VALENCIA. ¿Por qué tratar de pasar inadvertido o mostrar gesto grave ante la situación de señalamiento público que supone un juicio? ¿Por qué mostrar vergüenza o arrepentimiento ante las acusaciones recibidas? ¿Sólo por el hecho de que cree ser -o es- inocente? ¿No escucha acaso las conversaciones y negocios turbios de los que él trató como amigos? ¿No huele la podredumbre que proviene de aquellas personas que camparon por Generalitat y PPCV como si fuera su casa?
¿Por qué aparecer cabizbajo o avergonzado ante esta situación? Mucho mejor llevarse un libro en la mano. Que lo vea todo el mundo. Escrito por el antropólogo francés René Girard, ‘La ruta antigua de los hombres perversos' aborda la historia de Job en la Biblia y su ‘linchamiento', con varias referencias al ‘chivo expiatorio'.
¿En qué piensa Camps? Un misterio. ¿Se considera linchado? ¿un mártir? ¿era necesario acompañarse de ese libro y pasearlo entre su abogado y demás?
El expresidente de la Generalitat, Francisco Camps, no parece haber entendido que se le juzga por un delito y, sobre todo, tampoco parece haber entendido que no puede culpar a todos menos a él. ¿Es la prensa culpable? ¿Aquella a la que no contestó durante años a ninguna pregunta? ¿Aquella a la que no concedía entrevistas? ¿Es la gente de la calle quien le ‘lincha'? ¿la opinión pública?
Es imposible estar en la mente del exjefe del Consell, aunque se percibe que sigue renegando del proceso que le ha llevado al banquillo. Mientras el actual Ejecutivo valenciano de Alberto Fabra abre los ojos con sorpresa cuando repara en las cuentas de los pasados ejercicios -algunos no deberían sorprenderse tanto, es cierto-, Camps esgrime un libro relacionado con la vida de un personaje bíblico que fue puesto a prueba por Satanás y salió victorioso.
Tal vez el expresidente contempla que el acoso que considera sufrir por la justicia parte del conjunto de fuerzas del mal que pretenden resquebrajar su fe divina: prensa no afín, ciudadanos contaminados por los medios, agentes judiciales, policías ‘marxistas' o envidiosos compañeros de partido. Si esa es la razón de mostrar el libro, sería pretencioso. Si por el contrario fuera un gesto trivial e inocente se quedaría en, simplemente, ridículo.
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