VALENCIA. He escrito, hace unas semanas, sobre la general longevidad de los grandes músicos. Hay otra característica común a la mayor parte de ellos también relacionada con la edad: por lo general no piensan nunca en retirarse y apuran sus fuerzas físicas hasta el extremo. Está esto de actualidad por el caso del cantante y director Plácido Domingo, a quien una embolia pulmonar ha obligado a suspender su intervención en la ópera Il Postino, de Daniel Catán, en el Teatro Real de Madrid, y un concierto al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana también en la capital de España.
En el caso concreto del tenor madrileño, que cuenta 72 años, esta afección, de la que parece se recupera satisfactoriamente, no le hará abandonar su actividad, que mantiene con un intenso calendario. Es cierto que su voz ya no puede igualar sus espléndidas grabaciones de los años setenta y ochenta, que en general se ha dirigido hacia el repertorio de barítono y que se prodiga más que antes en la dirección de orquesta, terreno en el que no brilla a la altura del canto, todo sea dicho. Pero no lo es menos que está lejos de pensar en calzarse las pantuflas y entregarse a los placeres de la lectura y la música en la variante pasiva de la audición doméstica.
"NECESITO TOCAR PARA VIVIR", DECÍA ARRAU
Siempre me ha sorprendido esta actitud en la mayor parte de los grandes músicos. La explicación, sin embargo, quizás sea tan sencilla como lo que me dijo el gran pianista chileno Claudio Arrau en 1988. Tenía entonces 85 años y ofrecía una media de entre 50 y 60 conciertos al año, a pesar de que empezaba a tener problemas. Acababa de suspender un concierto para la Sociedad Filarmónica en Valencia y poco después suspendió otras actuaciones en Madrid.
Murió tres años después sin retirarse. "De vez en cuando estoy un poco cansado -señalaba- pero es que no me puedo imaginar una vida sin música. La vida sin música no tiene sentido, necesito tocar para vivir".
Esa es la frase que lo define: "Necesito tocar para vivir". Por una parte, es muy diferente entregarse a una actividad muy satisfactoria, apasionante incluso, en la que continuamente se recibe el aplauso del público que hacer un trabajo desagradable, molesto o solo rutinario cumpliendo instrucciones con las que no siempre uno está de acuerdo, como ocurre en la mayor parte de los casos que se encaminan con alegría a la jubilación.
MENUHIN CAMBIÓ EL VIOLÍN POR LA BATUTA
Entre los músicos, pues, la norma es no retirarse. Pero hay actividades, como la dirección de orquesta, en que es más fácil mantener la actividad hasta el final. El gran violinista Yehudi Menuhin dejó la intensa actividad de concertista aquejado de artrosis, en favor de la dirección. Y en el caso de los cantantes, con un instrumento tan delicado y ligado al estado fisiológico del cuerpo, es especialmente difícil mantener carreras muy largas. Por eso es más meritorio que Domingo no solo se obstine en cantar a pesar de su edad, sino que consiga hacerlo incluso muy bien.
Alfredo Kraus, que murió en 1999 aquejado de un cáncer, mantuvo casi hasta el final su actividad de cantante y exhibía además en escena una forma física espectacular. Yo lo recuerdo dar un ágil salto para encaramarse a una mesa sin dejar de cantar en una representación de Les contes d'Hoffmann, de Offenbach, en 1988 en Madrid, cuando ya tenía 60 años. Pero Kraus era un caso muy diferente, ya que había seleccionado con precisión un repertorio muy adecuado a su voz.
Domingo es casi el caso contrario, y aunque ha brillado excepcionalmente en Verdi y Puccini, se ha llegado a atrever con grandes papeles wagnerianos, que ha salvado brillantemente: Parsifal, Tannhäuser, Siegmund. Lo de la embolia seguro que será pasajero, habrá todavía Plácido Domingo por muchos años, mientras el cuerpo aguante.
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