VALENCIA. Durante su largo mandato en el PP (1990-2004), José María Aznar enseñó a sus compañeros de partido una valiosa lección: el valor de la unidad. Cuando Aznar llegó al poder en el PP, la derecha española mostraba un largo historial de desunión. Empeñada en luchas cainitas que destruyeron la UCD y debilitaron al antecesor del PP, Alianza Popular, en los años ochenta, Aznar intentó inculcar en su partido la noción de que sólo mediante una disciplina de hierro y una organización fuertemente jerarquizada podía el PP constituirse en una auténtica alternativa a los entonces hegemónicos socialistas.
Esa idea, el principio de la unidad, ha sido constantemente puesta en duda en el PP, tanto el nacional como el valenciano, desde el mismo año: 2003. En ese año Aznar nombró a su sucesor. Casi al mismo tiempo, se producía en el PP valenciano un traspaso de poderes que llevaría a Francisco Camps a ocupar la presidencia de la Generalitat Valenciana.
Aznar teledirigió su sucesión y nombró a Rajoy con el famoso "dedazo". Lo mismo que ocurrió en Valencia, donde Camps fue aupado al puesto merced a la decisión, entre otros, de Eduardo Zaplana, ilusionado ante la perspectiva de manejar los hilos valencianos desde Madrid.
Como es sabido, ambas apuestas salieron mal, desde la perspectiva de Aznar y Zaplana: los obedientes sucesores acabarían demostrando criterio propio (más rápidamente Camps que Rajoy), e intentarían liberarse de la pesada herencia política y orgánica del líder que les había nombrado. Lo cual generó, a su vez, sendas fracturas aún no resueltas: en el PP nacional, entre los afines a Mariano Rajoy y los que miran con nostalgia la firmeza de Aznar y se han reunido en torno a Esperanza Aguirre. En el PP valenciano, entre la red de fidelidades, progresivamente más densa, de los afines a Camps, que controla férreamente las provincias de Valencia y Castellón y sólo se le resiste Alicante, reducto zaplanista.
Estas fracturas, sin embargo, no han llegado al punto de no retorno de la escisión, ni en España ni en la Comunidad Valenciana, con contadas excepciones: las listas zaplanistas en algunos municipios alicantinos, como Benidorm o Villajoiosa, y la creación de un nuevo partido en Asturias, FAC, reunido en torno a la figura del ex presidente (y ex secretario general del PP) Francisco Álvarez Cascos.
Sólo en un momento concreto, pero muy importante, estuvieron a punto de plasmarse las disensiones, normalmente larvadas, en el PP. Y fue, precisamente, en el crucial Congreso de Valencia de 2008, cuando Mariano Rajoy superó airoso el desafío que entonces se le estaba planteando desde el aznarismo, con Juan Costa como alternativa y Esperanza Aguirre como alma mater. Y superó el desafío gracias al cerrado apoyo de Camps, que garantizó los avales de la Comunidad Valenciana y sus casi 100000 militantes. Avales que le fueron entregados a Rajoy... Por Ricardo Costa, entonces secretario general del PPCV. Ante tal exhibición de fidelidad, la primera reacción de Rajoy ante el estallido del caso Gürtel fue hacer profesión de fe en Camps.
La segunda, meses después, en octubre de 2009, fue intentar una demostración de fuerza que salió mal: Génova exigió la cabeza de Ricardo Costa y el PPCV se la dio, pero a regañadientes y tras intentar resistirse por todas las vías posibles. Costa hizo una emocionada comparecencia de prensa en la que casi parecía un mártir de Génova y que selló una nueva época en las relaciones entre el PP nacional y el valenciano.
Una época marcada por el enfrentamiento sordo entre un PP nacional que ve en Camps y los suyos a gente díscola y poco de fiar y un PPCV que ha alumbrado una suerte de incipiente regionalismo, consistente en hacer de su capa un sayo y tomar las decisiones importantes unilateralmente, en la confianza de que Génova no tendrá más remedio que validarlas a posteriori. Como así ocurrió hace un par de meses, con la proclamación de la candidatura de Francisco Camps por parte del PPCV, que el PP nacional aprobaría poco después.
La crisis, cerrada en falso en esta campaña electoral, merced a la reconciliación escenificada por ambos en el mitin de la plaza de Toros, seguirá implícita al menos hasta que se dilucide definitivamente la resolución judicial del caso Camps y se celebren las Elecciones Generales de 2012. Si, como es previsible, Rajoy las gana, habrá que ver qué decisiones toma, si es que toma alguna, respecto de Camps y el PPCV. Y habrá que ver también si puede tomarla a esas alturas, con un President de la Generalitat previsiblemente avalado por una cómoda mayoría absoluta.
Aunque desde aquí aventuramos que pasará lo siguiente: nada. El valor supremo de la unidad, que explica tantas cosas en el PP, tiene un correlato lógico: el poder. La unidad permite alcanzar el poder y el poder otorga la unidad. Para un partido con más sensibilidades regionales de lo que parece y donde conviven democristianos, liberales, neoconservadores y centristas, no puede haber mejor pegamento.
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