VALENCIA. En la sociedad actual, acelerada y frenética, las personas apenas tienen tiempo para reflexionar sobre el origen de los recursos que se utilizan en la vida cotidiana. A tal extremo llega esta situación que en el mundo urbano hay una parte importante de la población que no conoce más allá de las estanterías de los supermercados y comercios, incluso llegan a sorprenderse cuando descubren que las patatas hay que sacarlas de bajo tierra o que hay que sacrificar los animales de los que procede la carne que comemos. Ni que decir tiene que el conocimiento de que buena parte de los medicamentos proceden o están inspirados en compuestos presentes en las plantas silvestres es casi nulo.
La biodiversidad está en la base de nuestra vida. Prácticamente todas nuestras actividades hacen uso de productos procedentes de la biodiversidad silvestre o cultivada. Dos terceras partes de la humanidad dependen de las plantas como principal fuente de medicinas. Aún más, entre el 25 y el 50 por ciento de los nuevos medicamentos son derivados de productos naturales, y a medida que aumenta nuestro conocimiento sobre la biodiversidad, este porcentaje se incrementa. Tenemos ejemplos a raudales.
El Mas d'Asnar (Vilafranca, Castellón) nos ofrece un buen ejemplo de cómo funcionaba una explotación agropecuaria sostenible en la que se había conservado una valiosa masa boscosa en el propio barranco, como se muestra en la fotografía (FOTO: A. Aguilella)
La aspirina se basa en una molécula descubierta en los sauces (Salix spp.), la quinina deriva de la quina (Cinchona spp.), algunos alcaloides utilizados para el tratamiento de la leucemia infantil y la enfermedad de Hodgkin proceden de la vinca rosa, o pervinca de Madagascar (Catharanthus roseus). Parte de la biodiversidad posee propiedades medicinales potenciales que aún deben probarse. La terapia de algunas de las enfermedades más graves que afronta la humanidad, como el cáncer o el sida, podría derivarse de productos naturales.
También es importante pensar en los sistemas ecológicos como una parte importante de la biodiversidad. Los ecosistemas saludables producen bienes y servicios que proveen seguridad para la gente y potencial para el desarrollo económico. Eso incluye agua, productividad agrícola, pesquerías, energía y protección frente a las catástrofes naturales. Sin embargo, la actividad humana degrada el medio ambiente y la biodiversidad, y con la merma de estos bienes y servicios se compromete el desarrollo social y económico y se produce la marginación de los sectores de población más vulnerables.
La explotación tradicional del bosque de carrascas por cuartos en la sierra del Toro (Castellón) ha permitido que se haya conservado una de las mejores áreas boscosas del País Valenciano (FOTO: A. Aguilella)
Solo hay que repasar las estadísticas sobre las previsiones de crecimiento para las próximas décadas, las de concentración en los núcleos urbanos y las que hablan de la pérdida de biodiversidad para darse cuenta de que estamos construyendo un futuro insostenible si no cambia la forma de hacer las cosas.
Etnobotánica y conservación
Muy a menudo, cuando hablamos de etnobotánica, rápidamente nos viene al pensamiento el uso que hacían nuestros abuelos de las plantas, para rebajar la sangre en primavera, para hacer capazos y cestas, para completar la dieta, etc. Quizá la gente joven, más que pensar en estas cosas del pasado, de las que ha perdido a menudo la referencia, piensa en las tribus de la Amazonia que viven en plena comunión con la naturaleza sin más recursos que los que se derivan de su entorno natural.
Es importante no perder ningún referente, ni el global ni el local, y menos aún el referente de la biodiversidad. De hecho hay un lema popular entre los conservacionistas a escala internacional que dice «piensa globalmente y actúa localmente», que se ajusta muy bien a las necesidades y características tanto de la etnobotánica como de la conservación de la biodiversidad. Por ello, muchos etnobotánicos que trabajan en el ámbito local deberían reflexionar y comprender la etnobotánica en el marco global para contextualizar su trabajo.
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Antoni Aguilella Palasí es profesor titular de Botánica de la Universitat de València y ex director del Jardín Botánico de la Universitat de València
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