VALENCIA. La jornada de huelga general convocada por los sindicatos mayoritarios en España para este miércoles 14 de noviembre se saldó con una participación limitada en los paros en las empresas pero con una protesta masiva en la calle durante las manifestaciones de la tarde. Se repitió, aunque con indicidencia ligeramente distinta en una y otra parte, el guión que ya se vivió el pasado 25M. Los sindicatos reconocieron una participación menor en los paros pero la participación en los actos de protesta fue mayor.
Más allá de los datos de participación, que oscilan de forma escandalosa según los ofrezcan los sindicatos convocantes o las patronales y el Gobierno, este 14N puso de manifiesto un profundo malestar social que tiene múltiples causas: desde el elevado desempleo, en cifras récord tras afectar a 5,8 millones de españoles, a los recortes en el gasto social. Lo que resulta más complejo de medir es hasta qué punto la protesta en las calles hace mella en la voluntad política del Gobierno de Mariano Rajoy de dar un giro a su política económica.
Los mensajes que llegaron a lo largo del día desde el Ejecutivo central, y también desde el autonómico, contra el que también arreciaron las críticas, fueron negativos en ese sentido. El "hay que hacer lo que hay que hacer" de Mariano Rajoy es consigna, aunque para ello sea necesario esquivar la contradicción que supone considerar que la huelga no ha tenido una incidencia mínima, como remarcó directora general de Política Interior, Cristina Díaz, con el lamento del ministro de Economía, Luis de Guindos, al asegurar que con esta jornada de protesta España ha dado una imagen lamentable a Europa y al Mundo.
Para el análisis permanente queda la capacidad de convocatoria de los sindicatos. Con las protestas instaladas en las calles casi de forma diaria de la mano de movimientos más o menos organizados -desde las plataformas antidesahucios al 'Rodea el Congreso'- el poder de los sindicatos de clase en la movilización atraviesa momentos inciertos.
Pero sería un error despreciar su capacidad, más cuando a lo largo de la jornada se demostró que es precisamente en aquellos sectores de la economía en los que están más arraigados donde los paros se secundaron con mayor intensidad. Así, la gran industria tuvo índices de seguimiento elevadísimos. Casi 100% en la planta de Ford en Almussafes, por ejemplo, donde se paró la producción. También en los servicios públicos que marcan de forma especial una jornada de huelga, como los transportes.
Pero en los sectores vinculados a los servicios la incidencia de estas convocatorias es cada vez menor. Los piquetes que recorrieron por la mañana el centro comercial de Valencia, por ejemplo, no consiguieron cerrar las tiendas más que de forma temporal, en ese juego ya casi rutinario de bajar las persianas hasta que se alejan. Con todo, pese a estar todas las tiendas abiertas, la sensación de vacío en las principales arterias de la ciudad, con escasos compradores, duró más horas de lo normal. Los motivos que contriunyeron ello pueden ser varios: desde la propia crisis económica al mal tiempo. Pero descartar por completo el llamamiento a la huelga de consumo sería poco serio.
Una huelga limitada, por tanto, a aquellos sectores en los que los sindicatos mantienen su presencia estructural. Pero una portesta general. Porque por mucho que insistiera el Gobierno, de forma un tanto ridícula, en la cifra única de 35.000 participantes en las manifestaciones de las ciudades -daba igual que fuera Madrid que Santander o Valencia- las imágenes hablan por si solas. Negar la evidencia es un error demasiado habitual entre los dirigentes de este país.
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