Tres personas ciegas se encuentran frente a un elefante. Cada uno de ellos empieza a palpar una parte del paquidermo para poder "ver" lo que tienen entre manos. El primero concluye que es una pared, al tocarle el torso. El segundo exclama que se trata de una serpiente, al acariciar la trompa. El tercero añade: "os equivocáis, es una lanza de marfil!". Budistas e hindús han utilizado esta parábola para describir las limitaciones humanas a la hora de describir fenómenos que escapan a nuestra comprensión. Esta fábula inspiró al autor británico del siglo XIX John Godfrey Saxe cuando escribió el poema "Los ciegos y el elefante":
It was six men of Hindustan
To learning much inclined,
Who went to see the Elephant
(Though all of them were blind),
That each by observation
Might satisfy his mind.
¿Pero qué sucedería si en vez de un elefante tuviéramos tres animales totalmente distintos encerrados en una misma jaula? Y los tres ciegos atrapados con ellos intentando averiguar cuáles son. O intentando desconcertados encontrar la salida. Completaríamos la analogía si la jaula fuera tan pequeña y los animales estuvieran tan hambrientos que el oso panda chino aplasta al tigre celta, que a su vez está devorando al gallo francés. Un ciego, al tocar la sangre del gallo dice "es un río", el segundo confunde la piel del oso con un abrigo de visón y el tercero grita "sácame de aquí", cuando nota que el zarpazo del tigre le quema la piel.
Ahora sustituyamos ciegos por economistas, como hicieron Graham y Bean en 1992 para describir los problemas metodológicos del estudio de la inversión extranjera directa, y estaremos ante una metáfora bastante acertada sobre las discusiones económicas que estamos viviendo en estos días.
Profesores, catedráticos, e incluso premios Nobel buscan razones, que siendo contradictorias o completarías, aciertan a explicar una pequeña parcela de una realidad que nos va superando y escapa a nuestra comprensión. Leemos a diario artículos salmón que nos convencen durante unas horas, hasta que el próximo sobresalto en las cotizaciones nos obliga re-pensar y re-imprimir. Unos dicen, "son los mercados". Otros gritan, "es el déficit". Rasgándose las vestiduras señalan a los especuladores, que acechan como malvados espías surgidos del frío. Sin embargo, puede que estemos ante un mamut tan grande que nadie ha podido ver en toda su dimensión. O ante animales tan distintos y desconocidos, que confunden y ciegan a los analistas económicos.
Sin embargo son precisamente los economistas los que están en contacto diario con las bestias enjauladas, como los cuidadores de los leones en un circo. Por ello, el resto de la sociedad espera sus respuestas, soluciones y recetas a los problemas. Pero la economía dista mucho de ser una ciencia médica (no he visto a ningún economista dispensar recetas, todavía). Explica razonablemente bien el pasado, pero es escurridiza con el presente (y no digamos con el futuro). Como la lechuza de Minerva emprende el vuelo cada vez que la intentamos abrazarla.
Keynesianos y liberales intentan explicar un fenómeno, que posiblemente sólo entenderán sus nietos con la perspectiva y conocimientos suficientes. El maná de las políticas keynesianas parece haberse acabado reparando las aceras. El liberalismo de Chicago ha sucumbido al igual que su oriundo Al Capone, al cual condenaron por evasión de impuestos y no por gánster.
Pero no es sólo cosa de dos, en el poema de Saxe aparecen hasta seis ciegos. Parece como si los antagonistas de Keynes hubieran sido siempre Friedman y compañía, cuando fueron precisamente su coetáneos Mises y Hayek quienes más le disputaron la supremacía intelectual de principios del siglo XX, como apunta la columna "Buttonwood". La olvidada escuela austriaca parece resurgir de sus cenizas, demasiado liberales para los keynesianos y demasiado irracionales para los liberales. La visión austriaca del ciclo económico y su asunción de la irracionalidad de los agentes en los momentos expansivos parece estar cobrando fuerza. Incluso los mercantilistas vuelven al futuro tres siglos después, pero en vez de con un DeLorean, con una escalada de devaluaciones.
¿Qué se puede hacer desde la profesión económica? ¿Cruzarnos de brazos y esperar a que aparezca un donante de córnea? En mi opinión, podemos contribuir al desarrollo de unas nuevas gafas. Investigar para conseguir alguna percepción sensorial que nos ayude al menos a intuir lo que ocurre. Como la realidad virtual que ayuda a los ciegos a conformar imágenes en el cerebro. Con enfoque ecléctico, construir nuevos procedimientos de análisis, métodos econométricos, modelos novedosos y frescos, que puedan contribuir a que de aquí a 50 ó 100 años algún doctorando en economía se pregunte "Pero si era un elefante, ¿cómo es posible que no lo hubieran visto antes?"
Magnifico artículo. Es verdad que la economía se ha convertido simultánea y paradojicamente en la ciencia más compleja y más vulgar. Todo el mundo se atreve a hablar de economía y a veces se lee x y su contrario en el mismo discurso. Apelo a la humildad y a la sencillez.
Ayer mismo leía, en el ultimo libro de Hawking y Mlodinow, que la única zona de nuestro campo de visión que goza de buena resolución es un área estrecha del orden de del ancho de la imagen del pulgar cuando tenemos el brazo alargado. Para el resto, nuestro cerebro procesa los datos con la hipótesis de que las propiedades visuales de los lugares contiguos son semejantes. Es decir, que el cerebro construye una imagen o modelo mental de la realidad. Excelente articulo.
Efectivamente, la escuela austriaca explica a la perfección las crisis cíclicas, causadas siempre por el intervencionismo exagerado de lo público en la política monetaria. En España recomiendo leer a Jesús Huerta de Soto.
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