VALENCIA. Faltaban pocos segundos para que Francisco Camps fuera llamado a declarar. El expresidente de la Generalitat, dio un resoplido para después girarse a su derecha y lanzar una sonrisa. La cámara que proporciona la señal a los medios, viajó entonces a la izquierda hasta Ricardo Costa. El contraste fue evidente: el semblante del exsecretario general del PPCV era digno de la situación en la que se encontraba. Serio, con la mirada baja y algo perdida, plenamente consciente de las dificultades a las que se enfrenta.
La espalda de ambos acusados estaba cubierta por sus parejas en segunda fila. Isabel Bas, la mujer de Camps, y Laura Chorro, la compañera de Ricardo Costa. También llegaron algunos refuerzos en los bancos traseros: el presidente de Les Corts, Juan Cotino, y el portavoz del grupo parlamentario, Rafael Blasco.
El exjefe del Consell dio un paso al frente y se sentó para declarar acompañado de un papel. En el interrogatorio, Camps se mostró por momentos dolido y disciplente. Sacó a relucir en determinadas ocasiones su orgullo durante la comparecencia, con fogonazos de actitudes pasadas que le elevaban -bajo el aura del poder- por encima del bien y del mal.
Francisco Camps, ante las preguntas de las fiscales, recurrió en varias ocasiones a sus armas de político para responder a las cuestiones. En referencia a la fecha de una de sus visitas a Forever Young, el 4 de enero, llegó a proclamar: "Mientras otros estarían de vacaciones yo estaría trabajando". Como todo el mundo.
Destacó su propio carácter austero al recalcar los pocos trajes adquiridos en el periodo de tiempo en el que se enmarca la causa y se enzarzó en debates con la fiscal, asegurando: "Yo empatizo con mucha gente, con usted también podría empatizar". Afirmación que fue recibida con un silencio de pura sorpresa de la letrada.
Estos recursos fueron utilizados durante toda la tarde por Camps, quien recordó en varias ocasiones cómo había dejado de ser presidente de la Generalitat y del partido para acudir a los tribunales a defenderse, obviando, como es lógico, que se vio obligado a dimitir por la presión aplicada por la dirección nacional del PP con Mariano Rajoy a la cabeza.
Uno de los rifirrafes con las fiscales se centró sobre ‘la pregunta que nunca me hicieron'. La de los regalos. Camps insistió en que había esperado tres años para responder estas cuestiones en sede judicial, tallando así un argumento poco creíble a la vista de los innumerables recursos que ha presentado su defensa para retrasar y evitar el temido juicio.
La vehemencia del exjefe del Consell llegó a ser frenada en varias ocasiones por el Juan Climent, magistrado-presidente del jurado, quien le llamó la atención hasta seis veces. Así, Camps salvó la primera parte del interrogatorio con cierta solvencia y, sobre todo, con actitud de líder orgulloso y, por momentos, prepotente.
EL MAL TRAGO DE LAS ESCUCHAS
Camps rehuyó después la batalla con el abogado de la acusación popular, Virgilio Latorre. El expresidente de la Generalitat, acogiéndose a su derecho, rechazó responder a las preguntas del letrado por representar al rival político, el PSPV, un partido "al que siempre he tenido la suerte de ganar", remachó.
Latorre cocinó con calma el mal trago para Camps. Formuló sus preguntas y comenzó a utilizar las escuchas. El semblante del exjefe del Consell se tornó serio, percibiéndose en su rostro el sabor amargo de aquellas conversaciones telefónicas que, no por ya conocidas, resultaron menos dolorosas. El "amiguito del alma" resonó en la sala mientras Camps jugueteaba con un bolígrafo con mirada perdida y gesto de desdén.
Con el fin del turno de Latorre, la palabra pasó a Javier Boix, abogado del exjefe del Consell, lo que permitió a Camps retomar su rol de presidente e, incluso, por momentos, desbocar su vena más 'mitinera'.
Habían pasado cuatro horas desde que el expresidente comenzara a declarar, pero aún tuvo fuerzas para lanzar un dardo al propio magistrado Climent. Al ser preguntado sobre si tenía influencia como presidente de la Generalitat para adjudicar concursos o resolver contratos lo negó tajantemente. Y fue más allá, al señalar que Climent era "un testigo de excepción" porque trabajó como asesor de Joan Lerma en los años 80.
"Así que sabe -subrayó, mirando al magistrado- que Presidencia no tiene capacidad alguna para adjudicar nada". En este punto, Climent le recordó que la pregunta era si tenía facultades de adjudicación, y que todo lo demás era una "opinión", además de añadir que las leyes de contratación desde los años 80 habían cambiado "bastante". Saltaban chispas.
Tras cerca de cinco horas de declaración, Camps terminaba de responder preguntas. Durante el día, se le había observado con actitud distendida pero en el interrogatorio, ostentó una pose desafiante y puntillosa. Hoy, llega el turno de Ricardo Costa. Taciturno, incluso con aspecto algo enfermizo -tal vez fruto de un catarro-, deberá afrontar la misma travesía que el exlíder del PPCV.
Eso sí, habrá que esperar cuál será la línea de interrogatorio para Costa, puesto que no son pocos los que opinan que su defensa se apuntalará sobre su condición de diputado y la imposibilidad que tenía de tomar decisiones con ese cargo, lo que podría complicar la estrategia de Camps.
Actualmente no hay comentarios para esta noticia.
Si quieres dejarnos un comentario rellena el siguiente formulario con tu nombre, tu dirección de correo electrónico y tu comentario.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.