VALENCIA. Un despropósito. La junta extraordinaria de Banco de Valencia que se celebró este miércoles estuvo muy lejos de lo que se podía esperar de un hecho histórico como fue la certificación de la desaparición de un entidad que ha formado parte de la historia económica, empresarial y financiera de la Comunitat Valenciana.
Derrotados, los accionistas históricos de la entidad, amontonados en un ridículo 1,2% del capital tras las distintas inyecciones de dinero público obligadas por la quiebra del banco, demostraron su impotencia ante el nuevo dueño, CaixaBank, deseoso de pasar la página de un relato del que han escrito el epílogo.
Una impotencia que tuvo dos vertiendes: el silencio o el exabrupto. No hubo término medio. No hubo ningún discurso lo suficientemente contundente, mesurado, documentado o serio que fuese capaz de poner en duda una decisión ya tomada, la de liquidar el banco y traspasar todos sus activos a CaixaBank. Tal y como ocurrió en la anterior junta, la ordinaria de 2013, los accionistas que fueron de referencia, las familias de la burguesía valenciana, varios de los cuales participaron en los consejos de administración, optaron por el silencio. Eso los que acudieron.
Los que sí tomaron la palabra, cuando no gritaron, que fueron las más de las veces, fueron los pequeños accionistas, los mismos que aún no comprenden cómo han perdido toda la inversión realizada en acciones del banco, acumulando títulos comprados con sus ahorros. De sus acalorados discursos se desprendía un gran desconcierto que, en muchos casos, llevaba a preguntarse porqué llegaron a ser accionistas de una entidad financiera cuando su perfil era el de un ahorrador.
El caso de los pequeños accionistas de Banco de Valencia es muy distinto al de los preferentistas o al de los accionistas sobrevenidos de Bankia, por poner dos ejemplos. En esa extensa nómina de casi 50.000 socios del banco hay desde agricultores a abogados. De comerciantes a amas de casa. En la mayoría de los casos sus acciones son fruto de décadas de confianza en su banco de toda la vida. Y si bien durante todos estos años han acudido ritualmente a la junta de accionistas, no ha sido hasta ahora cuando han visto volatilizarse su dinero y levantado la voz en protesta por ello.
Cualquier inversor sabe que comprar acciones tiene riesgos. No es un plazo fijo. Implica la posibilidad de perderlo todo. Sabe que las acciones de una empresa suben o bajan al ritmo de acontecimientos mundiales o de la propia cuenta de resultados. Saben que deben estar vigilantes. Y conocen que no pueden fiar los ahorros de toda su vida, con los que cuenta para su retiro o para los estudios de sus hijos en un producto volatil.
Pero tras escuchar los numerosos -y en más de una ocasión dramáticos- testimonios de los afectados por la crisis de Banco de Valencia, cabría preguntarse qué tipo de base social sustentaba al banco y si ese perfil era adecuado para vigilar, en su calidad de socios, qué hacían los directivos y consejeros de la empresa en la que participaban.
INDIGNACIÓN DESCONTROLADA
El problema es que todos esos accionistas ahora siguen preguntándose qué ha ocurrido con aquel banco que les daba generosos dividendos todos los años. De repente vale un euro, como no se cansaron de repetir, a pesar de que es una simplificación absurda del precio que pagó CaixaBank por la entidad. Y así dispararon durante la junta a todo lo que identifican como presunto culpable. Desde Bancaja a sus directivos, con José Luis Olivas a la cabeza y a la Generalitat como responsable de la caja. Desde las familias que participaban en el consejo al consejero delegado Domingo Parra. Del FROB a José Antonio Iturriaga. Y finalmente, La Caixa.
El consejo de administración que presidió la junta, con el presidente temporal del banco a la cabeza, fue objeto de abucheos, gritos de "fuera, fuera" y toda clase de improperios desde el minuto uno de la reunión. Los primeros accionistas que tomaron la palabra arremetieron sin piedad contra La Caixa, acusándola de robarles su dinero. Todo en medio de un griterio que se tornó casi en tumulto cuando los propios accionistas discutieron entre ellos. "¿Qué está pasando?", llegó a preguntarse Marcelino Armenter durante uno de esos momentos de caos y confusión.
"Si aquí está todo decidido y no podemos convencerles de nada, mejor nos vamos", instó a la rebelión uno de los socios. Y algunos se fueron. Otros se quedaron a escuchar a uno de esos abogados que busca pescar en el caladero de los afectados por la crisis financiera española.
EN CONTRA DEL CANJE
Lo cierto es que los accionistas tenían motivos para quejarse, especialmente por la gravosa ecuación de canje que se les plantaba en el proyecto de fusión por absorción de Banco de Valencia por CaixaBank: una acción de la filial de La Caixa por cada 479 de la entidad valenciana. La valoración externa que encargó el banco catalán dejó el valor de la acción en 0,0053 euros. Una miseria. Pero nadie en la platea pudo rebatir con datos o cifras esa valoración. Nadie puso en apuros, en caso de que pudiera hacerse, a la decisión que iba a tomarse por la aplastante mayoría del 98,8% del capital de CaixaBank.
Poco antes de las tres de la tarde, tras tres horas de junta deslavazada, con teorías de la conspiración incluídas, se certificaba la muerte de Banco de Valencia. En la sala solo aguantaban los representantes de CaixaBank. El resto habían ido marchándose. No hubo ni pena ni gloria para un final patético.
A mediados de julio se espera la absorción efectiva de Banco de Valencia por CaixaBank. La dirección territorial de la filial financiera de La Caixa, que es en lo que se habrá convertido el histórico banco, estará dirigida por Bibiano Martínez, que trasladará su despacho desde la plaza del Ayuntamiento a la sede del banco en la esquina noble de Pintor Sorolla. Y del Banco de Valencia quedará su marca, que permanecerá en las oficinas de Castellón y Valencia acompañada por la marca corporativa del grupo La Caixa, la estrella de Miró.
Quien visita Jerusalén ya se guarda de respetar a los judíos, y por supuesto no acepta – así se lo regalen, la propiedad del templo. Ocurriendo lo mismo a quien visita Medina, que así le regalen la Meca, ya se guarda de aceptarla, y por supuesto en nada humilla a los árabes. Pues es de sobra sabido que aquellos lugares y cosas que se consideran la esencia de un pueblo no se tocan, pues de tocarse desgracian a quien lo hace. Y ese es el caso del Banco de Valencia en Valencia, que por su carácter fundacional -y el espiritual en quienes tal cosa contemplan, así te lo regalen, no se debe de tocar. Y quienes lo tocan se desgracian. Y de esto debieran de estar informados los catalanes de Caixabanc, o si lo están pues en Barcelona estas cosas también se saben. Pero su ambición en este caso les ha superado, y lo pagarán. Pero no con el dinero que les sobra, lo vivirán igual que se viven las sentencias calladas del tribunal de las Aguas; pero no del actual; del natural. De la misma manera que lo pagarán todos los políticos valencianos y nacionales que han desgraciado los bancos valencianos. De lo dicho, los que niegan las creencias pueden reírse todo lo que quieran. Pero tengan paciencia que lo espiritual siempre se cumple, y tanto los que han desgraciado lo espiritual económico de los valencianos, como quienes de su desgracia se aprovechan; ya verán como lo pagan. Y no se rían de lo dicho, pues el tribunal de las Aguas de Valencia tiene más años que Jesucristo y que Mahoma. So. Andrés Castellano Martí.
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