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El laberinto británico

EDITORIAL. 07/05/2010 El resultado provisional de las elecciones británicas constituye un excelente ejemplo de la disyuntiva en la que se encuentran los electorados europeos a pesar de la pretensión británica de ser diferente a Europa, como les gusta denominar a la parte continental de la misma. Ninguna de las dos opciones ha contado con el respaldo entusiasta de los ciudadanos que, a lo que parece, han votado el menos malo de los dos candidatos...

El resultado provisional de las elecciones británicas constituye un excelente ejemplo de la disyuntiva en la que se encuentran los electorados europeos a pesar de la pretensión británica de ser diferente a Europa, como les gusta denominar a la parte continental de la misma. Ninguna de las dos opciones ha contado con el respaldo entusiasta de los ciudadanos que, a lo que parece, han votado el menos malo de los dos candidatos. Impelidos, sin duda, por un sistema electoral mayoritario no corregido que hace que el 22% de los votos de los liberales representen sólo 50 escaños y el 29% de los Laboristas 236.

Sólo así cabe explicar que frente las desastrosa gestión de Brown, con su desprecio a la ciudadana Duffy como guinda, el ambicioso David Cameron no se haya hecho con la mayoría absoluta en un sistema electoral que distorsiona la voluntad electoral y fomenta el voto táctico. Ante el mismo, las expectativas del hasta hace bien poco desconocido Clegg se han diluido frente a las dos opciones tradicionales.

En buena medida este resultado fomenta el cansancio ciudadano frente a unas élites políticas que los tratan con fórmulas propias del siglo XIX cuando la formación y la información eran privilegio de unos pocos. Hoy, es imposible de ocultar un escándalo como el del abuso de gastos reservados por parte de los parlamentarios de Su Majestad, como lo es la ingente ayuda recibida por el sistema bancario del país sin exigencia alguna de rendición de cuentas por haber provocado su colapso.

Y hoy una parte de los ciudadanos no acepta que los costes de la crisis recaigan mayoritariamente siempre sobre los mismos: los trabajadores por cuenta ajena, funcionarios y pensionistas. Sin embargo el sistema electoral, que los propios políticos eligen, impeli el voto para evitar la victoria del considerado peor en las preferencias de los electores.

Ello explica el fiasco de la fulgurante irrupción de Nick Clegg en un panorama en que laboristas y conservadores parecen los únicos reservados a gobernar el país. Era, y es, el único que representa algo nuevo. La pretensión conservadora, no apoyada en las normas equivalentes a lo que sería una Constitución en Gran Bretaña, de que Cameron sea encargado de formar gobierno si es el candidato más votado es la última muestra de este apego a privilegios no votados por parte de las viejas élites. Junto las contrarias de las que necesita Gran Bretaña, y con ella el resto de Europa incluida la sociedad valenciana, para hacer frente a la profunda recesión de su economía.

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