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El que manda, manda (y si no, baja el señor Botín y se lo explica)

ALVARO MOHORTE. 29/10/2011 A nadie le gusta que le interrumpan, pero el presidente del Santander hasta se enfada con el público que le aplaude

VALENCIA. El hombre más influyente de la economía española no es un fino estilista de la dialéctica, precisamente. Emilio Botín, presidente del banco Santander, sabe que tiene que aparecer en público, sabe que tiene que hablar y sonreír, pero se nota que no le gusta en absoluto.

El trago amargo lo pasa con estoicismo y disciplina. Habla muy despacio, vocalizando mucho las palabras. No improvisa nada. Lo lee todo en papel sin levantar apenas los ojos del texto y, si se equivoca o le interrumpen, vuelve al principio de la frase. Lo que a él le importa es que esa gente por la que tiene que aparecer en público (sus accionistas y clientes) por lo menos se entere de lo que está diciéndole.

A todo esto hay que sumarle sus formas demasiado enérgicas, casi autoritarias. La agresividad que transmite resulta casi intimidatoria. La fuerte personalidad no le imprime carácter, sino que le desborda.

EL EJEMPLO

En la Junta General de Accionistas del años 2011 una oleada de aplausos interrumpió el discurso del presidente cuando hablara de la rentabilidad por dividendo.

Lo normal hubiera sido demostrar satisfacción, pero el video oficial de SantaNder deja ver fugazmente como Emilio Botín frunce el ceño, levanta la mano para que se callen y mira a la masa entusiasta casi indignado. El motivo está en que la cleck había entrado demasiado pronto (todavía no había dicho la cifra) y Botín no había llegado a la pausa del discurso en la que le iba a darle paso a las aclamaciones. Después de un "gracias a los señores accionistas" que suena a un correctivo, vuelve a empezar el párrafo y el canal oficial del banco en Youtube nos deja con las dudas de si volvieron a aflorar los aplausos donde el señor Botín ordenaba.

OTROS ASPECTOS

Ante la duda de qué ponerse, Botín siempre se pone lo mismo: traje oscuro, corbata roja corporativa y, por comodidad, tirantes también de color rojo. La única licencia que se permite está en las camisas, que pueden ser lisas o a rayas, aunque siempre azules.

Respecto a la calvicie, lo mejor es lucirla. Una cabeza despejada siempre queda mejor que un arreglo o un peluquín (por muy bien que esté colocado y peinado). Algo parecido pasa con el cabello teñido, que puede resultar tan artificial que el público se fije más en los pelos que en lo que esté diciendo su propietario.

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