VALENCIA. "Los científicos siempre se han presentado como un cliché pero creo que la época de la comunicación y de Internet está derribando mitos". Quien habla es J. J. Gómez Cadenas, físico y novelista, con nueva obra en la calle. Este próximo 19 de septiembre, en la Casa del Libro de Valencia, el que fuera miembro del CERN da a conocer su nuevo trabajo, Spartana, con el que se ha adentrado en la ciencia ficción.
Aún hoy hay gente que se sorprende de que un científico escriba novelas. Y es que la separación entre ciencia y humanidades para algunos es tan amplia como el Gran Cañón. Tanto que prefieren alimentarse de los sambenitos. Gómez Cadenas no les culpa. En todo caso cree que son culpables también, al menos en parte, "los propios científicos, que no salían de su Torre de Marfil". "El científico hasta hace prácticamente una década no se planteaba que tuviera que comunicar su trabajo; pero no sólo nos conviene, sino que también es nuestra obligación", añade.
El aparente divorcio entre ciencia y literatura, una guerra no reconocida, un enfrentamiento soterrado durante siglos, parece estar llegando a su fin. Así lo plantea también Roslyn Haynes en su artículo Ciencia y Literatura. ¿Ya han acabado las guerras entre las dos culturas? que se ha publicado en el último número de la revista Mètode, que edita la Universitat de València.
En él Haynes esboza la incidencia de cuestiones históricas para explicar una estigmatización que se ha extendido, hasta el punto de hacer un cliché de la figura del científico loco. Frente a esto, la australiana, autora del libro De Fausto a Strangelove. Representaciones del científico en la literatura occidental, muestra como a finales del siglo XX ha aparecido un nuevo género de investigadores en libros que ya se definen como literatura de laboratorio (lab-lit), "en los que los científicos ya no son retratados según los estereotipos sino como personas corrientes, que se dedican a la ciencia como se dedicarían a cualquier otra profesión". Algo que encaja con algunos textos de Gómez Cadenas.
Fue el químico británico C. P. Snow, el primero en plantear esta separación enfrentada entre la ciencia y las humanidades en una conferencia en 1959 y hablar de "las dos culturas". En ella criticó que humanistas y científicos "mostraban una alarmante ignorancia por lo que hacía mención a los más elementales conocimientos de las otras disciplinas". Dicho de otra manera, los científicos no leían a Dickens y los licenciados en humanidades no entendían nada de ciencia.
La separación era pues absoluta. Y como lo que más se teme es lo que no se conoce, la estigmatización fue también inexorable. Según cita Haynes, Andrew Tudor calculó que los científicos sonados y sus creaciones habían sido los principales proveedores de monstruos de una tercera parte de las películas de terror producidas entre 1931 y 1984. Por su parte la investigación científica o psiquiátrica causaba el 39% de las tragedias.
Para Haynes esta demonización, incluso, viene de antiguo, de la condena contra la alquimia que dictó Juan XXII en el año 1137. Sea como fuere, la vinculación ciencia humanidades prácticamente desapareció. Eran mundos paralelos; casi enfrentados, con grandes muros entre ellos. Nada que ver con la antigua Grecia. Personajes como Leonardo da Vinci o Goethe eran raros. Accidentales. Casi casualidad.
¿QUÉ ES LO QUE HA CAMBIADO?
Haynes cree que uno de los factores fundamentales que ha contribuido a derribar estos muros ha sido la concienciación medioambiental que ha provocado que más personas se interesen por la ciencia y que la figura del científico pueda ser, incluso, la del héroe salvador.
Igualmente, el aumento de la divulgación científica, especialmente por televisión, ha contribuido a darle proximidad a la ciencia. Algo en lo que coincide Gómez Cadenas, quien señala que los científicos se toman ahora "mucha molestia en hacer accesible a la gente sus trabajos". "Y conforme más se sube el nivel de excelencia, más se preocupa la gente de hacer accesible sus trabajos". Tal y como apunta Haynes, "algunos científicos se han interesado tanto por la comunicación que ellos mismos han acabado escribiendo ficción".
Un caso sería el de Carl Sagan, quien alcanzó una gran popularidad como divulgador con su serie Cosmos. "Era un titán", dice de él Gómez Cadenas. "Se adelantó casi 20 años. Aunque fue una gran figura admirada por el público, tuvo que sufrir el desprecio de sus colegas, que le consideraban un presumido que quería salir en la televisión. Nadie se lo puso fácil". Su trabajo y el de muchos que le siguieron contribuyó a que no resultara incomprensible para el ciudadano medio conceptos como el Big Bang.
En la actualidad, que Stephen Hawking es una estrella internacional, los clichés ya no son aceptados por el público con la misma ligereza. "Los arquetipos", dice el ingeniero aeronáutico y novelista Antonio Garrido, dos novelas y una tercera en ciernes, "provienen de una época en la que el científico era un ser extraño, inusual... Pero creo que hoy día todo eso está más que superado".
Tanto que incluso se podría decir que hay un cliché positivo, el de los científicos de Michael Crichton, herederos de los de Julio Verne, más cerca de Indiana Jones que de la realidad. "Por eso escribí Materia extraña", dice Gómez Cadenas. "Quería mostrar personajes próximos a los científicos reales" porque los echaba en falta en la Literatura y el Cine tradicional. Y es que, como dice el físico y novelista valenciano: "Hemos avanzado, pero todavía hay poca Literatura y poco cine que se haya acercado a la realidad", concluye.
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