VALENCIA. Los meses de verano son propicios para que los días se alarguen. Para que dediquemos más tiempo al ocio. Para que, si tenemos la suerte de disfrutar de unos días libres, nos abandonemos al placer de la buena música. Sin cortapisas, sin apreturas, sin relojes. O al menos, eso dicen.
En líneas generales, no hay discos expresamente otoñales, invernales, primaverales o veraniegos. Pero sí puede decirse que los meses estivales suponen el más poderoso polo de atracción para el disfrute de determinados discos. Álbumes, para más señas. Elepés: esos objetos antaño tan relevantes y que casi nadie hoy en día parece querer degustar tal y como fueron concebidos, con su particular secuenciación de canciones y su intransferible sucesión de valles y picos de intensidad. Cuando no se trata de un clímax sostenido, que también puede ser el caso.
En el presente artículo exponemos diez álbumes radicalmente veraniegos. Bien porque fueran así expresamente concebidos, bien porque sus hechuras les otorgasen unas trazas que los hacen más apetecibles cuando el calor aprieta. Discos rebosantes de sensualidad, melodías radiantes y un brillo inagotable. De los que nunca se agotan a las primeras escuchas. Algunos históricos, emblemáticos. Otros, más esquinados en los pies de página del reciente devenir del rock. Pero todos ellos cien por cien recomendables para las semanas que se avecinan. Que ustedes los disfruten, sin reservas. Tanto si ya los conocían, como si no.
EL VERANO SIN FIN, Y SIN EXPERIMENTOS
Todo aquel que en su corazoncito albergue una irremediable debilidad por los Wilco más pop, más luminosos, más candorosamente melódicos, tendrá Summerteeth (Rerpise, 1999) en su pedestal particular. Es el disco en el que con más transparencia se desvela su querencia por The Beatles, su inclinación por las melodías diáfanas, su tendencia a un arrullo que a veces explosionaba en estribillos exultantes. Más que un disco, todo un reconstituyente. Un chutazo de energía positiva que alejaba a Jeff Tweedy, Jay Bennett y compañía de sus raíces en el country alternativo, y que aún se situaba lejos de las desavenencias que acabarían con la marcha de la banda de este último (fallecido en 2009) o de las ansias de experimentación de discos como Yankee Hotel Foxtrot (Nonesuch, 2002) o A Ghost Is Born (Nonsesuch, 2004). Plácidamente asentados, lejos de cualquier cisma. Canciones como A Shot In The Arm, Can't Stand It, Via Chicago o el tema titular son perfectos para esponjar el corazón bajo los rayos del sol, soñando que cualquier cosa es aún posible.
LOS ETERNOS CHICOS DE LA PLAYA
Obviamente, no podían faltar los Beach Boys si de lo que se trata es de conjugar el estío con el pop inmarcesible. Pocos como ellos para captar la esencia de la música popular de la costa oeste americana del siglo XX. No ya solo desde el candor de sus primeras grabaciones de los años 60, marcadas por la influencia del surf rock, sino incluso de obras de madurez como Love You (Reprise, 1977), prácticamente obra en solitario de Brian Wilson, pasando por el-maldito en su momento-Smile (Captitol/EMI, 2011), el imperial Pet Sounds (Capitol, 1966) o los acrisolados Sunflower (Brother/Reprise, 1970) y Surf's Up (Brother/Reprise, 1971).
Para no desmentir el tópico, hay incluso varios recopilatorios, como Endless Summer (Capitol, 1974) o The Sounds of Summer (Capitol, 2003), que aprovechan sin el menor disimulo esa conexión entre la banda y la temporada más cálida del año, desde esa reduccionista perspectiva que apenas excede los lindes de los años 60.
De entre los muchos álbumes de tributo a Brian Wilson y sus Beach Boys, hay uno especialmente memorable y propicio para estas fechas, el que en el año 2000 reunió a Alex Chilton, Saint Etienne, The High Llamas, Eric Matthews, Norman Blake, Jad Fair o Kim Fowley bajo el título de Caroline Now! The Songs of Brian Wilson and The Beach Boys (Marina, 2000).
Cualquier banda de lo que se dio en llamar sunshine pop también serviría como inmejorable acompañante sonoro en una tarde de verano: The Association, The 5th Dimension o Sagitarius. Incluso las alambicadas melodías de The Left Banke o The Zombies, ya puestos. Un terreno tan fértil que depara múltiples opciones.
Y AMANECER EN LA MALVA-ROSA
Hubo un momento en el que, parafraseando-y pervirtiendo-un viejo aserto de Joan Fuster que prendió con fuerza en los tiempos de la Transición, parecía que del pop valenciano pudiera decirse aquello de "será mediterráneo o no será". Era a finales de los 70 y principios de los 80. Y pocos discos lo explican mejor que Cambrers (Anec/Fundación Autor, 1981), ese álbum que Julio Bustamante consagró a una visión muy autóctona pero, a la vez, muy universal de contemplar la vida a través de un filtro genuinamente valenciano. Con su proverbial fulgor. Muy lejos de cainismos, turbias diatribas sobre la identidad colectiva y ritmos de moda. Sintonizando con Remigi Palmero y Pep Laguarda, pero destilando aquí esa cálida sensualidad de un disco que comenzó a gestarse en Altea (Alicante) para acabar localizando gran parte de su relato en Valencia. Fue pasto de minorías en el momento de su aparición (bueno, siempre lo ha sido), pero al menos gozó de su justa reedición en 2004. Un disco que huele a verano por sus cuatro costados.
SENSUALIDAD Y CONCIENCIA SOCIAL
Las melodías de ébano, las cadencias sensuales, la elegante suntuosidad de la mejor música soul, parecen también talladas al molde de los largos días de verano, cuando el ocio y el hedonismo incrementan su presencia entre nuestros quehaceres diarios. En ese negociado, cada cual tendrá sus músicos predilectos. Sobre todo a medida que el género se fue sofisticando, mutando la sencilla explosividad de los grandes singles de la Motown, la Stax o Atlantic en los 60 por las obras conceptuales que marcaron la mayoría de edad artística de algunos de sus músicos emblemáticos en los 70. Marvin Gaye, Stevie Wonder, Al Green o Bobby Womack no faltarán en ninguna de esas quinielas. Pero desde aquí no podemos dejar pasar la oportunidad de reivindicar una vez más al inmenso Curtis Mayfield. Abandonarse a la escucha de su primer álbum en solitario, el homónimo Curtis (Curtom, 1970), en una tarde cualquiera de julio o de agosto, es siempre un placer mayúsculo.
LA OLA MÁS DULCE
La bossa nova también se inventó para el verano. Su sutilidad, la dulzura de sus fraseos, la mullida elegancia de sus desarrollos instrumentales...todo en ella casa a la perfección con el ideal hedonista y bon vivant que sus sonoridades impulsan. Antonio Carlos Jobim gestó una de sus cumbres con este Wave (CTI, 1967), dechado de clase que lindaba desde Brasil con las tradiciones del pop y del jazz, contaminando a ambas de sus modélicos ejercicios. Han sido cientos los trabajos que, desde entonces, han mostrado la interrelación entre esos géneros. Wave es uno de esos discos que constituyen un estado de ánimo por sí mismo, en apenas media hora. Y no precisamente desde el desasosiego. Su portada fue emulada por el simpar Carlos Berlanga en su álbum Indicios (Compadres, 1994; Austrohúngaro, 2003), su obra cumbre. Un mimetismo que prolongó hasta su propia versión de Wave, incluida en el subsiguiente Impermeable (Elefant, 2001).
VERANO ACÚSTICO
Segunda aportación netamente valenciana a este listado: la del extraordinario L'estiu (La Casa Calba, 2010), el disco con el que Òscar Briz deslumbró a todo el mundo hace cinco temporadas. Ya desde su propio título, un trabajo estival que rezuma inspiración y oficio por los cuatro costados, sumido en una suerte de folk pop acústico concretado en una gozosa depuración de estilo, que remite a Nick Drake, Remigi Palmero, Brian Eno o el propio James Taylor, a quien rinde tributo en 'jt'. Fue su álbum más alabado, y con razón. Sus tonalidades ocres, en plena sintonía con su preciosa portada y con su título, adquieren pleno sentido si se degustan al calor de un atardecer veraniego.
CRISOL INDIE
Algunos de los trabajos más implícitamente veraniegos de los últimos tiempos han llegado de la mano de cantautores folk americanos que, desde la independencia, han crecido hasta incorporar a su paleta cromática un amplio espectro de sonoridades. Lejos del austero canon con el que se dieron a conocer. Uno de ellos es Sam Beam, alma mater de Iron & Wine, quien lo refrendó en discos como Ghost on Ghost (4AD, 2013). Otro ha sido Joshua Tillman, quien este año ha entregado, ya en su papel de Father John Misty, el primoroso I Love You, Honeybear (Sub Pop, 2015). Y quien seguramente se llevó la palma fue Dan Béjar al frente de su proyecto Destroyer, quien hace cuatro años editó el radiante Kaputt (Merge, 2011). Un disco de una belleza cegadora, haciendo gala de un manojo de influencias de los años 80 tan bien moduladas que no incurren en la mímesis despersonalizada.
AL SOL DE CALIFORNIA
En la misma línea, transitando desde la pose de crooner atormentado y crepuscular hasta la del jubiloso hacedor de canciones gozosas, inflamadas por la llama del mejor soul, se inscribió California (Naïve, 2002), uno de los mejores álbumes del irlandés Perry Blake. La angustia casi desesperada de sus composiciones se volvió aquí en plácido satén, en una mullida melancolía sin poso amargo, coloreando con ellas la gama de tonalidades que un estado tan luminoso como California puede llegar a sugerir. Como las que evoca su portada, al menos a ojos de un europeo. No es su disco más recordado, pero el giro bien merece un aplauso, visto en retrospectiva. Una delicia, ideal para acompañar cualquier jornada estival. Aunque en el clip del single 'Ordinary Day' se marcase un dueto con la francesa Nancy Danino y París como telón de fondo.
BARROQUISMO REFULGENTE
Es un lugar común meter el Forever Changes (Elektra, 1967) de Love en el saco de los mejores álbumes pop de la historia. Pero es un lugar común en el que hay que caer con gusto, porque casi cincuenta años después, la obra cumbre de Arthur Lee sigue brillando con la misma fuerza, y reclamando su lugar junto a los discos más estivales de la historia con pleno derecho. Epítome del pop ácido de la época y lección magistral sobre cómo aunar psicodelia, barroquismo y melodías eternas sin que ningún ingrediente anule o menoscabe a los demás. Mil veces versioneado, mil veces reinterpretado, mil veces citado como influencia determinante. Otro de esos trabajos que prácticamente no se entienden sin el calor del verano.
EN EL NOMBRE DEL EX PRESIDENTE
Es el disco más accesible de los norteamericanos Lambchop. El que les reportó repercusión más allá de los límites de la independencia. Y seguramente también sea el mejor de toda su carrera, aunque sus fans acérrimos encuentren más interesantes otros logros. Curiosamente, y al igual que ocurrió con varios de los discos que hemos destacado en este recuento, también exhibía una inédita sensibilidad soul, con Kurt Wagner luciéndose más que nunca en las artes del falsete vocal. Una vena soul más distendida que lúbrica. Más cerca de Bill Withers que de Marvin Gaye. Nixon (Merge/Virgin/City Slang, 2000) es una auténtica maravilla,y cualquier día de verano es mucho mejor en su reconfortante compañía.
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