VALENCIA. El próximo 4 de agosto se cumplirán 20 años de la celebración del primer FIB. El aniversario fue recalcado en la edición del año pasado, la número veinte. Pero los contratiempos ocasionados por el cambio en el accionariado y en la dirección del festival (de Vince Power a Melvin Benn), tras un turbulento periodo en el que el certamen pasó por un concurso de acreedores e hizo temer por la celebración de su edición de 2013, provocaron que Benicàssim ofertase el año pasado un cartel de perfil bajo para tratarse de una fecha tan señalada.
La semana que viene, y sin deparar grandes novedades, la cita remontará ligeramente el vuelo con las actuaciones de Blur, Noel Gallagher & The High Flyin' Birds, Portishead, Florence +The Machine, The Prodigy, Public Enemy y muchos más. De hecho, incluso su entorno más cercano ha parecido contagiarse de esa demora conmemorativa: la plataforma Benicàssim Pop anuncia la edición de un álbum de versiones de temas de históricos participantes a cargo de un puñado de bandas castellonenses, para principios de 2016. Y la productora Micrea, también local, difunde ahora el interesante mini documental 20 años de FIB, a través de la solvente web Nomepierdoniuna.
Porque con el FIB, para hacer honor a la verdad, conviene no escatimar calificativos a la hora de darle cera por la indefinición que ha marcado su evolución en los últimos años. Por la adocenada deriva britanizada que lo ha despersonalizado y por la errática gestión que a punto estuvo de dar al traste con su versión de 2013, con los trabajos de montaje apenas comenzados a dos semanas del festival. Por la pérdida, en definitiva, de su capacidad para ejercer de muestrario del estado de las cosas en la producción musical independiente más inquieta, extraviada en favor de otras citas. Pero tan cierto como eso es que inauguró, hace dos décadas y en un entorno mucho menos propicio que ahora, un rol modélico e imitado por todo el país. Certificó la viabilidad comercial de certámenes que no obedecían al gusto mayoritario. Y supuso la puerta de entrada en la Comunidad Valenciana para músicos inéditos por estos pagos, muy caros de ver.
Son veinte años de trayecto, y si nos dejamos contagiar por este largo lapso conmemorativo, bien merece un alto en el camino para repasar algunos de los momentos que lo convirtieron en referencia. Porque tiempo habrá para delimitar el balance de 2015. Así que el siguiente es un listado de actuaciones y vicisitudes que marcaron también el trayecto de sus protagonistas, en tiempos en los que una buena noche en Benicàssim suponía algo más que un teletipo de agencia. Un manojo de momentos que forjaron la leyenda de sus protagonistas y del propio festival. En la misma medida en la que sonoros fiascos (Stone Roses en 1996, Johnny Marr en 2000, Arthur Lee en 2004 o el plantón de Morrissey en aquella misma edición) emborronaron otros currículos.
LÁMEME LAS PIERNAS, ESTOY ARDIENDO
Cuando presentó el sinuoso Is This Desire? (Island, 1998) en la edición de 1998, PJ Harvey dejó a casi toda la audiencia algo fría. La rockera volcánica había dado paso a la vestal insinuante. Poco, quizá poco saldo para las expectativas de quienes ya habían tenido la oportunidad de verla en conciertos tan remarcables como los que la trajeron en otoño del 95 a nuestro país, y que aguardaban su primera visita a Benicàssim con veneración. Sin embargo, lo de su actuación de agosto de 2001, solo tres temporadas más tarde, fue absolutamente memorable. Los tres minutos y medio de Rid of Me, sola en escena y con una indumentaria de cuero reducida a la mínima expresión, aún ponen la piel de gallina. Por mucho tiempo que haya pasado: catorce años ya.
EL MAGISTERIO DE MR. COHEN
Con el sol aún escondiéndose, mecidos por la calina de una estampa crepuscular, difícilmente olvidarán los varios miles de asistentes a la actuación de Leonard Cohen el 20 de julio de 2008 la lección de magisterio con la que este les obsequió durante algo más de una hora. En las antípodas de la algarabía juvenil con la que se suele inmortalizar al festival, el canadiense estampó con sobriedad su firma: la de uno de los creadores indelebles de la música popular, capaz de calzar las palabras en pentagramas como prácticamente nadie más lo ha logrado nunca, a través de composiciones rezumantes de espiritualidad y sabiduría. Su concierto propició, además, un sonado encuentro en el backstage con Enrique Morente, quien también estaba allí para defender su obra, en este caso el Omega (El Europeo, 1996) que grabara junto a Lagartija Nick.
EL VOLCÁN QUE NACIÓ DEL HIELO
No se sabe muy bien por qué. Si por el particular momento vital por el que atravesaba, por tener muy cerca por la zona de backstage a quien había sido su última pareja sentimental (el adalid del jungle, Goldie, quien actuó en el mismo escenario unas horas más tarde) o simplemente porque los hados se conjuraron para concretar un momento irrepetible. Pero la actuación de una Björk descalza y absolutamente entregada en la noche del domingo 9 de agosto de 1998 fue sencillamente antológica. Muy lejos aún de esos álbumes en los que el concepto parece comerse al contenido, la islandesa llegaba aupada en su imbatible trilogía inicial: la que formaban Debut (One Little Indian, 1993), Post (One Little Indian, 1995) y Homogenic (One Little Indian, 1997). Pero la forma en la que sobredimensionó su contenido, en compañía de Mark Bell y una sección de cuerda, se instaló para siempre en el disco duro de los miles de personas que se agolpaban ante el escenario Maravillas. Para cuando sacó a Raimundo Amador a escena para interpretar So Broken, hacía ya mucho rato que tenía al personal tratando de desanudarse-sin éxito-el nudo en la garganta. Inolvidable.
EL TRIUNFO DE LA DISCIPLINA
La edición de 2006 contaba con reclamos más llamativos que ellos. Depeche Mode, Morrissey e incluso The Strokes auguraban los picos de intensidad más reseñables de aquel fin de semana. Pero finalmente fue la milimetrada infalibilidad de Franz Ferdinand la que se impuso, con la inmisericorde marcialidad de sus ritmos imponiendo su ley como un batallón que pasa el rodillo, no haciendo prisioneros. Lo que en la explanada anexa a la N-340 se traduce en miles de almas brincando como si dispusieran de muelles en los pies, mucho antes de que David Guetta fuera una opción. Fue el suyo el triunfo de la sagacidad y la perseverancia, por encima de cualquier destello de genialidad.
Y EL CIELO SE VINO ENCIMA
Fueron dos aguaceros. El primero solo deslució un poco la actuación de Broadcast, bajo una carpa. Pero el segundo de ellos, que se convirtió en tromba, se llevó por delante la estructura del escenario principal en plena actuación de los escoceses Urusei Yatsura, quienes en ese momento arremetían con Siamese (esa andanada a lo The Fall que abría su primer álbum, We Are Urusei Yatsura, de 1996) como si no hubiera un mañana, desafiando al viento y la lluvia. Fue el 10 de agosto de 1997. Milagrosamente, no hubo que lamentar heridos, aunque el derrumbe abortó los conciertos previstos de Luna, Pavement, Veruca Salt y Blur. El lamentable estado en el que quedaron los campings tras el diluvio obligó a que muchos de los asistentes tuvieran que recurrir a la solidaridad vecinal, y eso cambió para siempre la percepción que muchos residentes del pueblo tenían acerca de esa legión de visitantes que animaba la vida local desde hacía un par de veranos. Coronó el primer punto de inflexión serio del FIB: al año siguiente, cambió el viejo Velódromo por su ubicación actual, certificando su crecimiento. Y el saneamiento de sus cuentas, al fin.
A LA ALTURA DE LOS DE FUERA
Las bandas españolas siempre han sido las grandes damnificadas en nuestros festivales. Al menos en los que se nutrían principalmente de luminarias foráneas. El auge del indie aséptico de los últimos cinco años ha cambiado ese paisaje, pero hace 15 o 20 años se antojaba harto difícil poder ver a músicos de la escena independiente estatal formando parte del prime time de cualquier gran festival. Unos de los primeros en hacerlo (gozando de un emplazamiento en el line up que hoy nos parecería directamente suicida) fueron los asturianos Manta Ray. Su concierto de 1998, emparedado entre palabras tan mayores como PJ Harvey y Sonic Youth, fue sencillamente apabullante. Un golpe de autoridad que justificaba que pudiéramos presumir de algunas bandas que no tenían nada que envidiar en cuanto a prestaciones escénicas a los referentes de fuera. Y La Habitación Roja, que debutaban en el FIB en el mismo escenario, tampoco les anduvieron muy a la zaga.
EL APOCALIPSIS SEGÚN BOBBY GILLESPIE
1998, 2000, 2002, 2004, 2011, 2013...perdemos ya el rastro de las veces que Primal Scream han venido a actuar a Benicàssim, casi imposible de recontar. Pero de todas ellas, será la de 2000 la que permanecerá siempre en el recuerdo. El magno XTRMNTR (Creation, 2000), bisagra incandescente entre dos décadas, era la excusa. Kevin Shields a la guitarra (My Bloody Valentine) y Mani al bajo (ex Stone Roses) ejercieron de catalizadores, y Bobby Gillespie ofició de maestro de ceremonias de un aquelarre de rock futurista y ponzoñoso. De coraza moderna y tuétano añejo. Demoledor. Como si el suelo se removiera bajo nuestros pies. Hasta que los imperativos horarios les obligaron a cercenar Higher Than The Sun. Esta Shoot Speed Kill Light es de su pase de 2004, pero lo mismo da.
BENDITA LOCURA
Los escenarios secundarios del FIB, localizados hasta hace bien poco en carpas distantes del estrado principal, no suelen acaparar grandes titulares. Ni siquiera los excepcionales conciertos que allí protagonizaron Amy Winehouse, Rufus Wainwright o Antony & The Johnsons lo lograron. Pero si hay un concierto que merece ser recordado por su singular espontaneidad, por su desacomplejada frescura y por su excepcionalidad, ese es el de los australianos The Avalanches en 2001, en su único concierto en España. Su único álbum, el maravilloso Since I Left You (Modular/XL Recordings/Everlasting, 2001), fue uno de esos discos eternamente estivales que podrían haber formado parte de nuestra última entrega. Y les sirvió de sostén para marcarse una descacharrante actuación que basculó entre el electro punk de desguace y la sampledelia, sobrada de imaginación, descaro y actitud. Vinilos volando por los aires, Pantera fundidos con Marvin Gaye y un procaz e inenarrable "calvo" a modo de despedida. Todo eso se vio sobre el escenario. Y no fueron muchos los testigos (al menos si los cotejamos con las cifras totales), pero quienes allí estuvieron salieron con la boca abierta.
ES SOLO ROCK AND ROLL
En un festival en el que tantas veces se ha echado en falta el filo del rock más viperino, eclipsado por la explosión cromática del pop en sus múltiples tonalidades, conviene recordar que fue un furibundo trío de rock and roll el que descorchó una de las mejores actuaciones de toda su historia. The Jon Spencer Blues Explosion, en 1999. Pétreos, sudorosos y arrolladores en todo momento. Tenían buenos argumentos para lograrlo: los de discos como Now I Got Worry (Capitol/Matador) o el entonces reciente Acme (Matador, 1998). Triturando el blues con un molinillo punk bien amolado, se elevaron por encima del resto de nombres de aquella edición con un concierto imbatible.
LA ÚLTIMA GRAN NOCHE
Fue la última ocasión en la que coincidieron en el escenario grande del FIB dos grandes nombres del pop rock contemporáneo. Ambos recalaban por primera vez en la costa valenciana, y ninguno defraudó. Los lacerantes, opresivos y escalofriantes Portishead. Los grandilocuentes, épicos y exultantes Arcade Fire. Ambos igual de intensos. Igual de insuperables en la defensa en vivo de sus respectivos discursos. En la secuencia en que fueron programados, de forma consecutiva en la noche del domingo 17 de julio de 2011, se erigieron en protagonistas de una montaña rusa de emociones para cualquiera con los oídos y los ojos prestos a dejarse atrapar. Una de las últimas grandes noches del FIB, sin duda. ¿La última?
Felicidades por el artículo, me ha gustado mucho!!!
Se me ha puesto la carne de gallina leyendo este artículo. Creo que es el mejor que he leído sobre un festival. Gracias VP por la publicación
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