VALENCIA. Lo más interesante del encuentro de Economía y Sociedad celebrado esta semana en València, en la casa de Francisco Pons, todavía jefe de los lobbistas indígenas y en consecuencia, anfitrión de alcurnia, han sido sus sorprendentes por precisas conclusiones. Un lenguaje tajante, sin florituras de cocina parlamentaria, que llama al pan, pan, y al vino, vino, y a mil años luz de la demagogia y verborrea mesiánicas de ciertos sectores de la clase política.
En otro encuentro patronal, otro peso pesado del comercio autóctono, José Vicente Morata, presidente de la Cámara de Comercio, ha señalado, recordando el pacto constitucional de 1978 y las manera del buen hacer económico y político, que esos acuerdos "relegan hacia fuera del núcleo de liderazgo social, político o socioeconómico, a los manipuladores, los intransigentes, los poseedores de la verdad absoluta, los autócratas antidemocráticos, a los insolidarios, a los de palo largo y mano dura en sus distintas apariencias".
Los empresarios, los jefes, los patronos, los amos. Estos señores a los que la ceguera izquierdista consideró enemigos sin reparar en su papel esencial en la creación de riqueza y metiéndolos a todos en el mismo saco, parecen haber recogido el fuego de la oposición que les tocaba hacer a los políticos de oficio. Churchill dijo que cuando los empresarios tienen que hablar de política es que las cosas pintan feas de verdad.
Hoy en València y al inicio del tercer milenio con el capitalismo tambaleante por culpa de unos cuantos visionarios, estos caballeros han presentado un manifiesto, estilo Marx y Engels en 1848, en el que hablan de la creciente frustración social y el peligroso desprestigio de la política. En este manifiesto de clase lo que más llama la atención es cómo los patronos más dinámicos del estado ponen el dedo en la llaga como lo haría un sindicalista rojo ante su proletariado iracundo: reformar la Administración, poner fin a la designación política de altos cargos, cambiar el rumbo de la política energética y lo más importante: transformar el modelo educativo. Pieza esencial del engranaje de una sociedad desarrollada y asunto en el que patronos y obreros (sindicatos) coinciden: sin educación no hay desarrollo, sin desarrollo no hay crecimiento. Y sin eso no hay Europa sino un sumidero sureño a la griego o portuguesa.
Están siendo lúcidos esos protagonistas de la producción y el crecimiento económico del país, dueños de los medios de producción y cuyas fábricas ceban a los bancos; entes financieros éstos que a la postre, y con la ayuda del Estado, muerden la mano de aquellos, martirizando a las pymes y cerrando los grifos del crédito.
Los empresarios -los malos de la película en la lucha de clases-, llevan tiempo esperando que les faciliten el trabajo, no sólo el AVE o la modernización de los puertos, proyectos que se eternizan tanto como se eleva nuestro déficit, sino que se haga fluida la inexistente dialéctica esencial del capitalismo moderno de crear un puente de plata entre Universidad y empresa, es decir, entre jóvenes profesionales cualificados y mercado de trabajo.
Los empresarios hispanos ya están más que hartos del enfoque ibérico del sol y playa; el hotel de veraneo de Europa. Una economía al servicio del sector terciario con mucho camarero y nueva cocina pero poco ingeniero industrial o investigador. La Universidad, abandonada a su suerte por los gobiernos, titula a gogó a masas de jóvenes que se ven arrojados al mercado con los ojos vendados, sin canales de comunicación con el mundo productivo. Y al revés, los empresarios no suelen pescar en la Universidad (pese a numerosos organismos existentes para ello) a los mejores entre los mejores, como hace cualquier economía anglosajona desde los tiempos de Keynes.
Aquí en València, como ilustración de lo dicho, el asunto llega al desencuentro absoluto pues acontece que las empresas ven dificultado su acceso al aprovechamiento de valiosas patentes logradas en la Universidad Politécnica, útiles y rentables para la innovación y desarrollo (el famoso I + D que todos los gobiernos prometen pero ninguno ejecuta). El desafortunado tópico de principios de siglo -Unamuno dixit-, síntesis de nuestro ancestral retraso "¡Que inventen ellos!", se ha vuelto a poner de moda dada la cada vez más alarmante merma en fondos para investigación.
Los empresarios reunidos en València bajo la batuta de Pons no tienen un pelo de tontos y con gesto adusto pero enérgico han sacado los colores al Gobierno de la Generalitat y al de Madrid y proclaman que políticos, empresarios, sindicatos y sociedad civil "se embarquen en la creación de una nueva conciencia y espíritu colectivos".
En ese V Encuentro empresarial estaba lo mejor de cada casa: Juan Roig, Claudio Boada, Joaquín Aurioles, Alexandre Forcades... entre otros. En esta ocasión se les veía cabreados, no encendieron muchos cohíbas en el descanso. Como a Morata, cuyo discurso de esta semana, más conciliador y filosófico, posee cierto estilo jacobino, con esa fuerza que tenían las primeras proclamas de la burguesía europea ascendente frente a la decadencia feudal. Morata no se mordió la lengua: atacó "a los portadores del inmovilismo y la inacción (...) que para mantener su 'estatus quo' de grupo o clase, inundan el panorama social de nuestro entorno y debaten con frecuencia y acritud con los populistas que practican la gesticulación calculada con el único objetivo compartido de que nada cambie para que en cualquier caso ellos permanezcan o como alternativa (...) que les habilite para ejercer su oligarquismo antidemocrático protegido por su cohorte de ventajistas"...
Miembros de la oposición política al Gobierno valenciano acusan a la Generalitat de estar intentando liquidar el movimiento empresarial de la Comunitat, por el sencillo método de cooptarlo. Estas fuentes señalan que a ciertos sectores del gobierno autonómico les incomoda un juego normal entre empresarios y sindicatos y se dedica a echar leña al fuego. El hecho de que centenares de pequeñas y grandes empresas, por no hablar de autónomos, tengan como principal moroso al gobierno es kafkiano y hace sonreír a colegas europeos que aun piensan que esta es la España de Merimeé.
Los patricios de la producción reunidos en València han llegado lejos en su improvisado y rápido think tank colectivo al denunciar las medias verdades con que los gobiernos ocultan la realidad: "Una política de comunicación veraz que transmita a los ciudadanos de forma razonada, sistemática y convincente, la auténtica magnitud de la recesión". Un verdadero palo al discurso político dominante. Ni las izquierdas son capaces de hablar tan claro.
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