MADRID. "Incluso puede convertirse en una nueva carrera", con este irresistible eslogan te topas cuando entras en páginas de aficionados a la detección de metales, webs que por supuesto lo que hacen es vender detectores, como el infalible ‘Makro Racer Metal' que parece el nombre de un vehículo articulado de Skeletor.
Cuentan en la web Metal Detector que es una afición adictiva y que funciona como el atractivo intangible de las peluquerías, si pasas muchas veces por delante de una, terminas cortándote el pelo. Aquí es igual, si paseas mucho por la playa buscando metales, dicen, encontrarás mucho oro. Y ojo, señalan, que está subiendo mucho en el mercado itternacional. El humor involuntario de la página es un no parar. "La vida es una playa: sólo recuerde llevar con usted su detector de metales" o "Tome un detector de metales y recorra la playa con estilo". ¿Nos estaremos perdiendo algo?
Posiblemente haya muchos objetos perdidos, como monedas, joyas y sobre todo llaves en las playas infinitas de nuestro país, pero si uno hace el cálculo de las horas que tiene que pasar bajo el sol buscando "tesoros" y su equivalente en euros/horas trabajadas en, qué sé yo, los fines de semana en un Burger King, sería interesante comprobar al cabo de un año qué da de sí cada ocupación. Pero bueno, siempre está la emoción del momento. Cuando uno busca en el contenedor de escombros que deja tras de sí la mudanza de alguien también se vive intensamente.
Y harina de otro costal son los que buscan metales por el campo. En nuestro hermoso país regado de sangre muchos han hecho bonitas colecciones de metralla de la Guerra Civil. En fin, la gente que busca metales se lo pasa pipa y lo cierto es que nunca se había reparado en ellos. Son como los moluscos que limpian el fondo marino, salen modesta y afanosamente a buscarse la vida mientras la vorágine se va a otra parte.
Pero en Inglaterra ya les han fichado. Ha sido la BBC, por medio del actor y humorista Mackenzie Crook, que ha escrito y protagonizado una serie sobre ellos y lo ha hecho al más puro estilo inglés: crucificándoles.
Hay que destacar que les vilipendian con estilo. No es como otros espacios de humor británico donde se regodean en la tragedia del fracasado, del raro, del borderline, aunque a veces hayan llegado a revestirlos de un supuesto humanismo porque les han llamado al orden en las críticas, como en Derek de Rick Gervais. En Detectorist el escarnio es elegante. Llega suave, pausado, como la propia actividad de buscar metales, pero también es inclemente.
Nos situamos en un poblado ficticio en Essex. En la Inglaterra rural, esa que tan poco tiene que ver con la moderna city de coches caros, cocaína y grupos de pop punteros. Un lugar abandonado de la mano de Dios donde la gente se entrega en brazos del tedio como en los pueblos más recónditos y castigados por el sol de Castilla.
Los protagonistas se hacen llamar a sí mismos Detectoristis, como una categoría académica de su afición. Nada de simples buscadores de antiguallas, ellos son profesionales. Uno de ellos, el que más mola, ya es carne de diván. Con sus cincuenta y tantos, le dejó la novia por el gerente del Pizza Hut. Y el otro, más joven, que aún tiene una relación estable con una maestra, por culpa de su amigo verá peligrar los cimientos de su romance. Lo único estable que parece que hay en su vida.
El patetismo se manifiesta básicamente con los "tesoros" que van encontrando. A menudo arandelas de latas antiguas de refrescos. "Hay gente que las compra en eBay", dice Lance, el mayor. "Qué patéticos", responde Andy, el otro, después de pasarse toda la mañana invertida en encontrar nada más que eso por mitad del campo. Otras veces, con suerte, dan con coches de juguete. También muchos botones. Tornillos. Y a veces peniques. "A caballo regalado no le mires el diente", exclama Lance cuando aparece uno. Llegan a pagar la cerveza con estas monedas podridas adheridas a trozos de tierra.
En su lacerante rutina irrumpe de repente Sophie, una joven estudiante, que tensa la relación de ambos. Pero no es porque le guste lo que hacen realmente, es para advertirles que los restos del rey sajón que buscan dándose mucha importancia, no murió en Essex, como creen ellos, sino en Wessex. Parece que en un documental del Discovery lo han dicho mal.
Como otra trama, la primera crisis existencial que a la que tienen que enfrentarse Lance después de ver lo bien que le va a su ex con su novio, un hombre "de verdad" que le gusta el fútbol y esas cosas varoniles, le lleva a rescatar su antiguo grupo de música. Este no es más que el recuerdo de una tarde en la que cantó un par de canciones con Andy en su casa, pero se tiran a la piscina. Programan una actuación en un bar folk y Lance dedica la letra a su ex, la llama ‘New age girl' (ella es hippie y tiene una tienda de baratijas). ¿Y el patetismo? Pues no solo en el hecho de iniciar una carrera musical a esas edades con la esperanza de dejar a todos boquiabiertos, sino en que Lance solo sabe tocar la mandolina sentado en el suelo. En el concierto, tiene que subir un cojín a un taburete para guardar la postura. Todo muy exportable.
Mackenzie Crook, aparte de un actor de películas conocidas como la saga de Piratas del Caribe, dejó un papel inolvidable en la The Office británica de Rick Gervais. Era el subalternito pelota, baboso y chupatintas del curro que seguro que todo el mundo aquí sabe reconocer de sus respectivos trabajos. En esta ocasión su personaje es prácticamente complementario, a nadie le extrañaría ver al perrito faldero de su oficina buscando metales los fines de semana, aunque él aquí está hecho de otra pasta. Tan solo es un buen hombre, ingenuo, al que le sale todo mal. Es curioso reparar en por qué a los ingleses les atrae y entretiene tanto la figura de este perfil de personaje.
De nuevo en capítulos de media hora, el formato es ideal para dar rienda suelta a un punto de partida tan disparatado. En España un equivalente tal vez sería hacer una serie sobre los gorrillas que ayudan a aparcar coches. Claro, que tendría que ser en clave romántica, sobre alguien que realmente sintiera el importante papel de su autoempleo y llevase el uniforme con orgullo. Nada que ver con las mafias navajeras que hay detrás de esta actividad.
Por lo demás, Detectorists deja un sabor muy amargo. Todos los personajes combaten la abulia de la vida en un pequeño pueblo con estas singulares ocupaciones, estúpidas rivalidades entre órdenes de buscadores de metales, clases de baile de todas las latitudes y horas machacándose el hígado en los bares. ¿Le gusta el dolor, la tristeza, el vacío? Pues no lo dude: aquí tiene un buen producto para recochinearse.
A ver si hay forma de echarle un ojo. Me divierte muchisimo el ver que en los comentarios en Youtube, muchos aficionados a esto de pasarse la tarde buscando chatarra estan mas que contentos y dicen cosas como que "les han clavao" :P
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