VALENCIA. Canal 9 programó ayer por la noche el primero de los debates electorales que tiene previsto realizar a lo largo de la campaña. El primero y el más importante de todos, puesto que reunió a los líderes de los partidos que actualmente tienen representación parlamentaria (PP, PSPV, EU y Compromís). Y, a pesar de ello, se programó un viernes a las once y media de la noche. Aunque sería más apropiado decir "precisamente por ello".
Todas las medidas que han rodeado a este debate estaban pensadas para desincentivar a la audiencia y buscar la mínima repercusión posible: un viernes, casi a medianoche, al comienzo de la campaña, grabado con anterioridad para después emitirlo en diferido y, para rematar la faena, con un formato totalmente rígido, consistente en la sucesión de monólogos de los candidatos, que no se podían interpelar ni responder.
Ayer antecedió a este debate la película "Seguridad nacional" (2003), cuyo argumento ha resumido magistralmente el periodista Quico Arabí: "un policía de Los Ángeles tiene problemas por su carácter". Un bodrio de la peor especie que, al parecer, merecía más atención por parte de RTVV que el principal debate de política general de esta campaña.
El objetivo parece evidente: en consonancia con la campaña de perfil bajo que busca el PP, conseguir una audiencia casi anecdótica para estos debates. Pero, al mismo tiempo, asegurarse de que haya debates, de manera que la oposición tenga que conformarse con criticar el modelo de los debates, no su existencia. Con esta fórmula, a altas horas de la madrugada, RTVV logra desactivar "el debate sobre los debates".
Y lo más curioso es que, a juzgar por el contenido, probablemente Camps haya salido muy bien parado del debate, mientras que el más perjudicado, con diferencia, ha sido Jorge Alarte. Por una razón muy sencilla: los candidatos de los partidos minoritarios se ubican a la izquierda del PSPV. Sólo pueden crecer electoralmente a costa de los socialistas, no del PP. Y sus críticas iban dirigidas a menudo hacia sendos frentes: el PP y el PSOE como representantes de los mismos problemas y políticas conservadoras (el PP en Valencia y el PSOE en Madrid). La estrategia que tan buenos réditos le dio a Julio Anguita en la década de los noventa.
Frente a esto, las críticas de un Alarte acartonado, nervioso y poco convincente a la corrupción, la inoperancia del Consell durante esta legislatura o el enorme endeudamiento carecían de la fuerza suficiente como para imponerse en el debate; sobre todo con un modelo que impedía cualquier interacción entre los participantes.
Por su parte, el discurso de Camps quedó encuadrado en el sencillo silogismo de siempre: somos los mejores, y si tenemos algunos problemas son culpa de Zapatero y la ineptitud del PSOE que gobierna en Madrid. Cuando Rajoy gane las elecciones todo se arreglará.
En teoría, el debate estaba organizado en cuatro bloques temáticos: señas de identidad; educación y sanidad; infraestructuras; economía y ocupación. En teoría porque, a la hora de la verdad, los candidatos (en particular, Camps y Alarte) utilizaban cada bloque temático según su conveniencia, y acababan hablando de lo que les interesaba a ellos, aunque tuviera poco o nada que ver con el tema propuesto.
Sirva de ejemplo esta frase de Camps, que abrió el debate, supuestamente dedicada a las señas de identidad: "Una seña de identidad fundamental de los valencianos es la prosperidad y la creación de puestos de trabajo". Y a continuación, sin transición alguna, el candidato del PP pidió elecciones generales y catalogó al gobierno del PSOE de "indigno". Una tónica, la de ningunear a los demás candidatos y centrarse en atacar al Gobierno español, que no abandonaría ya en todo el debate.
Frente al presidente de la Generalitat se ubicó un Jorge Alarte poco sólido en el fondo y en la forma, que cometió varios errores expresivos en sus primeras intervenciones -en valenciano- y que no atinó a elaborar una crítica convincente: sus denuncias de corrupción y del enorme endeudamiento del Consell morían conforme la palabra pasaba a otro candidato, y quedaban así desdibujadas. No cabe extrañar que el PSPV buscase un debate cara a cara, ni que, precisamente para impedir una situación de confrontación, el PP incorporase también a EU y Compromís. Para aumentar la sensación de hostilidad con el candidato socialista, el moderador se permitió replicar a las críticas que hizo Alarte respecto de Canal 9 y la propia configuración del debate.
En cuanto a los partidos minoritarios, la candidata de EU, Marga Sanz (que hizo todas sus intervenciones en castellano), fue quien más se ciñó a la estructura de bloques con la que estaba diseñado el debate. Sus intervenciones, un tanto hieráticas, fueron críticas por igual con PP y PSOE en su denuncia de la reforma laboral, de la precarización y de un modelo económico "depredador" que sería el causante de la degradación del territorio y del agotamiento de la economía
Por su parte, Enric Morera, que se manejó a lo largo de todo el debate con bastante solvencia, elaboró un discurso reivindicativo frente a la dejación de funciones del Gobierno del PP en materias diversas, como la pérdida del control de Bancaja y la CAM o la falta de sensibilidad de Camps frente a las víctimas del accidente de la línea 1 de metro de Valencia en 2006, a las que se ha negado a recibir hasta la fecha. Aunque el candidato de Compromís incorporó a menudo un tono un tanto "mitinero", no carecía de eficacia, como cuando propuso "infraestructuras bien planificadas, con aeropuertos que tengan aviones".
Como es habitual en este tipo de debates tan generales, los candidatos apenas esbozaron propuestas concretas para abordar los distintos asuntos que pusieron sobre la mesa. Por ello, el discurso parecía a menudo un mero ejercicio de voluntarismo plagado de frases huecas, aspecto que se acentuó en la última intervención de cada candidato. Aunque aquí nadie pudo batir a Camps, cuyo discurso dijo cosas tan elementales como que con los socialistas todo era triste y "de segunda", mientras que ahora somos "de primera", o que la Comunidad Valenciana es "lo més gran que n'hi ha en Espanya i en tot el món", con lo que la exaltación de valencianía llegó al paroxismo.
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(*) Profesor Titular de Periodismo en la Universitat de València
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