VALENCIA. Las próximas elecciones locales y autonómicas supondrán el fin de una intensa y extensa carrera política: la protagonizada por Carlos Fabra Carreras. El 22M certificará la jubilación de uno de los dirigentes que ha ocupado un lugar privilegiado en la escena política de Castellón durante los últimos 16 años. Un hecho que abre una etapa nueva tanto en el Partido Popular (PP) como en la Diputación provincial.
El actual presidente de esta institución, que ostenta el cargo ininterrumpidamente desde 1995, es el representante de una de las familias de mayor tradición política en Castellón. Sus miembros, a lo largo de cinco generaciones, han regido el funcionamiento de este organismo en diversos períodos desde finales del siglo XIX. Creando, así, una de las sagas políticas más relevantes de la historia de la provincia.
Carlos Fabra ha personificado, a la perfección, la combinación de un liderazgo carismático y caudillista. Más allá de sus excesos verbales, de su controvertida personalidad y de los procesos judiciales a los que ha tenido que enfrentarse, el presidente de la Diputación se ha configurado como un dirigente político ampliamente reconocido, tanto por su partido como por el electorado, que ha contado con amplios recursos a su disposición, que no ha dudado en utilizar. Y, precisamente, el ejercicio del poder con mano de hierro ha sido una de las constantes de su vida política.
Tanto el liderazgo como la estrategia desplegadas por Fabra se pueden sintetizar en tres grandes ejes de fondo. En primer lugar, su mandato se ha distinguido por una fuerte estabilidad a nivel interno. Su posición como máximo dirigente del PP en Castellón no ha sido contestada absolutamente por nadie dentro de la formación. Sin duda, Fabra ha sido un maestro en el ejercicio de los resortes de poder.
En este camino, su control sobre la Diputación, una institución estratégica que permite tener relación directa con el conjunto de los ayuntamientos de la provincia, ha sido esencial. Su proyecto político se ha prologando en el tiempo, de manera hegemónica, a lo largo de dos décadas permitiéndole consolidar su dominio. Su permanencia en el poder han sumido a su partido a nivel provincial en una dulce inmovilidad que ha impedido el surgimiento de liderazgos alternativos, capaces de cuestionarlo.
La segunda estrategia aplicada por Fabra se ha basado en una aplicación estricta del principio de territorialidad. Su trayectoria política se ha visto presidida por la defensa de los intereses de Castellón como prioridad básica. El desarrollo de este papel de guardián custodio del territorio lo ha llevado, hábilmente, hasta el extremo. Incluso enfrentándose a su propio partido a nivel autonómico cuando lo ha considerado oportuno.
Jugando esta baza, no sólo se ha reivindicado ante los ciudadanos como máximo protector de los asuntos de la provincia, sino que, además, ha edificado su poder dentro de su formación. Con esta fórmula, ha marcado perfil propio dentro del PP de la Comunidad Valenciana, hasta el punto de ganarse el rango de barón provincial, y ha reafirmado su autonomía e independencia respecto a Valencia. Algo que ha multiplicado exponencialmente su control interno de la estructura provincial de su partido.
Finalmente, el tercer elemento que define el liderazgo de Fabra es la aplicación a ultranza del esquema "amigo-enemigo", enunciado por el politólogo alemán Carl Schimtt. Recurriendo a este criterio, de forma sistemática, ha puesto en práctica un doble movimiento. Por un lado, ha generado, en torno a sí mismo y a su proyecto político, una sólida cohesión interna, premiando las fidelidades entre sus correligionarios.
Por otro, ha identificado, en cada momento, pública y explícitamente a su rival político, sobre el que ha concentrado sus ataques. Siempre en clave provincial, Ximo Puig (alcalde de Morella), primero, y Francesc Colomer (alcalde de Benicàssim y secretario provincial del PSPV-PSOE), después, han sufrido la implacable ira de Fabra, que, en los últimos tiempos, ha recurrido, incluso, a la descalificación de su antagonista político. Este reconocimiento del enemigo le ha permitido identificar claramente su propuesta política, circunstancia que ha generado un férreo sentimiento de pertenencia entre la militancia popular en Castellón.
No obstante, la jubilación de Fabra tras el 22M abre un momento clave, en términos de redefinición de los centros de poder, en el PP de Castellón. En el nuevo escenario, tres son los actores que emergen con fuerza: Javier Moliner, Andrea Fabra y Alberto Fabra. El primero, vicealcalde de Castellón y adjunto a la presidencia provincial del PP, ha sido ungido como candidato a la Diputación. Por su parte, la segunda es hija de Carlos Fabra, desde 2008 ocupa un escaño en el Congreso de los Diputados y todo indica que será la continuadora de la estirpe. El tercero, alcalde de la capital y sin vinculaciones familiares con los Fabra, parece orientado a jugar un papel más destacado en el escenario autonómico que en el provincial.
Javier Moliner es un político joven, de 36 años, y con un marcado perfil tecnócrata, puesto que es ingeniero industrial. Su perfil político ha sido, hasta ahora, discreto, pese a que su figura se asocia a cierta modernización del discurso y la imagen del PP de Castellón. La gran incógnita de esta nueva etapa será comprobar si es capaz de suscitar adhesiones en el seno del PP castellonense y puede, con ello, consolidar su posición de manera autónoma y, así, construir su liderazgo. Es decir, la clave estará en saber si se queda en mero heredero del fabrismo o se crea un perfil propio y diferenciado.
La primera prueba de fuego vendrá determinada por el equipo de gobierno del que se rodeará en la Diputación. La duda estriba en si tendrá capacidad para renovar la composición del grupo popular en la institución provincial o tendrá que cargar con los dirigentes fieles a Fabra, convirtiéndose en un presidente teledirigido. La mayoría de estos últimos han desarrollado su carrera política en estrecha vinculación a la del actual presidente provincial y, algunos, están en la fase final de la misma, aunque ninguno de ellos ha manifestado su deseo de dar un paso atrás. El nivel de renovación que logre introducir Moliner será un primer barómetro para medir su poder.
El segundo paso en su consolidación como líder será su toma de poder dentro del partido. Pese a que se han hecho algunas declaraciones en este sentido, todavía está por ver si Moliner se convierte en el máximo dirigente de su partido en Castellón. Enfrente puede encontrarse con Andrea Fabra, de 37 años, que puede alzarse como una peligrosa rival interna. La hija del actual presidente podría, con el apoyo de su padre, optar a la presidencia provincial del PP, propiciando una bicefalia inédita. Con todo, emerge la gran duda final: ¿será Moliner sólo un dirigente de tránsito antes de que la saga de los Fabra se perpetúe colocando a una mujer al frente de la Diputación? o, por el contrario, ¿la sexta generación de la familia quedará al margen del poder provincial? El 22M abre un nuevo ciclo electoral cargado de incógnitas. Un período de cambios en el hasta ahora inmóvil panorama del PP de Castellón.
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(*) Andreu Casero Ripollés es profesor titular de Comunicación política de la Universitat Jaume I de Castellón
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