VALENCIA. Las herramientas con las que cuentan actualmente los neurocientíficos permiten plantearse retos que hace solo dos décadas eran pura ciencia ficción. Estamos cada vez más cerca de alcanzar objetivos como «leer la mente» o incluso «manipularla». Aunque todavía estamos lejos de descifrar los pensamientos o recuerdos más complejos de una persona, los avances experimentados en los últimos años son espectaculares.
El creciente incremento en la sensibilidad de las técnicas de neuroimagen, combinado con el desarrollo de técnicas cada vez más sofisticadas de modelado computacional (la neurociencia computacional ha experimentando una rápida expansión), está haciendo real esa posibilidad.
En los últimos cinco años se han publicado varios estudios en los que se decodifican, mediante un ordenador dotado con el software adecuado, las imágenes (tanto imágenes fijas como en movimiento) que está viendo una persona, a partir del registro de su actividad cerebral en el momento en que está observándolas.
Para ello previamente se ha adiestrado al ordenador a relacionar los patrones de activación de la corteza visual de varios sujetos, obtenidos con resonancia magnética funcional (fMRI, del inglés functional Magnetic Resonance Imaging), con las distintas imágenes que los producen.
A posteriori, el ordenador es capaz de reproducir las imágenes nuevas que está viendo un sujeto leyendo el patrón de activación de su corteza visual mostrado por la fMRI. De momento, las imágenes tienen poca definición, pero nos permiten distinguir si el sujeto está viendo a una persona hablando, un paisaje o un texto.
Como dato curioso, con frecuencia aparecen textos superpuestos a las imágenes que no se encuentran en el vídeo original mostrado al sujeto. El origen de estas palabras es incierto, probablemente solo sean ruido debido a las limitaciones metodológicas, pero resulta sugerente pensar que tal vez en la corteza visual del sujeto se están representando, visualizando, las palabras que conforman sus pensamientos. Estaríamos en ese caso más cerca de, literalmente, «leer el pensamiento».
Otros estudios similares se han centrado en la audición y el lenguaje. En este caso el ordenador es capaz de decodificar las ondas cerebrales, captadas mediante electrodos, para reproducir las palabras que está escuchando una persona. Algunas investigaciones han ido más allá y han sido capaces de detectar si un recuerdo es verdadero o falso, o de saber la decisión que va a tomar una persona (si aprieta un botón situado a la derecha o a la izquierda) unos pocos segundos antes de que él o ella sea consciente de haberla tomado. Los resultados de este último experimento llevado a cabo por el grupo del doctor John Dylan Haynes sugieren que la sensación de control consciente de nuestros actos podría no ser más que una ilusión y que gran parte de las decisiones (si no todas) las toma nuestro cerebro antes de que seamos conscientes de ellas.
Esto no hace más que confirmar algo que los neurocientíficos llevan defendiendo desde hace décadas: «somos nuestro cerebro». Los seres humanos tendemos a pensar sobre nuestra esencia de forma dualista: pensamos en un yo consciente que habita un cuerpo que posee un cerebro. La neurociencia está aportando datos en favor de la identidad entre el yo y el cerebro, datos que hacen tambalearse algunas ideas muy arraigadas sobre la consciencia (que podría no ser el sujeto de la acción sino un mero observador), el razonamiento, la toma de decisiones y en última instancia la moralidad y el libre albedrío.
Precisamente la investigación sobre los mecanismos neurales implicados en la toma de decisiones ha avanzado mucho en estos últimos años hasta el punto de haber emergido como una nueva disciplina dentro de las neurociencias (y de la economía): la neuroeconomía. La neuroeconomía estudia el cerebro humano mientras toma decisiones de carácter económico.
Para ello, por ejemplo, los investigadores registran la actividad cerebral mediante técnicas de neuroimagen o electroencefalografía (véase el artículo de Casado y Muñoz en este número) mientras los sujetos experimentales participan en juegos en los que deben tomar decisiones que conllevan pérdidas o ganancias económicas (como por ejemplo, el juego conocido como «del ultimátum»). Los resultados de estos estudios han puesto de manifiesto la gran influencia que las emociones tienen en nuestras decisiones.
Cuando entran en conflicto razón y emoción, en las personas sanas la emoción guía la decisión. El enorme interés por este tipo de investigación es fácil de entender si pensamos en las posibles aplicaciones en el ámbito de la mercadotecnia. De hecho, ha surgido una disciplina aplicada muy relacionada con la anterior: el neuromarketing, que estudia los efectos de la publicidad y otras acciones de propaganda sobre el cerebro humano con la intención de poder llegar a predecir y manipular la conducta del consumidor.
Lee el artículo completo en la web de Mètode.
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