VALENCIA. El debate de ayer entre los candidatos a la alcaldía de Valencia, Rita Barberá (PP) y Joan Calabuig (PSPV), era muy probablemente el que menos expectativas debería generar en el espectador de entre los cuatro que se han emitido hasta la fecha: el debate de las Elecciones Autonómicas, el viernes pasado, y los referidos a las elecciones municipales de Alicante, Castellón y Valencia, en lo que llevamos de semana.
En las elecciones autonómicas, aunque parezca clara la victoria del PP, podemos entretenernos con el destino de EU y Compromís: si lograrán superar la barrera del 5% o se quedarán a las puertas de Les Corts. En las elecciones municipales de Alicante y Castellón existe cierta tensión competitiva; una moderada incertidumbre, aunque lo más probable sea la victoria del PP por mayoría absoluta. En Valencia nadie se atreve a discutir la absoluta hegemonía electoral de Rita Barberá, extendida a prácticamente todos los barrios de la ciudad.
Se presentaba un debate de contrastes: frente a Rita Barberá, conocida por el 100% de los electores, se encontraba Joan Calabuig, un desconocido para la mayoría quien, además, ha desarrollado su actividad en los últimos años en el ámbito de la política nacional y de la Unión Europea, sin apenas vinculación con Valencia. De hecho, en su primera intervención Calabuig recordó que había nacido en Valencia, algo que no dejó de reprocharle Rita Barberá: que tenga que presentarse ante los ciudadanos y le resulte preciso reivindicar, casi como un mérito, que nació en la ciudad en la que se presenta.
La mayor incertidumbre, por tanto, se cifraba en cómo se manejaría el aspirante. Calabuig partía con un horizonte de expectativas bastante bajo: aspiraba, fundamentalmente, a sobrevivir. En el debate, frente a la reina del populismo, y en las elecciones, donde el objetivo oficioso del PSPV es mantener los doce concejales que consiguió en 2007 (en realidad, si lograran mantenerlos casi sería un milagro). Sea por las escasas expectativas, sea por la comparación con los demás debates electorales, Calabuig salió airoso del envite. Se mostró bastante suelto y natural, explicó bien sus propuestas y, sobre todo, no dudó en entrar al trapo del discurso planteado por Barberá.
Un discurso, el de la alcaldesa de Valencia, estructurado en los términos de siempre: Zapatero odia a Valencia y disfruta maltratándola. Menos mal que esta ciudad va como un tiro y todos saben que es lo más bonito del mundo. Tan simple como eficaz. Además, este discurso podía verse reforzado en este debate por la actual condición de Joan Calabuig, diputado en el Congreso. Ya en su primera intervención, Barberá acusó al candidato socialista de "votar en el Congreso las políticas de paro socialista" y negarse a la ampliación del Cabanyal. Y a partir de ese momento retornó constantemente sobre las mismas cuestiones.
La respuesta habitual de los socialistas que han participado en estos debates era mirar hacia otro lado y no responder: ponerse a hablar de corrupción, de dignidad. "Tú di lo que quieras, que yo haré lo propio y sólo hablaré de lo que me conviene". El lector puede figurarse el interés que suscita un debate en estos términos, en el que no hay auténticas réplicas, con turnos de cinco minutos y en el que cada candidato desarrolla su discurso casi como si los demás no estuvieran.
Sin embargo, Calabuig respondió criticando la sistemática obsesión del PP valenciano con Madrid, como si ellos no gobernasen y no tuviesen ninguna responsabilidad sobre los problemas de la ciudad de Valencia; sobre todo, después de estar en la alcaldía durante veinte años. El candidato socialista venía a decir: no puedes quedarte sólo con lo bueno, con los éxitos, y escurrir el bulto de todo lo que no funciona. Es la respuesta que probablemente debería haber dado el PSPV, hace ya mucho tiempo, a la exitosa estrategia victimista que viene desplegando el PP valenciano desde que Rodríguez Zapatero accedió a la presidencia del Gobierno.
Con bastante habilidad, Calabuig criticó también a Barberá que no reivindique el pago de la deuda de la Generalitat con el Ayuntamiento, en un claro intento de volver en contra de la alcaldesa otro de los clásicos argumentos del PP: Zapatero no nos transfiere el dinero que nos debe. Por último, incluso se permitió el lujo (poco creíble) de decir poco menos que su objetivo primordial, en los múltiples puestos que ha ocupado en la política nacional y comunitaria, ha sido siempre "defender a Valencia".
Un efecto colateral, bastante llamativo, de este tipo de planteamientos por parte de los dos candidatos es que, en un debate sobre la ciudad de Valencia, los dos contendientes han ocupado la mitad de su tiempo en hablar de política nacional: cuando no había más remedio que enfocarse en la cuestión que motivaba el debate, la política local, ambos intentaban dar cabida a algunas propuestas. Bastante evanescentes en el caso de la alcaldesa y su consabido discurso de que Valencia está "más bonita que nunca" y que el PP ha logrado ponerla en el mapa, en el que Barberá se ha sentido siempre como pez en el agua.
Calabuig contrapuso algunas propuestas, más concretas (aunque ello no signifique, necesariamente, más realistas), que constituyen el eje de su campaña: sustituir la flota de coches del Ayuntamiento por coches eléctricos, renovar algunos barrios degradados, como Ruzafa y el Cabanyal, y sobre todo desarrollar políticas que incentiven el empleo desde el Ayuntamiento, mediante la realización de obras públicas y la aplicación de la Ley de Dependencia. Medidas con las que Calabuig espera generar más de 10000 empleos (ya decíamos que "concreto" no siempre implica "ajustado a la realidad").
Por tanto, el debate no decepcionó. O podría decirse que decepcionó por no resultar tan decepcionante como estaba previsto. Acostumbrados al nivel del viernes pasado o del espeluznante debate del lunes entre las candidatas a la alcaldía de Alicante, uno pensaba que el debate de Castellón fue un espejismo y que ayer todo volvería a la normalidad.
Pero que nos lleváramos una grata sorpresa no quiere decir que el debate haya estado exento de momentos surrealistas. Como el afán de ambos candidatos por poner delante de la cámara sucesivos gráficos que supuestamente apoyaban sus palabras, y que siempre consistían en lo mismo: con los míos lo conseguimos todo; con los tuyos, nada. O la obsesión, también compartida, por inundar de adjetivos el final de las intervenciones. Así pudimos saber que, si Calabuig venciera en las elecciones, su acción de gobierno sería "honrada, transparente, participativa, eficiente". Por su parte, Barberá presumió de que Valencia, bajo su gestión, se había convertido en una ciudad "verde, joven, atractiva, dinámica" y muchas cosas más. Deberían presentar una candidatura conjunta; la gente no tendría palabras para definir Valencia.
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(*) Guillermo López García es profesor titular de Periodismo en la Universitat de València
Gracias, Susana. ¡Y eso que no me dio tiempo a apuntar todos los adjetivos que soltó Barberá, pero fueron como ocho seguidos!
Muy bueno el final. Olé.
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