BARCELONA. El producto interior bruto (PIB) es la forma más habitual de medir la actividad económica y su ritmo de crecimiento sirve para valorar la situación o evolución económica de un país. Si lo dividimos por el número de habitantes, obtenemos un indicador, el PIB per cápita, frecuentemente utilizado para valorar el nivel económico relativo de un país o región.
No obstante, ¿mide el PIB de forma adecuada el progreso y el bienestar de la sociedad? Tal como está concebido, los esfuerzos dirigidos a resolver el devastador vertido de petróleo en el golfo de México suponen un aumento del PIB. Lo mismo sucede con los trabajos de reconstrucción después de un terremoto o con el aumento de los efectivos de policía destinados a prevenir el terrorismo.
El propio Simon Kuznets, el economista ruso-americano que concibió el sistema estadounidense de cuentas nacionales, previno en una ocasión al Congreso de su país sobre la inadecuación de utilizar el PIB para medir el bienestar de una nación.
Existen muchas iniciativas para conseguir formas alternativas de medición del progreso y del bienestar social. Estas propuestas apuntan en tres direcciones: corregir el PIB existente, ampliando su enfoque hacia la dimensión social o medioambiental (por ejemplo, el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas o el Genuine Progress Indicator de la organización Redefining Progress); elaborar otros indicadores a partir de variables objetivas no vinculadas directamente con el crecimiento económico, como los índices de calidad de vida Calvert-Henderson, y utilizar medidas subjetivas sobre el bienestar que incluyen conceptos como la satisfacción o la felicidad.
Este recuadro evalúa hasta qué punto en la práctica los resultados del PIB difieren sustancialmente de los que se pueden obtener a partir de indicadores como los señalados. Para ello, se realizan tres ejercicios. En el primero, se contrasta la renta per cápita de cada país con el citado índice de desarrollo humano (IDH), que engloba la esperanza de vida, la educación y el nivel de renta.
Para calcular el IDH es necesario crear antes subíndices para cada uno de sus componentes y para ello se escogen valores mínimos y máximos. Éstos son de 85 y 25 años para la esperanza de vida al nacer, del 100% y 0% para los dos componentes de educación (tasa de alfabetización adulta y tasa bruta de matriculación) y de 40.000 y 100 dólares para el PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo (PPA). El IDH se calcula promediando sus tres componentes principales.
El segundo ejercicio compara el PIB per cápita con una medida más subjetiva del bienestar, a saber, un índice de satisfacción personal, construido por la New Economics Foundation. Esta variable proviene de cuestionarios en los que los entrevistados valoran en una escala de 0 a 10 el grado de complacencia con su situación de vida.
De los dos primeros ejercicios se desprende que el PIB aproxima de forma razonablemente adecuada el progreso de una sociedad cuando la comparativa es de carácter muy global e incluye zonas de riqueza muy diversas. En efecto, tal y como se desprende de los gráficos anteriores, los países ricos se localizan en los tramos más elevados de bienestar, ya sea en términos puramente de renta como en variables de vertiente menos económica.
No obstante, esta asociación positiva entre el PIB y el resto de los indicadores pierde consistencia cuanto mayor es el nivel de renta. Ello sugiere que, entre las regiones más ricas, una combinación de índices de bienestar o una valoración de satisfacción personal probablemente expresen mejor el grado de bienestar de la población.
Esto es lo que persigue el tercer ejercicio. En el mismo, realizamos una comparación entre el PIB per cápita de las comunidades autónomas en España, todas ellas con niveles de riqueza relativamente elevados en una perspectiva mundial, y un indicador sintético de bienestar construido a partir de los criterios de Stiglitz, Sen y Fitoussi.(1) En el indicador incluimos seis dimensiones: salud, educación, trabajo, capital social, medioambiente y seguridad. Para que sean comparables, los PIB per cápita regionales se han normalizado con los índices relativos de poder de compra.
El gráfico anterior muestra que la correlación entre ambas medidas sigue siendo positiva pero relativamente débil. Hay que tener en cuenta especialmente el grado de subjetividad que implica este tipo de elaboraciones, ya que la elección de indicadores puede influir notablemente en el resultado final. Así, por ejemplo, Navarra encabezaría el ranking de bienestar social superando incluso el que le correspondería por su elevado PIB per cápita gracias a la buena salud de su población, al escaso número de hogares con dificultades y a su buena situación medioambiental.
Por otra parte, el bienestar de Madrid se sitúa algo por debajo del que le correspondería por su elevado PIB per cápita debido al indicador de satisfacción laboral, mientras que en el País Vasco resta mucho el componente medioambiental. Entre las autonomías con menor capacidad adquisitiva cabe citar a Extremadura, cuyo bienestar superaría el que corresponde a su renta per cápita, debido al bajo número de delitos por habitante y a la poca contaminación.
Hay que insistir en que la construcción de índices de bienestar puede llevar a resultados que no reflejen adecuadamente la realidad debido a múltiples factores: disponibilidad de los datos, adecuación de las variables, número de variables utilizadas, metodología, etc. Por tanto, el ejercicio efectuado en este recuadro es puramente ilustrativo. Pero, en general, los resultados no se apartan significativamente de los que nos proporciona el PIB per cápita. Es por este motivo que, a la espera de instrumentos estadísticos mejores, el PIB per cápita, utilizando las debidas prevenciones, sigue siendo una forma razonable de medir el bienestar de las naciones.
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(1) Stiglitz, J. E., Sen, A. I., Fitoussi, J. P. (2009), «Report by the Commission on the Measurement of Economic Performance and Social Progress», http://www.stiglitz-sen-fitoussi.fr/en/index.htm.
Este recuadro ha sido elaborado por Joan Elias y Maria Gutiérrez-Domènech, Departamento de Economía Europea, Estudios y Análisis Económico "la Caixa"
Yo lo que observo en el primer gráfico es que tiene una rama vertical en los países pobres, esto es, IDHs muy variables para el mismo valor de PIB: por tanto, el PIB per cápita no incide en la mejora de la calidad de vida, o al menos no es clave para mejorarla. Del mismo modo, en los países de la parte superior la horizontalidad delata que el incremento del PIB tampoco mejora la calidad de vida. Sugiero a los autres que profundicen en la búsqueda de otros factores que expliquen esta "no relación", máxime cuando el PIB per cápita es en si mismo uno de los factores de cálculo del IDH.
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