VALENCIA. "Ciencias", dijo Stephen Hawking. "Letras", respondió Jane Wilde. Él de orientación socialista, ella anglicana... La razón y la emoción. Sentido y sensibilidad. Al igual que sucede con otros meritorios biopics que sazonan la cartelera, como The imitation game (Descifrando a Enigma), la primera biografía fílmica del famoso astrofísico británico se queda a mitad camino de sus muy nobles intenciones.
Hawking y su libro Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros ya habían sido retratados en numerosas ocasiones en la televisión y en el cine a través de series o documentales como Breve historia del tiempo, dirigido por Errol Morris, con música de Philip Glass y estrenado en 1991. Faltaba la película con actores, la recreación interpretada de la vida de un genio que ha marcado el final del siglo XX de manera indeleble.
La teoría del todo es esa película. Está basada en las memorias de la primera mujer de Hawking, que le acompañó desde el inicio de su carrera en Cambridge hasta su fama mundial. Tim Bevan, artífice de algunas de las comedias románticas más exitosas del reciente cine inglés, como Cuatro bodas y un funeral, es el responsable de esta adaptación. A él se le debe tanto la elección de este material de partida como del director, el documentalista ganador de un Óscar James Marsh, o los actores, encabezados por un espectacular Eddie Redmayne (sólo por su interpretación ya vale la pena ver la película).
El resultado es un largometraje que respira algunas de las mayores virtudes del cine británico, como su elegancia proverbial, pero que también posee carencias notables. Entre otras se podría enumerar que apenas profundiza en la tragedia física de Hawking; que muestra de manera muy esquemática, casi simple, su trabajo; que obvia muchos episodios y personas...
La raíz de todos esos defectos es que La teoría del todo realmente son dos películas. Por un lado está el agridulce melodrama romántico en torno al primer matrimonio del astrofísico y por el otro el relato de su vida profesional, casi documental (de ahí quizás la elección de Marsh como director). Por un lado se encuetra la relación que fructifica en tres hijos y tres nietos, y por el otro la búsqueda de la ecuación que lo explique todo a la que aspira Hawking, y que se yergue como el gran reto.
La exaltación de la familia que subyace en toda la película, por atípica que parezca, se sustenta sobre los mismos pilares que se apoyaba la ya mentada Cuatro bodas y un funeral. Ese toque sentimental, blando, agradable, le quita en ocasiones gravedad a la película pero le permite una liviandad nada molesta. Es la historia de Jane y Stephen pero podría ser la historia de cualquier pareja: se conocen, se enamoran, sufren, se casan, se dejan de amar. Ciencias, letras; sentido, sensibilidad...
Se podría decir que La teoría del todo rezuma aire a telefilme lujoso, pero sería erróneo porque a pesar todo tiene bastantes virtudes. La más evidente quizás sea la ya mencionada actuación de Redmayne. Su interpretación de Hawking es un tour de force físico, un prodigio de gesticulación y mimetismo que no cae en ningún momento en el exceso. Viéndole resulta casi inevitable recordar a Daniel Day-Lewis en Mi pie izquierdo. Redmayne logra un gran parecido con la realidad sin incurrir en excesos.
Junto a él, una serena y hermosa Felicity Jones, un en ocasiones frío David Thewlis, el soso Charlie Cox y una muy episódica Emily Watson, le dan discreta réplica, la necesaria para que pueda lucirse. Todo ello bien condimentado con la música de Johann Johansson y la dirección de fotografía de Benoît Delhomme.
Al recital de Redmayne le beneficia la serena calma con la que transcurre la historia. Esto se debe principalmente a la brillante dirección de Marsh y el correcto guión del novelista Anthony McCarten, que solventa el hándicap que supone partir de un material muy limitado, sólo una parte de la historia. De hecho, la elección del libro de Jane Hawking como argumento es sorprendente, ya que existen unas memorias del propio Hawking así como numerosos libros de divulgación al respecto de su hazaña intelectual.
Enmarcada dentro de la corriente de películas que están contribuyendo a divulgar la ciencia y cambiar el cliché del científico, el largometraje peca en ocasiones precisamente de abandonar la ciencia al centrarse más en la vivencia humana. A Kip Thorne, el mismo que inspiró la muy científica Interstellar, apenas se le menciona; más suerte tiene Roger Penrose, presente en tres secuencias. La vena sentimental se impone en demasiadas ocasiones. En algunas secuencias, muchas, demasiadas, La teoría del todo incluso bordea la curislería (esos vídeos de Super-8). Pero pese a todo, con su emotividad a flor de pie logra en parte sus objetivos y es una forma más que entretenida de detener el tiempo durante dos horas, ese tiempo que tanto obsesiona a Hawking. No es mucho, pero resulta suficiente.
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