VALENCIA. "A veces, no sé, es como si no nos escuchara, como si estuviera fuera de la realidad...". La frase la pronunció en privado un destacado dirigente empresarial tras una de las reuniones que mantuvo en campaña electoral el entonces presidente la Generalitat Valenciana y candidato a la reelección por el Partido Popular, Francisco Camps.
"Le explicamos que la cosa está muy mal, que es necesario tomar medidas drásticas porque si no, no sabemos qué va a pasar... Pero no entra al trapo, y sigue hablando de un escenario de crecimiento y de prosperidad que los empresarios no reconocemos...", confesaba apesadumbrado el empresario.
Ni era el único ni sus palabras eran, ni de lejos, las más fuertes que se podían escuchar de la boca de los máximos representantes patronales cuando no había micrófonos. Rezumaban desazón ante el 'país de nunca jamás' que Camps describía cada vez que intervenía en público y en privado. "Es que lo mismo que dice en los mítines, nos lo dice en las reuniones y eso no es normal", se quejaba otro destacado empresario en esa misma época.
La evidencia de la deriva de la economía valenciana, con la mayor tasa de paro de España, sectores empresariales enteros, especialmente el inmobiliario, cerca del abismo, con las fuentes de financiación cerradas y con las perspectivas de futuro llenas de incertidumbres, al presidente de la Generalitat le parecía otra cosa. Sí, quizá hubiera problemas, pero no por culpa de los valencianos.
Camps ganó las elecciones con una mayoría más que suficiente para afrontar cualquier reto sin esperar una factura popular inminente. Había pasado ya el momento de recolectar votos y podía abandonar ese optimismo excesivo que utilizaba y asumir la necesidad de abordar la grave situación económica de la Comunitat Valenciana y de las propias arcas de la Generalitat, con impagos cada vez más frecuentes y criticados sin ninguna clase de sordina por los sectores afectados.
Sin embargo, el presidente, ese día candidato, se presentó en Les Corts para el debate de investidura en el que repitió un discurso que, de nuevo, torció el gesto de los empresarios que esperaban un mensaje distinto. Porque ya no se trataba de prometer austeridad en el gasto. Esa época ya había pasado. Ahora ya había que reconocer la profundidad de la crisis pública y privada y anunciar recortes severos que permitieran atender lo esencial.
¿CRISIS? ¿QUÉ CRISIS?
Camps dibujó ese día un escenario envidiable: "Somos de las regiones más competitivas de Europa", "tenemos una población activa de dos millones y medio de personas y 350.000 empresas", "contamos con sectores productivos líderes", "hemos creado un sistema de innovación excepcional", "nos estamos convirtiendo en la plataforma logística del sur de Europa", "nuestro trabajo de proyección internacional nos ha hecho más atractivos que nunca en el mundo"...
Con esa actitud, las promesas de contratos programa para los altos cargos, el recorte en algunas fundaciones y empresas públicas (la mayoría inactivas e insignificantes) o la reducción del organigrama del Consell (que al final quedó en nada), tenían muy poca credibilidad. "¿Cómo vamos a enfrentarnos a la crisis si el presidente parece que piensa que estamos genial?", lamentó ese día otro dirigente empresarial.
Y así pasó un mes. En ese tiempo los nuevos consellers, especialmente el equipo económico capitaneado por José Manuel Vela -conocedor de la gravedad de la situación de las arcas públicas- tomó las riendas para elaborar un programa de recortes. Mientras, para indignación de muchos, Camps se reunía con Bernie Ecclestone para ver si ampliaba el Gran Premio de Fórmula 1. "Los grandes eventos son un gasto superfluo", insistían las patronales. Como si oyera llover.
Pero llegó el auto de apertura de juicio oral por el caso de los trajes (una parte del caso Gürtel en la que Camps está imputado) y todo cambió de repente. Para la historia quedará el día en que el presidente estuvo a punto de declararse culpable de un cohecho impropio con tal de seguir en el poder. No lo hizo y le forzaron a dimitir. Fue el 20 de julio. Hoy hace un mes.
Unos días más tarde, Alberto Fabra, alcalde de Castellón hasta entonces, tomó posesión como nuevo presidente de la Generalitat. Llegó a Les Corts al debate de investidura al lado de Camps. Se abrazaron y se lanzaron los halagos propios de ese momento amargo. Pero fue el último día. Camps desapareció de la escena política y mediática -aye reapareció por primer vez en uno de los actos enmarcados en la visita del Papa a Madrid- y Fabra emprendió un camino que ha ido alejándose cada día más de la senda de su predecesor.
EL DISTANCIAMIENTO
En el propio debate de investidura Fabra ya introdujo importantes matices que venían a enmendar políticas de Camps. Pero con el paso de las semanas, su discurso se ha ido endureciendo hasta llegar a la cruda realidad. "Los políticos tienen la obligación de luchar contra el paro, el gran lastre que tiene la sociedad", "las administraciones tenemos que ajustar las estructuras administrativas, al igual que los ciudadanos lo han hecho ya en sus casas y en sus empresas", "hemos tenido que hacer un esfuerzo titánico para mantener los servicios públicos", "la situación actual es muy compleja"...
Esa complejidad obliga a tomar medidas difíciles. "Habrá que reducir personal, por supuesto, habrá que concentrar los objetivos, habrá que ser más eficientes", "Canal 9 es inviable", "tenemos que reajustarnos y reducir todo aquello que sea superfluo"....
Esta misma semana Fabra se reunió con el presidente de la patronal autonómica Cierval, José Vicente González, y con el del Consejo Superior de Cámaras de la Comunitat Valenciana, José Vicente Morata. Al salir del encuentro las caras eran distintas a las de la etapa anterior. El presidente serio y sin salidas de tono sobre la situación económica. Los empresarios también con pose grave pero con la sensación de haber avanzado un paso. El de tener un interlocutor que no vive en un mundo distinto al suyo. Tanto que, tras la rueda de prensa, formaron un corrillo los tres y el conseller de Economía e Industria, Enrique Verdeguer, en el que siguieron departiendo en privado, algo impensable con el Camps del último año y medio.
El cambio de discurso resulta tan evidente que se hace extraño echar la vista atrás y comprobar que solo ha pasado un mes. Y si bien asumir la realidad es el primer paso para intentar cambiarla, a partir de septiembre llega la prueba de fuego que permitirá saber si a Fabra le tiembla o no el pulso para hacer lo que cree que debe hacer. Las tijeras están en sus manos.
En un país normal, la metiera patronal havera fet dimitir als seu dirigents. Ningú tenia collons de dir-ho en public? Aixina anem.
Gracias Camps por haber dimitido. Nos ha dejado al borde del precipicio. De no haber dimitido ya habriamos caido. Gracias a Jose Manuel Vela por haber puesto el dedo en la llaga. Y gracias a Fabra porque parece que va en serio. Aunque hoy ya leo en la prensa que El Consell da un plazo de dos años para meter la tijera en el sector publico. Lo que no se haga YA, no se hara. Dentro de dos años ya no se hara. Asi que President, meta la tijera YA
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