio. Como una cosa lleva a la otra, terminaron abriendo una librería en la calle Cádiz que late poderosa y se llama Bartleby. Inma Pérez tiene 32 años, quería ser ratón de hemeroteca y pasarse las horas investigando, pero entró en la librería Dadá, satélite del MuVIM, se la quedó, y ahora las horas se las pasa de tête-à-tête con consumidores de libros modernos. Rafael Solaz tiene 35 años (los cumplió el 25 de diciembre) y justo el día después de hacer los 18 abrió colindando con la Plaza del Ayuntamiento uno de los lugares de libros antiguos más especiales del país, que se llama como él.

Son miembros de la generación que fue teen en los 90. Se han pasado por el arco del triunfo los malos vaticinios, los pésimos datos y el augurio de derrumbamiento del sector. Venden libros, aunque renovando las maneras clásicas. Unos han ido más allá de la venta para convertir su tienda en un garito de celebración cultural; los otros se han dado a la especialización. Comparten arrebato, se quejan poco y aman lo que hacen.

–Parece un chiste: somos una cordobesa y un gijonés abriendo una librería en Valencia.

David Brieva, el asturiano, se carcajea en medio de la Bartleby, después de llegar del banco. Son inmigrantes a los que les gusta su ciudad de destino. Cuando he entrado esperaba encontrarme (será la costumbre...) a dos tipos que se quejumbraran bastante y se lamentaran al grito de 'està tot molt mal'. Pero no es el caso. Están entusiasmados porque el invento que se sacaron de la manga deprisa y corriendo ("en enero nos pusimos a ver si era viable") les funciona ("de momento lo es").

Luci Romero pide por teléfono que le traigan bolsas. "No me queda ni una". Entran clientes y cuando van a preguntar ella está a su lado, sin que se note. Es la culpable del nombre: 'Bartleby', el título del relato de Melville en el que un contumaz y alienado miembro de un bufete de abogados contestará a cada requerimiento con la frase: "Preferiría no hacerlo".

–Es contradictorio porque nosotros sin embargo preferimos hacerlo y cuanto antes mejor -explica Romero.

–Hacerlo y hacerlo todo los días -refuerza Brieva.

Treintañeros libreros. ¿Esto se ve bien en la familia?

–Mis padres –habla ella –me dijeron: "¿estás loca?". Y nos lo siguien diciendo. Nos preguntan si va bien.

–Va bien, padre, va bien –responde, él.

–El concepto clásico de librería es entendible que parezca una locura –razona Luci–. Porque el modelo tradicional no puede pervivir así sin más. No queríamos que fuera una librería en la que entras, el librero te recomienda un libro, compras y te vas.

–Tienes que seguir manteniendo tu espacio como prescriptor, un sitio al que la gente, a diferencia de las grandes superficies, acuda para que le aconsejen, para hablar de libros. Pero no sólo eso. Aportamos la posibilidad de ir más allá, de generar muchas actividades añadidas que complementen el interés literario y que nos hagan ser un pulmón cultural –argumenta David.

En pocos meses son una demarcación propicia para montar algarabías culturetas por una sencilla razón: en lugar de esperar detrás del mostrador, traen a los vecinos a ritmo de festejo.

Tenemos habitualmente cuatro actividades a la semana. Somos capaces de presentar cualquier cosa, desde el fanzine más suburbial hasta la cosa más intelectual.

Uno de los últimos invitados fue Joaquín Reyes. "La tenéis muy bonita", les dijo el otro día la celebrity manchega al traspasar la puerta.

–Ver cómo la librería se llena en varias de esas citas te saca una sonrisa de oreja a oreja y te dice: pues esto funciona, no está muriendo la cultura en este país.

Luci Romero lo celebra sentada en un taburete justo delante de un estante con botellas de vino, que se estrenan cuando el cliente intima lo suficiente con el espacio.

–¿Qué libros me recomendáis?

Barrio lejano y El gourmet solitario de Jirō Taniguchi –ofrece David Brieva, el de los cómics.

Canadá, de Richard Ford, y Nostalgia, de Mircea Cartarescu –sugiere Luci Romero, la de la narrativa contemporánea.

Salgo hacia otra cita. Tras desandar la calle Cádiz hasta la de Xàtiva, doblar por la Plaza del Ayuntamiento y entrar por la de San Fernando, está esperando Rafael Solaz, propietario de una librería de incunables y ejemplares antiguos. Quien no la conoce se está perdiendo una de las atracciones románticas de la 'ciutat'.

También espera Blanca, la gata:

–La gata –con fanpage en Facebook –es mi mejor compañera, lleva desde que empecé, la gente viene a buscarla. Es posible que ella haya captado a más clientes que yo.

Rafa Solaz se carga cualquier estereotipo en torno a un librero anticuario. Es joven, va con jeans y una cazadora más propia de un deportista en zona mixta. Normalmente uno se espera a la mayoría de edad para permitirse ciertas licencias, pero este hombre lo hizo para abrir una cálida guarida de libros.

–Sí, el primer día que tuve 18 años abrí mi librería. Siempre he tenido un handicap, porque iba a hacer negocios con esas edades y claro, se tenían que fiar de una persona muy joven que quizá no se correspondía con la imagen tradicional.

Es tan buen anfitrión como el mejor metre. Ha recibido a coleccionistas ávidos de libros antiquísimos, consumidores de alta bibliofilia; a curiosos, como Jaime de Marichalar, que llegó para buscar documentos sobre su familia (sí, Solaz, no me he podido resistir); viaja a La Habana y a Francia para encontrar piezas valiosas con las que agasajar a sus clientes; va a subastas; se persona ante familias dispuestas a vender la herencia bibliotecaria del abuelo.

Un asunto, el de los libros históricos, que en ocasiones se convierte en más que un gusto. Atiende:

–Una vez un cliente vio unos libros que acababa de vender, y se me arrollidó en el suelo para pedirme que, por lo que más quisiera, le dijera al comprador que me los habían robado, que se los vendiera a él. Era un ejemplar del siglo XIX sobre plantas. Lloraba arrodillado. Pero no se los pude vender porque ya los había vendido. Tardó muchos años en volver.

Las obras más caras rondan los 20 mil euros. Incunables de 1492, libros de brujería del XVI, libros exclusivos con dibujos originales de Dalí. Lo que más le inquieta, en cambio, es captar el interés de nuevo público:

Me gusta darle otra frescura a este mundo, me gusta divertirme, contradecir a las madres y decirles a sus hijos que toquen los libros.

Librero a los 18, lleva casi la mitad de su vida abriendo cada mañana una librería que parece la biblioteca mejor cuidada del imperio.

Y de aquí, requiebro y al MuVIM. A Inma Pérez la librería Dadá  se le ha atestado justo con nuestra llegada.

–Nunca pensé de hacer esto mi oficio, necesitaba un trabajo mientras preparaba mi tesis, vine de forma temporal y acabé quedándome con ella.

Al igual que a Rafa Solaz, la especialización le ha avalado el porvenir. Es una buena librería para un museo y una fantástica librería de diseño, moda o arquitectura, que dirige desde antes de los 30. Para muchos la arcadia en Valencia de los ejemplares modernos.

A ella lo que más le gustaba era investigar sobre pintura valenciana del siglo XVI y, en medio de la investigación, encontrar un brote desde el que pergeñar una exposición. Ha terminado de librera pero está pared con pared con exposiciones y no para de investigar sobre los gustos de sus clientes. Investigaciones gracias a las cuales puede concluir que:

–Cada vez más importa muchísimo el cómo está hecho el libro. Cada vez más gente compra por el envoltorio físico. Las ediciones que mejor funcionan son las que están hechas con mimo.

–¿Y cuál fue tú objetivo, Inma, cuando tomaste la Dadá?

–Quería que lo que hubiera aquí no estuviera en muchos otros sitios, que reflejara la diversidad del museo. Precisamente la idea era que el libro tuviera un valor como objeto, que fuera especial por alguna cosa, darle un toque romántico. Por eso estar aquí supone un nivel de exigencia muy grande, si alguien me pide algo me desvivo por traérselo aunque la ganancia sea mínima. Es tan satisfactorio pensar en una persona y cuando entra por la puerta decirle: he traído un libro que seguro que te va a encantar.

–¿Y tu madre qué dice?

–Mi madre me ve contenta, sabe que estoy haciendo un buen trabajo. Se escandalizó más cuando les dije que iba a estudiar Historia del Arte.

Luci Romero, David Brieva, Rafael Solaz e Inma Pérez prefirieron hacerlo y tras ello son ya una generación de libreros treinteañeros con ganas de mucho más. Profesionales que por su pasión dan gusto.

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