VALENCIA. En la deliciosa película Lost in Translation de Sofia Coppola se produce un interesante diálogo entre el hastiado Bob (Bill Murray) y la desencantada Charlotte (Scarlett Johansson):
- Estoy perdida. ¿Eso tiene arreglo?
- No. Sí. Ya se arreglará.
- ¿De veras? Fíjate en ti.
- Gracias. Cuánto más sabes quién eres y lo que quieres, menos te afectan las cosas.
Cuánto más sabes quién eres y lo que quieres, menos te afectan las cosas. Los que vieron la película, que en España se llamó con obviedad absurda "Perdidos en Tokio", con mayor o menor aceptación, recordarán momentos emotivos y desgarradoramente sinceros sobre la realidad cotidiana.
Pienso que nos viene al pelo reflexionar en ese sentido. Ya no es momento de andar con tibiezas sino de afrontar la situación en la que nos encontramos con realismo y ser conscientes de que vivimos el peor escenario económico que muchos hemos conocido y, lo que es peor, nadie de los que tendrían que ser nuestros guías o parecerlo aporta solución ni "maneras" de saber dónde encontrarla.
El sector cerámico, tras años de liderazgo indiscutido y en la punta de la excelencia tecnológica, también languidece y lucha por sobrevivir como hacen, e incluso hicieron con anterioridad a la crisis (vaya... ¡la nombré!), sus compañeros de otros sectores del hábitat.
En contrapartida asistimos a un momento extremadamente creativo y propositivo en la propia oferta y en la forma en que el usuario se relaciona con su entorno. Así, por ejemplo, destaca la búsqueda de emocionalidad de los objetos, es decir, un objeto, además de sus cualidades funcionales, nos aporta bienestar, juego, sorpresa, nos emociona.
Por otro lado, desde la responsabilidad hacia el usuario, la sociedad y el medioambiente, los elementos se proyectan, cada vez más, bajo criterios de sostenibilidad integral que recogen una preferencia creciente de las personas y, aprovechando, una adaptación a normas y requerimientos que condicionarán la edificación y el desarrollo de nuestras ciudades.
Aun así, parece que nada es suficiente y en este escenario, una vez más, la innovación entendida como capacidad de aprovechar el conocimiento para adaptarse y generar valor, ha de ser la mejor salida para encontrar soluciones. Efectivamente, aunque existan algunas brillantes excepciones, se ha producido una pérdida de competitividad general que nos lleva a la necesidad de seguir disponiendo de nuevo y variado conocimiento para afrontar los actuales y próximos desafíos.
Debemos aprovechar el tremendo potencial de nuestros centros tecnológicos reinventando, cuando sea necesario, las estructuras y el ecosistema de relaciones entre ellos y nuestras empresas. Las guías podrían ser, entre otras, la diversidad (el conocimiento ya no puede depender de una sola área para ser innovador) y la colaboración (quizá el proceso actual de contratación de I+D debe revisarse para establecer fórmulas de riesgo más compartido).
En este camino surge la interesante idea de un cambio de modelo de desarrollo económico desde el basado en el desarrollo tecnológico hacia el que busca la mejora de la calidad de vida de las personas, con todas sus implicaciones en las distintas áreas de conocimiento, como se viene debatiendo en los Foros sobre Innovación, Economía y Calidad de Vida, organizados por el Instituto de Biomecánica y la Asociación CVIDA, que acaban de celebrar su tercera edición... Es un camino a tener en cuenta.
De todos modos, al final Bob deja claro que lo principal para evitar la desorientación y la vulnerabilidad es... "saber quién eres y qué es lo que quieres"... ¿de verdad lo sabemos?..."todos queremos que nos encuentren" como diría Charlotte...
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