VALENCIA. Agasaja la Generalitat a sus ciudadanos ofreciendo justas medievales en el Centro del Carmen y la tierra de nuestro querido escritor y cavaller En Joanot Martorell sigue martirizada por la especulación, desprecio a la historia y burla a su ciudadanía entusiasta, todos nosotros, los valencianos. Y muy en especial el barrio del Carmen que, a excepción de la hermosa iglesia que le da nombre, restaurada con gusto, el resto es un escenario de The road, la novela de obligatoria lectura de Cormack McCarthy.
Pero eso es fiesta; en política, preocupados han de estar los muchachos del PPCV por el sesgo de los acontecimientos al noroeste de la Nación. Aterrados empero (como si hubiesen visto al mismísimo Norman Gates de Psicosis) se agitan los chicos del PSPV; están viendo una nueva versión de los Hermano Marx: la parte contratante de la primera parte y la parte contratante de la segunda parte... escenificada por dos notorios actores del Club de la Comedia: Camps y Alarte.
Tengo por costumbre desde niño hacer confidencias a través de los enchufes de la luz con mi rey preferido, Baltasar, el negro (es universalmente sabido que por ahí escuchan los Reyes de Oriente lo que sucede en el hogar).
Dio a suceder que el día de año nuevo, cuando la luna era ya una amenaza para los callejeros, me dijo que este año cargan carbón del de quemar en sus modernos trailers siderales para todos.
Ha sucedido un fenómeno extraño, paranormal, en la política de l'Horta, esta semana que la peña alucina pensando que han llegado las chirigotas de Fallas antes de tiempo. Se trata del pacto contra natura entre Camps y Alarte que algunos ya comparan con el de Ribentropp-Molotov de 1939 (nazis y comunistas, distinta cara de la misma moneda).
Fuentes muy ocultas señalan que la obsesión de Alarte por hacerse visible le va a llevar al desastre porque "se está liando con un gobierno que no paga ni los sellos". Se frotan las manos las muchachas y muchachos de las izquierdas ortodoxas como Compromís y EU pues les ha llegado que dicen las comadres de Blanquerías que esta monstruosidad política tan fallera va a arrojar a las bases socialistas en brazos de estos líderes farrucos que forman las diputadas Mónica, Mireia y Morera.
Este último, líder del Bloc, dice algo que pone los pelos de punta: "Una cosa es defender en clave de País, los intereses de nuestra tierra y otra es aceptar las tesis del PP; eso lleva a un partido único, o sea la fusión del PP-PSPV". Eso, ociosos lectores, ya no es novela americana sino culebrón dostoievskiano al estilo de los hermanos Karamazov.
Suena fuerte lo que dice por teléfono al que esto escribe el aspirante a president de la Generalitat más utópico que este país perplejo pueda imaginar. Los socialistas comienzan a arrugar la nariz cuando se menta a Alarte, señalan que es un gran desconocido e insisten en que quiere visibilidad (¿qué demonio significará ese palabro?) para salvar sus muebles. Cotillean los sociatas más potentes, entre whisky de malta y Don Perygnon, que no se puede estar con un tío que podría ir a la cárcel.
La política de los partidos se está convirtiendo en algo así como el juego del Monopoly. ¿Porqué nadie del PSPV chista ante el agravio, al igual que los comunistas europeos miraron a otro lado cuando la URSS invadió Hungría?
Respuesta: ese tránsfuga encubierto que es Jorge Alarte es el que tiene que hacer las listas. Palabra tan sagrada para los socialdemócratas como el Buey Apis para los egipcios. Cual capataz melonero que llega a la plaza de Nules y elige a dedo a aquellos inmigrantes más capaces para recoger su cosecha, el político de los mofletes rosados ya tiene pactos secretos con la minoría lermista del PSPV (la vida de los otros) para aupar a la gloria a Ximo Puig, el último conjurado, ese Conde de Montecristo helado en Morella en los confines del País Valenciano, Morella city.
Los viajes de Gulliver (1716), el gran libro de Jonathan Swift, debe reposar en la mesita de noche de todo político que se precie. Aparente cuento para niños, que lo es y muy divertido, es también un tratado de ciencia política y un sarcasmo genial sobre la puerilidad de ésta.
El valiente capitán Lamiel Gulliver, de turista estos días por la capital del inexistente río Turia, se agacharía atónito ante dos diminutos personajillos encorbatados del Reino Valenciano de Taifas para observar una pequeña trifulca entre Joan Calabuig y su segundo Broseta, responsable del PSPV en Valencia, guapo joven y silencioso cual Esfinge de Keops, pero exactamente tan invisible como Alarte. Se están pegando por las listas.
Mi rey mago tiene razón, a esos ni agua. Cascos traiciona a Rajoy y quiebra la unidad de España en el momento en que más han de estar prietas las filas; el socialista Alarte se encama con el popular Camps, al estilo Hitlet-Stalin; y para colmo, dos socialistas de la aldea de Martorell que aparentan amor se odian a muerte.
Las listas, amigos, las listas. En tiempos de luz, cuando vivían Don Vicente Blasco Ibáñez y Don Pepe Benlliure, el servicio público que eso es la política, se combinaba con un oficio. Ahora, los políticos cobran y no necesitan trabajar en otra cosa. Como nunca cogen el metro ni se enteran de la realidad social están en en el país de los yahoos de Gulliver.
Escondidos en sus guaridas de la Sierra Mariola, los tarros más preclaros de la tierra del gran autor de Tirant Lo Blanc, se estrujan la mollera para encontrar la tercera vía que salve esta bendita Comunidad de la indigencia.
Poderoso caballero es Don Dinero. Si no hubieran dejado llevarse tantos millones a los corruptos, hoy seríamos un poco más honrados. Parece esto el reino de Taifas.
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