VALENCIA. Cuando a principios de 2006 el Banco Sabadell compró el Banco Urquijo, corría un chascarrillo por Valencia vinculado a esa operación. Si Bancaja o su filial, Banco de Valencia, hubieran entrado en la puja y la hubieran ganado, se habrían hecho, entre otros muchos otros activos, naturalmente, con el palacete que separaba (aún lo hace) sus dos sedes centrales, encajado entre el mascarón de proa al que se asemeja la sede del banco, ocupando la esquina más noble del centro financiero de la ciudad, y el moderno edificio que la Caja de Ahorros de Valencia construyó en 1978 para celebrar su centenario.
En los dos edificios tenía despacho el presidente de Bancaja, que lo era a su vez del banco. Y las idas y venidas y el 'cambio de chip' que suponía ponerse la chaqueta de máximo directivo de la caja o del banco era una formalidad que había que cumplir, pese a que el control que ejercía Bancaja sobre su participada era completo. Mayoría en el consejo de administración fruto de su casi 40% del capital. Formalmente eran independientes, y así constaba en su estructura, pero resultaba imposible abstraerse a que Bancaja y Banco de Valencia eran una misma moneda con sus dos caras.
El momento en que esa vinculación se inició tiene fecha: 1994. Aquel año se conjuró la que ha sido posiblemente la operación financiera más importante de la Comunitat Valenciana. El banco corría el riesgo de ser fagocitado por el Banco Central, que ya había cerrado su fusión con el Hispano, y que era el accionista de referencia en la entidad valenciana.
En un hecho casi insólito en la historia de la Comunitat Valenciana, el llamamiento de los accionistas históricos del banco para evitar diluirse en el grupo que estaba naciendo (el Central Hispano) tuvo respuesta. La caja de ahorros, ya convertida en Bancaja, compró la parte que estaba en manos de los forasteros, evitó su disolución, mantuvo la marca y la independencia formal.
Durante casi dos décadas, Bancaja tuvo el control del banco. Y durante dos décadas, se produjo un proceso de acercamiento que llevó a que fuese difícil en muchas ocasiones saber cuál era el grado de independencia del negocio del banco de la estrategia del Grupo Bancaja, al que pertenecía.
Una situación que, mientras las cosas fueron bien -y fue durante casi todo ese tiempo- nadie puso en duda. Ni la caja, ni los accionistas históricos del banco. Tampoco los reguladores financieros, pese a que en los últimos años hubo no poca presión para que Bancaja deshiciera su posición en la entidad, fruto de una premisa que estableció que las cajas no podían ser dueñas de bancos.
EL EXTRAÑAMIENTO
Pero cuando todo empezó a ir mal con la llegada de la crisis financiera y el estallido de la burbuja inmobiliaria -negocio del que habían participado ambas entidades como si no hubiera otro- todo empezó a torcerse. Bancaja alcanzó un acuerdo con Caja Madrid y otras cajas pequeñas para fundar Banco Financiero y de Ahorros (BFA, matriz de Bankia) y allí aportó todo su negocio. Dentro de él, las acciones de Banco de Valencia.
Y cuando BFA-Bankia, controlada mayoritariamente por Caja Madrid, empezó a evidenciar sus debilidades estructurales, con un corazón forrado de ladrillos, Banco de Valencia pasó de ser la joya de la corona -un banco pequeño, atractivo, rentable, con beneficios y dividendos- a un grave problema, con males similares a los de sus compañeros de viaje.
Un problema cuya solución ya no estaba en manos de Bancaja. Rodrigo Rato, presidente de BFA-Bankia, dictó lo que se podría considerar una orden de extrañamiento. Pese a que la participación era mayoritaria y debería consolidar en el nuevo grupo financiero, BFA-Bankia lo dejó caer. No era su problema.
Corrían los primeros meses de 2011, hace por tanto poco más de un año y medio, pese a que la sensación es que ocurrió hace un siglo. José Luis Olivas, que había sido el auténtico señor del dinero en la Comunitat Valenciana desde la presidencia de Bancaja y Banco de Valencia, fue defenestrado de la vicepresidencia de BFA-Bankia y señalado por aquellos con los que compartió consejos de administración en las dos sedes de Pintor Sorolla, como responsable de no haber sabido defender los intereses de la caja y de su antigua participada en un ambiente que se había demostrado hostil.
Mientras, la centenaria entidad financiera, que venía ya arrastrarse por un camino de desconfianza en sus directivos, con la salida de Domingo Parra, todopoderoso consejero delegado, y con el estigma, jaleado desde Madrid, de ser el culpable de todos los males, acabó siendo intervenida.
LA NACIONALIZACIÓN
El destino de Bancaja y Banco de Valencia se separó definitivamente una mañana de lunes. Era el 21 de noviembre de 2011. El Banco de España intervino la entidad, y apartó a sus administradores. Cuando salieron a la luz las carencias del banco, con pérdidas multimillonarias frente a los beneficios declarados hasta entonces, a pocos se les escapó que el futuro pasaba por su nacionalización. Y así ocurrió.
La historia de Banco de Valencia había empezado a escribirse en un libro aparte. Pero la de Bancaja, y la del resto de sus socios. No se había casi ni empezado a escribir. Banco de Valencia era un problema, sí, pero no era el problema. La fusión liderada por Caja Madrid y Bancaja tenía grietas por todas partes. Y empezó a hacer agua. Su destino, aunque por un camino distinto, era el mismo. Intervención de hecho, con la salida forzada de Rato y la posterior nacionalización.
La crisis de BFA-Bankia arrastró a las cajas de ahorros que lo crearon al abismo. Con la entidad nacionalizada, las siete cajas dejaron de tener ninguna participación. Estaban obligadas a convertirse en fundaciones de carácter especial. El Gobierno acabó de darles el golpe de gracia hace dos semanas, aprobando una modificación de la ley que las disuelve sin necesidad de que lo aprueben.
Solo Caja Rioja ha logrado llevar el proceso de conversión por si sola. El resto, incluída Bancaja, que lo tenía muy avanzado, quedan ahora en manos de sus respectivos gobierno autonómicos para que las liquide y las transforme.
Bancaja desaparecerá el martes. Sin más. Se convertirá en una fundación que gestionará obra social y cultural, como su vigente Fundación Bancaja, con la que se fusionará la nueva estructura. No tendrá ninguna vinculación con el mundo financiero, más allá del recuerdo de sus orígenes. Bankia, por su parte, ya sin arraigo especial en ninguna parte, buscará un comprador. No será a corto plazo. Y no será antes de que este miércoles, 28 de noviembre, Bruselas apruebe su plan de recapitalización.
LA SUBASTA DE BANCO DE VALENCIA
En ese proceso de divergencia de caminos, Banco de Valencia, esperanzado con haber salvado el riesgo de liquidación que ha pesado sobre él, confía en que la Comisión Europea le apruebe su plan de saneamiento, que pasa por una inyección de dinero público y por encontrar un comprador.
En eso está el equipo de José Antonio Iturriaga, el administrador del FROB que, con su llegada a Valencia tras su etapa en CAM, la otra caja valenciana ya en proceso de disolución, se revolvió contra lo que parecía un camino sin retorno.
Si todo sale razonablemente bien -si es que se puede apelar al optimismo en este caso- Banco de Valencia quedará en manos de alguno de los bancos españoles que no han tenido que recurrir al Estado para subsistir. Tal y como adelantó ValenciaPlaza.com el martes pasado, el proceso está avanzado, podría cerrarse antes de fin de año y los dos candidatos en liza son La Caixa y Bankinter.
Sea cual sea, la operación será el final de un proceso de extrañamiento entre Banco de Valencia y Bancaja, dos décadas después de su encuentro. Esta vez no ha habido nadie capaz de poner sobre la mesa el dinero suficiente o de alcanzar un acuerdo colectivo para evitar que el banco no esté controlado por valencianos.
Otra cosa será que, como esperan los accionsitas históricos -condenados a diluirse pese a su oposición- o como quiere la actual dirección de la entidad, se logra convencer a los nuevos dueños de que Banco de Valencia es una marca con valor suficiente para mantenerse. Sería, con todos los matices necesarios, el último vínculo de los valencianos con un poder financiero que ayudaron a crear con sus ahorros.
muchas cajas y muchos bancos se deben dedicar con inteligencia a mejorar sus servicios porque si no esto se puede complicar más
jope, el jose luis olivas y el rodrigo rato, se cargan las entidades valencianas y no son valencianos, creo que tenemos poca personalidad (los valencianos).
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