VALENCIA. En septiembre de 2008, Jorge Alarte ganaba un apretado congreso del PSPV por una diferencia de unos 20 votos frente al tándem conformado por Ximo Puig (lermismo) y Francesc Romeu. En aquel momento, la victoria de un alcalde joven y desconocido para la opinión pública fue bien recibida desde Ferraz (tuvo el apoyo de Leire Pajín) y también -inicialmente- desde los medios de comunicación.
Los aires de renovación promovidos por Alarte en la cita congresual y las promesas de un futuro diferente (y, como es lógico, las promociones personales), atrajeron a un buen número de descontentos que vieron en el alcalde de Alaquàs el nuevo y diferente rostro para un socialismo hastiado de la dinámica perdedora.
Sin embargo, los tres años siguientes han 'cocido' el plan de Alarte hasta evaporarlo. En 2011, han llegado de forma consecutiva dos varapalos electorales de enormes dimensiones para una estructura orgánica que el líder socialista ha tratado de apuntalar en vano.
Las decisiones adoptadas por Alarte y su gabinete han incrementado el número de descontentos. Uno de los grandes errores, admitido por el propio líder, ha sido pasar a la organización provincial y desterrar a las comarcas. Los referentes locales se han visto apartados del debate y, especialmente tras la derrota electoral del 22 de mayo, la fuga de militancia ha sido devastadora. Otra de las críticas recibidas ha ido dirigida al excesivo personalismo en sus decisiones, algo que ha contribuido a atribuirle una imagen -posiblemente sobredimensionada- de autoritarismo.
El líder de los socialistas valencianos no ha podido cumplir con su deseo de renovación de los cuadros socialistas y ha quedado a mitad de camino: los grupos históricos no le quieren y muchos de los que le recibieron con los brazos abiertos, ahora lo repudian, empezando por los afines a Leire Pajín.
Lo peor para Alarte ha llegado en 2011. Su estrategia de fiar buena parte de su oposición a las causas de corrupción en el PPCV no ha funcionado en las urnas. Empeoró los resultados de Ignasi Pla en las autonómicas y, posteriormente, en una coyuntura -bien es cierto- muy negativa para el socialismo, cosechó cifras de mínimos históricos en la Comunitat en las elecciones generales.
Tras la derrota de mayo, se vio obligado a rebajar su discurso y tender la mano a quienes había tratado de defenestrar, como la ‘familia' lermista. La lectura que se hizo en la militancia fue la de un pacto para la supervivencia del secretario general, algo que ha sido aprovechado por aspirantes como Francesc Romeu y Manuel Mata para comenzar a solicitar una renovación del socialismo valenciano.
Ahora, con un congreso federal a las puertas, Alarte se enfrenta a un cónclave en el mes de marzo que decidirá su futuro. El lermismo ya se ha posicionado del lado de Carme Chacón de cara al liderazgo nacional, mientras que el secretario general del PSPV todavía no ha mostrado sus cartas. Deberá jugarlas bien para llegar con opciones a la batalla autonómica, que a día de hoy se presume muy complicada dado que sus rivales coinciden en un deseo, casi prioritario, de evitar su continuidad. Mientras tanto, la militancia del socialismo valenciano continúa su pérdida de fe cada vez más profunda e irreparable.
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