VALENCIA. Ese cigarrillo a medias en el alféizar de la ventana del hogar de los Underwood. Los intentos fallidos de conexión entre la narcisista vicepresidenta Selina Meyer y su gruñona hija Catherine. Los acertijos con los que el presidente Josiah Bartlet reta a su equipo cuando anda con la guardia baja. Son referencias grabadas a fuego en la retina de los espectadores de House of Cards, Veep y El ala oeste de la Casa Blanca. Las secuencias recurrentes en las series de televisión sobre políticos de ficción se han elevado a la categoría de mitos del audiovisual contemporáneo. Ya sea desde una perspectiva cercana a las tragedias de Shakespeare, ya desde un esperpento más próximo a Valle-Inclán, el universo catódico se afana en exponer las intrigas y vulnerabilidades de los círculos del poder ejecutivo.
En el teatro, también existe un interés por erigirse en espejo de la sociedad presente a partir de las interioridades hogareñas de los mandatarios. El Teatro Olympia acoge hasta el próximo 5 de julio la comedia El ministro, sobre un responsable de economía de ambición desmedida cuya carrera se verá amenazada por un lío de faldas.
"Los creadores hacemos las cosas por convulsión personal. En el caso de esta obra de teatro dejé aflorar el sentimiento de injusticia y de indignación que me provocaba la crisis y el desmadre de los políticos. Quise hacer un análisis profundo y concluí que la conducta de nuestros mandatarios es el producto de nuestra sociedad. Millones de personas siguen votando a gente corrupta", se lamenta el autor y director del montaje, Antonio Prieto Gómez.
En el montaje, merecedor del Premio Agustín González de Teatro, el envilecimiento político y la debacle económica conviven con la amoralidad de unos protagonistas que se presentan como indignados, pero sólo quieren medrar con el robo a un banco.
Su protagonista es Carlos Sobera, un rostro televisivo que sirve de percha para, precisamente, atraer el público catódico a las salas de teatro. Eso, y el morbo de ver caer a los todopoderosos.
"El espectador siente una herida interior, vive ultrajada por la conducta de los políticos, y espera que el teatro le dé la posibilidad de burlarse de ellos y asistir a su sufrimiento", argumenta Prieto Gómez. Sin embargo, el dramaturgo esconde en la trama un caramelo envenenado. "El público percibe un espectáculo honesto porque es sincero y verosímil, pero insta a la reflexión y plantea la pregunta de si también nosotros, como los políticos, somos unos mangantes".
Al autor y director no le preocupa que el contenido de la pieza esté muy pegado a la actualidad. No teme que El ministro tenga fecha de caducidad. "Cuando los personajes son orgánicos y reaccionan de manera creíble y humana, se convierten en intemporales y se perpetúan en el tiempo. Ahí está Shakespeare, Molière o Calderón. Las conductas plasmadas en sus obras nos son cercanas ahora y dentro de 50 años".
Precisamente, Thomas Bernhard escribió Der Präsident en 1975, pero su radiografía sobre una pareja presidencial ahíta de poder en un país crispado se revela tan presente hoy como hace 40 años.
SON TAL PARA CUAL, LA PAREJA IDEAL
Carme Portaceli ha adaptado la farsa política de Bernhard para el Festival Temporada Alta de Girona en coproducción con el Teatre Nacional de Catalunya. El montaje arranca con un atentado frustrado contra el presidente y su esposa que ha supuesto la muerte de un coronel, confidente del jefe de estado, y del perro de la presidenta. El ataque se sospecha que ha sido obra del hijo de la pareja, militante anarquista.
"Lo genial de este texto es que hace un recorrido interior por unos seres humanos llenos de odio, arrogancia y rabia, que se creen que tienen derecho a todo y reniegan de la democracia, pero se cuenta con una ironía tremenda", destaca la directora valenciana, que estuvo nominada al Max a la mejor dirección de escena por esta pieza.
La radiografía de los personajes se realiza a través de dos monólogos en los que el presidente y su mujer se explayan en su autoritarismo y su fragilidad humana. El actor que da vida al presidente del título, Francesc Orella, ha denominado la pieza "una sátira política de utilidad pública".
Y Portaceli lo refrenda: "Estamos viviendo un momento dificilísimo en el que las palabras no tienen sentido. La cultura y la educación son la única salvación del ser humano, por eso hay gente a la que no les interesa. Son los únicos lugares donde uno puede abrir su mente a otras realidades posibles, hacia lo que nos distingue de los animales, que es comprender desde otro lugar. Por poner un ejemplo, la violencia machista contra las mujeres se cura de dos maneras: o se aumenta el número de cárceles o el de escuelas".
El president es un recorrido por las candilejas de los rituales públicos. Desde el humor, la poesía y la fuerza de la palabra se asiste al soliloquio verborreico del jefe del ejecutivo y su esposa en sus retiros personales.
Él se ha marchado a Estoril porque Portugal es un país que adora por su dictadura. Le acompaña su amante. Ella se ha refugiado en la alta montaña arropada por un cura. "Ambos presentan los rasgos obsesivos, megalómanos y reaccionarios de los personajes de Bernhard y mantienen un diálogo (ella con la criada y él con una amante y unos gerifaltes portugueses) que es una pura pirotecnia de egolatría y una válvula para hacer salir pronunciamientos políticamente incorrectas, incluso monstruosos", describe Bernat Puigtobella en el prólogo a la edición catalana de la pieza.
LA MUJER SURROGATE
El pasado 21de junio, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, pronunciaba su discurso como candidato a la presidencia del Gobierno arropado por la bandera de España y por su mujer. Esta estrategia de marketing político importada de EE.UU. en la que se presenta a los políticos como hombres de familia no es nueva. Ahí estaba el pequeño Alonso Aznar en los mítines de su padre o la muestra de cariño público de la mujer de Rajoy al hoy presidente en el balcón de Génova tras su derrota en las urnas en marzo de 2008.
"Estamos en una era donde la gente se mediatiza, se vende. En la primera fila de los partidos nuevos se hallan líderes que vienen de Interconomía y de La Sexta Noche. Su nivel de discusión es el de la gresca, el de la greña, esa cosa de confrontación de reality televisivo que tanto me desagrada, porque lo ideal sería hablar para buscar el consenso", critica Portaceli.
En las campañas electorales en EE.UU. el exhibicionismo familiar se lleva más allá y es muy habitual recurrir a las esposas como portavoces. Es la figura denominada surrogate.
En la obra de Bernhard la presidenta tiene tanto empaque como su marido. Es una suerte de Lady Macbeth. "Me encanta ese personaje, vive el rol que el patriarcado ha dejado a la mujer, y lo sublima con el capellán y con el carnicero, convirtiéndolo en un adefesio -admira la valenciana-. El patriarcado no solo son los hombres, es el sistema. Eso es lo espantoso. Se dice que una mujer en política cambia a la mujer, pero por suerte, también se dice que varias mujeres en política cambian la historia. La subida de las mujeres al poder en estos momentos supone un momento de esperanza porque puede haber una forma diferente de ver la vida, donde el ego no esté en primer término".
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