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El Cabecicubo

Perdidos en la tribu: el terror de los aborígenes

ÁLVARO GONZÁLEZ. 12/01/2013 Estos realities tienen el calificativo ‘docu', cuya fórmula es sencilla para aprender, pero siempre con la vergüenza ajena, epicentro de la televisión moderna

MADRID. Tras el éxito de crítica y público de Quién quiere casarse con mi hijo, Cuatro está emitiendo Perdidos en la ciudad, otro docu-reality que, para entenderlo, hay que haberse tragado Perdidos en la tribu, espacio que pasaremos a comentar a continuación.

Si con Pesadilla en la Cocina hablábamos del reality-coach, estos realities tienen el calificativo ‘docu', cuya fórmula es sencilla: como documentales, para aprender, para adentrarse en lo desconocido, pero siempre con la vergüenza ajena, epicentro de la televisión moderna, como bandera.

Un ejemplo del formato que todo el mundo entenderá es ‘Me cambio de familia', otra apuesta de Cuatro que alcanzó su mayor gloria enviando a Carme, una lesbiana catalana, a la España profunda con la familia de Azucena, una mujer tradicional, que a su vez marchó a Barcelona.

 

Carme tuvo encontronazos terroríficos con la familia digamos ‘nacional', sobre todo relativos a las banderas de España que tenían por toda la casa. Y Azucena se sintió fatal en el ambiente barcelonés, hasta el punto de dormir arropada por las noches con una bandera de España mientras los amigos de la novia de Carme, homosexuales catalanes, se reían de ella desde el salón. ¿Qué sentir ante este espectáculo? Sí, vergüenza ajena.

Perdidos en la tribu es lo mismo, pero a lo bestia. Consiste en intercambiar familias españolas, criadas en el confort de una sociedad de consumo, con indígenas. En esta edición, además, dijo Raquel Sánchez Silva, los indígenas eran los más chungos que habían encontrado, los descartes de otras ediciones. ¿Gente que está acostumbrada a tener la nevera hasta los topes y limpiarse con sedoso papel que tiene de repente dormir al raso y alimentarse de dios sabe qué? Mola.

Y mola más gracias a los cebos. Por casualidad, de esas que ocurren de vez en cuando en televisión, en cada familia enviada con los indígenas había una chica de buen ver. En los cebos, vimos que alguna se quedaba casi desnuda ¡con seis programas de antelación! Pero no debemos pensar que quisieran ponernos la zanahoria del burro con un par de tetas, aunque así fuera, porque en ese detalle se encontraba la lectura, la síntesis, de lo visto en el reality: hay aspectos del machismo de los españoles que hacen palidecer hasta a las tribus africanas que viven en mitad del desierto.

Empecemos por la familia vasca. Los San Sebastián no aguantaron el reto. A los pocos días decidieron volverse a su casa. Al cabeza familiar, Mikel, casi se lo tienen que traer con los pies por delante por culpa del calor y el novio bombero de la hija cortó su relación con ella en mitad de la experiencia, de modo que el ambientazo que tenían era para ponerle un marco.

¿Todos? Todos no. La madre estaba muy feliz en África porque estaba "encantada de no tener que pasar el aspirador, quitar el polvo". La vida en Togo, con polvo hasta en las encías a temperaturas insufribles y con actividades cotidianas como amasar mierda con las manos para hacer abono, era más agradable que en la cocina del hogar. Detallito.

Pero la familia más polémica fue la Berhanyher, millonarios y no por ello menos machistas. En un principio empezaron con la tribu de los Suri, en Etiopía. Allí tuvieron problemas porque Marie, organizadora de eventos VIP, se negó a cortarse el pelo. La melena, adorno distintivo de la mujer en nuestra cultura es irrenunciable, cual Hiyab islámico. Por este desencuentro, y que intentó agredir a golpes a la aborigen que intentó cortársela, tuvieron que marcharse expulsados. Como los vascos, por su parte, habían renunciado, los Bernhayer les sustituyeron en Togo. Un clavo saca a otro clavo. Y allí la escena machista fue mucho más extrema.

 

Elio, el hijo, se dio cuenta desde unos doscientos cincuenta metros de que su novia, Liz, en un ritual de mujeres se había quitado la parte de arriba del biquini. Estaba, figúrense ustedes, como una de esas escandinavas que acuden a nuestras playas a practicar esa odiosa modernidad pecaminosa del top less. Elio salió corriendo, gritando, "¡¡¡tapate, tapate!!!" (con acentuación llana, en argentino) "¡¡¡que me cabreo y se acabó este programa ya!!!". El rito tribal fue interrumpido, Liz se puso a llorar, él estaba fuera de sí, con las orejas granates. Finalmente se arregló el asunto. Por supuesto, fue ella quien tuvo que pedirle perdón. Y con una sonrisa dulce, añadió: "me ha encantado como te pones cuando algo no te gusta".

Esta gente fue la salsilla del reality. Dejó caer que los negros huelen mal y que el único idioma que entienden es la fuerza. No en vano, Marie, tras haber sido expulsada de una tribu por su conato de agresión, en la siguiente oportunidad que tuvo en Togo le espetó a una "no me toques que te doy una hostia que te plancho". La de la tribu la entendía por gestos porque esa también ha sido una señal constante de nuestro primitivismo ancestral: hablar en español a todo el mundo. Y si no entienden, más despacio. Y si tampoco, deletreando. Pero siempre en español. Hasta en el avión a las azafatas que se expresan en inglés. Inviertan aquí, americanous, parecía querer decir el reality con estas escenas.

Lo gracioso es que la familia que encontró mayor armonía con su tribu fue la que marchó al Amazonas. Por si alguien desconoce la Historia y se les escapa que aquello fue nuestro imperio, la llegada se produjo con la banda sonora original de La Misión, que de libros igual poco, pero la música de la película nos conecta e identifica todos los conceptos rápido en el cerebelo.

Si exceptuamos que tuvieron que alimentarse de ‘chicha', un alimento que se sirve masticándolo en la boca y escupiéndolo en el plato, su experiencia fue paradisíaca y también dejó gestos que nos definen. El padre, albañil, cuando se subía a los aviones para llegar atravesando la jungla se santiguaba, muerto de miedo, pronunciando las siguientes palabras: "Me cago en Dios".

Y para comprender no sólo nuestras costumbres, sino también nuestro folclóre, una familia de Sevilla sustituyó a los vascos que se habían ido. Les tocó convivir con los Suri en Togo y nada más llegar les hicieron un regalo: una muñequita sevillana. La tribu no entendía qué era, se preguntaba si se trataba de su Dios, por lo que se la devolvieron. Parece que los Navarro renunciaron a explicarles en perfecto español pronunciado sílaba a sílaba que eso hay que ponerlo encima del televisor.


Esta gente acudió al reality porque el marido, trabajador de un bingo, quería reconquistar a su mujer, harta de la rutina y la vida monótona. La cosa fue bien, porque tuvieron un coito en una cabaña y, como premio, al hombre le consideraron uno más en la tribu. También, como premio para los espectadores, su hija dejó ver parte de sus pechos de silicona, escena anunciada en el aludido cebo en cada entrega. Y por la integración, dejó hacerse un scaring en el hombro con las mismas condiciones sanitarias con las que se tatuaba el Vaquilla en las Instituciones Penitenciarias de los 80. Tradición y modernidad española, que encontró su punto de unión merced a estos sufridos indígenas.

Al final del docu-reality me quedó la duda maligna de si las tribus, una vez acabado el show, cogieron sus 4x4 y se fueron a descansar a sus chalés con televisiones de plasma. Pero lo que me quedó clarísimo y sin lugar a dudas es que el día menos pensado un Sarkozy que llegue al poder en Francia, con esas hojas de ruta políticas de al derecho por el hecho que tanto se llevan ahora, nos prohíbe a los españoles mostrar nuestras creencias en los colegios públicos galos.

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3 comentarios

jose escribió
13/01/2013 13:21

Yo creo que el machismo es muchísimo más explícito en las tribus de color negro. ¿Recordáis las escena de los Bergayer con los taberma donde el viejo -el mejor de la serie- le ofrece a una chica en plan chulo de putas? ¿O cuando Arbulá desprecia al sevillano poque se lleva el día llorando como una nenaza? En cuanto a Marie, debían habersela dejado a los Taberma para que realizacen un ejercicio de conciliación jurídica al estilo africano: meterla en la olla. Saludos

Nemigo escribió
12/01/2013 20:32

por dios, espero que nadie haya visto todo eso sobre todo fuera de españa. Un país entre los primeros del mundo en turismo lleno de paletos acomplejados

Albert escribió
12/01/2013 20:14

Has acertado en señalar uno de los puntos más importantes de estos programas: el machismo. En Me cambio de familia es el tema central, pues la "gracia" del programa está en coger a dos mujeres y llevarlas a otra casa donde sus nuevas parejas las degradan y las humillan. De las dos mujeres una siempre es ama de casa y la otra trabaja. Pues bien, al final, hagan lo que hagan, las nuevas familias se imponen sobre ellas, y en los últimos minutos se muestra la liberación que es para ellas volver a su hogar. El video que has puesto es un buen ejemplo

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