La última serie de Ricky Gervais descoloca al más pintado. Trata de un retrasado mental que trabaja en un asilo, pero lejos de ser una burla, resulta edificante
MADRID. Hace unos días, a propósito de los programas de MTV acabados en shore, un internauta aprovechaba para comentar que en Inglaterra hay una tendencia clasista a burlarse de los humildes, de la clase obrera. Pero si tenemos que juzgarles por sus series recientes, por sus Little Britain, IT Crowd, The Thick of it, The League of Gentleman o Psycoville, lo que da la impresión es que lo que realmente odian los británicos no es a los pobres, sino a los seres humanos. Así, en su conjunto.
Desde Enano Rojo, donde los tripulantes de la nave espacial son unos desgraciados, vagos y fracasados, a los Young Ones, unos tarugos, La pareja basura, que no admite dudas sobre su conteido, pasando por Mr Bean, un rancio, o Spaced, unos dejaos de la mano de dios, entre otras muchas, es patente que en las islas hay cierto gusto a reírse de lo cutre, del fracaso ajeno y sobre todo del patetismo, pero de forma transversal. No se libra ni dios.
Por eso cuando uno empieza Derek cree que va a encontrarse línea dura sólo con ver el envoltorio. La serie está ambientada en un asilo al que la administración acaba de aplicar los dichosos recortes y se ha quedado en la ruina. Los protagonistas son Derek, un discapacitado intelectual, y sus amigos Dougie y Kev. El primero es una especie de conserje y hombre para todo del centro de mayores.
El segundo, un tío con bigote bebedor, jugador, que se acuesta con mujeres con obesidad mórbida y tiene un quiste sebáceo espeluznante en el miembro. Y también está Hannah, la encargada del lugar, sin estudios, que lucha para sacarlo todo adelante pese a los recortes, la parte amable.
Los ancianos, medio abandonados algunos, otros con Alzheimer, etcétera, son lo que son. Y con la cuadrilla de protagonistas uno se espera otro Psycoville con excentricidades, babas por todas partes y realismo sucio. Pero hete aquí la sorpresa, no va de eso.
Por supuesto, los personajes son un show. Dougie ve vídeos de hambrunas y penurias en el tercer mundo para sentir aprecio por su vida o, como dice él, para sentirse feliz por tener un supermercado en la acera de enfrente. Y Kev es un obseso sexual que, por ejemplo, emborracha a Derek hasta que vomita la bilis sólo para divertirse. Sin embargo, a los ancianos se les presenta con mucho respeto. No están ahí para hacer mofa.
Algunas escenas recuerdan incluso a Six Feet Under, salvando las distancias, cuando mueren y se hace un carrusel de fotos de cuando eran jóvenes con música pop lacrimógena. Incluso en el último capítulo de la temporada, en el momento en el que Derek conoce al padre que le abandonó de niño por su retraso mental, ponen Coldplay a tope de una manera que eso parece más bien un capítulo de Anatomía de Grey.
Es sorprendente lo que se ha sacado del magín Gervais. Una historia de patetismo, de desgraciados, pero al mismo tiempo una reivindicación de la dignidad de las personas humildes y los ancianos abandonados por sus hijos en asilos que no hacen más que esperar la muerte entre siesta y siesta.
Hasta el episodio en que los viejos se disfrazan de Duran Duran para una función, que podría ser el colmo de la pena, hace que te lo pases bien con ellos, no, digamos, riéndote del tonto del pueblo como se acostumbra a grabar en otras producciones. La mezcla de comedia descarnada y drama social es un ejercicio de funambulismo importante, pero en esta primera entrega al menos sale indemne del mejunje.
Por otro lado, Gervais ha vuelto a recurrir al formato pseudo-documental que empleara en The Office. La genial serie que retrataba una de las figuras más execrables del mundo contemporáneo, el subalterno en la sección de ventas de una empresa. Con el retrato de aquel jefecillo indocumentado, charlatán, pelota, más mentiroso que una urraca venenosa y que encima no sabía beber aunque lo hiciera cada noche, este humorista había explotado las profundidades abisales del patetismo. Por eso esta vuelta de tuerca en la que se reinventa con ese fondo humano es, ante todo, muy original.
La primera temporada ha reunido dos millones de espectadores por capítulo. Channel 4 ya ha firmado una segunda. Ellos mismos definen la serie como "original comic vision, brave, funny and touching". Y no han querido pillarse los dedos. El proyecto estaba diseñado para un solo capítulo, pero tuvo tanto éxito que de ahí nació la serie.
Si hubiera que buscarle un lado negativo a Derek, que en lo importante no falla, las carcajadas de los amantes del humor británico están aseguradas, habría que señalar que el lado humano a veces se va de madre. En el último capítulo, por ejemplo, los protagonistas dan entrevistas muy personales con los periodistas imaginarios que ruedan el documental sobre su vida y ahí Gervais se extralimita con el sentimentalismo.
Los tíos con los que te has partido la caja hablan íntimamente de sus fracasos vitales. Dramas que asustan, un fustigarse excesivo. Especialmente porque no viene a cuento. Aunque a la larga ese juego de hacer reír y partir el alma que está pergeñando Gervais igual termina siendo la marca del producto y se le considera un genio por ello.
Por lo pronto, hay que elevar al podio de los personajes más descacharrantes de la historia de la TV a sus dos banderilleros aquí. Karl Pilkington (Dougie) lleva años trabajando con Gervais. Había aparecido en la muy celebrada Extras (para el Cabecicubo es bastante mejor The Office) en un papel de, vaya, extra, en el que hizo de "fan".
Mientras que su compañero David Earl (Kev) también había aparecido en ‘Extras' haciendo de, toma ya, "obsessive fan", dice Imdb. Ambos han explotado con esta serie y será difícil olvidar sus personajes, un calvo que pasa el día arreglando tostadoras y un borracho que duerme la mona desnudo en la cama de los ancianos de la residencia con el viejo dentro del sobre echándose también la siesta.
Lo más curioso de todo el asunto es que un producto que llama la atención a todas luces por su carga humana y sentimental, ha sido criticado duramente por lo contrario. El diario Guardian dijo que no había justificación para esta comedia en un artículo que se queja de que a partir de ahora los niños insultarán a los discapacitados intelectuales llamándoles "Derek", entre otras cosas.
Además, documentaba que el cómico ya se había reído de Susan Boyle -concursante de una especie de Operación Triunfo- llamándola "mongólica". Y su última serie, Life´s too short, estaba protagonizada por un acondroplásico, el gran Warwick Davis, nada menos (que hizo de Ewook en el Retorno del Jedi o estuvo en Willow) que no salía muy bien parado, precisamente. Así que ahí puede que se encuentre la explicación a la descompensación que hay en Derek entre risas y lágrima fácil. Esta segunda faceta puede que se deba indirectamente a la acción de la prensa puritana. Pues gracias.
Todo eso sobre “de quién te estás riendo en realidad” cuando te ríes con una serie da para unas cuantas tesis; personalmente, reconozco que el libro de Owen Jones “Chavs; la demonización de la clase obrera” (hay traducción española) me ha hecho pensar bastante sobre de quién o de qué en realidad me estoy riendo yo (varón hetero blanco universitario…) cuando te ríes, por ejemplo, en Little Britain, del personaje de “Vicky Pollard” (prototipo de chandalera de barrio); en fechas recientes Igor Paskual (guitarra de Loquillo), de promoción de su libro, mostraba su asombro sobre cómo determinados músicos (ponía por ejemplo a Tom Waits) son reverenciados por personas (varones con la vida medianamente solucionada que en el fondo son puritito mainstream cultureta) que no tienen nada que ver con los retratados en sus temas (personajes sórdidos, fracasados, perdedores…). Algo que por otra parte se ha producido toda la vida…
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