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CRÍTICA DE CINE

Corazones de acero
La guerra de Brad

CARLOS AIMEUR. 09/01/2015 La película de David Ayer se queda a mitad camino de su intento de ser un gran filme; revisión encubierta de Sven Hassel, llega 30 años tarde 

VALENCIA. Ocurre al principio de la película. El personaje que interpreta Brad Pitt tiene un acceso de fatiga de combate. Acaban de llegar de una nueva misión. Ha muerto un compañero, un subordinado. Él y sus hombres están cansados. El rol de Pitt, un sargento duro prototípico, se escurre de la dotación de su tanque, les deja con la palabra en la boca, se aleja de ellos y, cuando no le pueden ver, se arrodilla para morderse los puños entre un camión cisterna y otro de suministros. Sólo unos segundos.

Cuando se recompone, levanta la mirada y descubre que le están contemplando un grupo de prisioneros alemanes. En sus rostros no se percibe emoción alguna. Y entonces se produce el famoso efecto Kuleshov: El espectador se ve impelido a empatizar con el personaje de Pitt pero también con sus antagonistas, ese ente informe que son los enemigos. La secuencia humaniza al personaje, le sitúa en un plano de igualdad con sus contendientes, y lo hace provocando que el espectador interprete, sea activo y no un mero consumidor de imágenes. Es brillante. Es una perla suelta.

La mayor parte de Corazones de acero (Fury) no recorre, ni mucho menos, esos senderos de la desesperación, de la angustia, con esa sutileza; la mayor parte del largometraje de David Ayer apuesta por otra vía, por mostrar la claustrofobia desde el interior de un tanque de una manera explícita, por la acción intensa, por retratar la deshumanización de los soldados (a veces de manera forzada), por presentar el horror de la guerra y, siempre, lo hace imitando modelos anteriores. Es manierista.

Son legión los fragmentos, ideas, gestos, momentos, situaciones, que parecen copiados de cualquiera de las numerosas películas que se han realizado sobre la II Guerra Mundial. Es lo que se conoce como un déjà vu, lo-ya-visto. Desde prácticamente el arranque todo remite a precedentes. Con contadas excepciones, claro. Ahí está la primera secuencia narrada o esa otra en la que el personaje del novato, encarnado por el joven Logan Lerman (de lo mejor de la película), se debe adentrar en el camino para vigilar. No es la norma.

Ambientada en abril de 1945, cuando las tropas estadounidenses estaban avanzado sobre Berlín, la película está narrada desde el punto de vista de este soldado novato que se incorpora a la dotación del tanque, un Sherman M4A3E8 en cuyo cañón se puede leer la palabra ‘Fury', furia. Su adaptación, sus primeros problemas en combate, su relación con sus difíciles y desequilibrados compañeros, no se diferencian en nada de vivencias reflejadas no sólo en filmes de la II Guerra Mundial, sino también en películas como Platoon (1986, Oliver Stone), ambientada en la guerra de Vietnam.

Ayer, guionista de largometrajes como Training day y realizador de Sin tregua, no sólo pesca en caladeros cinematográficos; lo hace también en literarios. Las novelas de Sven Hassel son una influencia diáfana. Sus personajes hablan como los de los libros del danés, actúan como ellos, dicen frases que dirían ellos. Es más, incluso parece que les rinde homenaje en un momento del largometraje cuando uno de los personajes, el que encarna Michael Peña, se hace con un sombrero de copa negro, en lo que parece un guiño al sombrero de copa amarillo del personaje hasseliano de Joseph Porta.

Todo ello, empero, no molestaría si no fuera por el tramo final que conduce a la película de la desesperación, del cinismo, al heroísmo más burdo, el de las Hazañas bélicas más ramplonas, con unos últimos diálogos que más que emoción producen vergüenza ajena. Sin entrar en más detalles por no incurrir en spoilers, basta con señalar que las decisiones que toman los personajes en la media hora final son absurdas e inverosímiles.

Es un problema que se repite en toda la película. Ya le pasa con la secuencia de las mujeres en el pueblo y la posterior cena, otro momento intenso dramáticamente hablando, bien resuelto a nivel técnico, bien interpretado, pero absolutamente innecesario en el devenir del conjunto y que además remata de una manera tan tosca como desaforada, casi risible. Ayer tiene un puñado de buenas ideas pero le falta finura para dar con el punto exacto. No llega en ningún momento a penetrar en el alma humana. No se asoma al abismo que es el corazón del hombre. Sólo pasea por el borde.

Las alusiones irónicas para evidenciar el descreimiento de los personajes, con frases como "el mejor trabajo que tuve", remiten más a un cine de clichés, de puro esparcimiento masculino, que a cualquiera de los grandes largometrajes sobre la II Guerra Mundial que le han precedido.

Como parodiaba Nora Ephron en Algo para recordar (1993), si las mujeres lloran con determinados dramas románticos, los hombres lo hacen cuando recuerdan largometrajes como Doce del patíbulo (1967, Robert Aldrich) ¿Y cuándo moría Trini López? ¿Quién no ha llorado con esa película? Corazones de acero es de ese tipo de filmes y va a ese tipo de público. Es pura testosterona, un dechado de virilidad a la vieja usanza, con una sublimación pueril del compañerismo y la lealtad.

¿Que la sostiene? La pericia técnica. En todos los sentidos. Porque, y ése es un mérito que cabe reconocerle a Ayer, sabe construir como director todo un andamiaje visual de una gran fuerza que debe mucho, muchísimo, a Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998). Otra virtud es su perfecta descripción de la situación límite de las dotaciones de los tanques aliados, inferiores técnicamente a los temibles Tiger, así como el retrato visual que hace de su odisea, con juego de colores incluidos, no por simple menos eficaz. Estéticamente bella, la película transita del gris azulado de los momentos melancólicos al amarillo, naranja, rojo y negro de la batalla final, algo así como el infierno, pasando por los ocres y colores tierra de los combates en el campo. Especialista en el cine de acción, Ayer es mejor director que guionista, y eso se percibe en el conjunto.

Corazones de acero se queda a mitad camino de su intento de ser un nuevo gran filme sobre el conflicto más representado en la historia del cine. A punto de celebrar los 70 años de su fin, coincide en las carteleras con otros dos largometrajes sobre la contienda tan dispares como Invencible de Angelina Jolie o The imitation game (Descifrando a Enigma) del noruego Morten Tyldum. Tiene aciertos, momentos de gran fuerza, y trazas de lo que podría haber sido una obra maestra, sobre todo si se hubiera estrenado hace 30 años. Ahora es sólo una película más, un filme de acción cuyo objetivo prioritario y casi único es entretener. Y lo consigue.

Corazones de acero (Fury)
EEUU, 2013, 128 minutos

Director: David Ayer.
Intérpretes: Brad Pitt, Shia LaBeouf, Logan Lerman, Jon Bernthal, Michael Peña, Jason Isaacs y Scott Eastwood.

Un sargento que lidera un tanque Sherman M4A3E8, llamado Fury, y su tripulación de cuatro hombres se adentran en una peligrosa misión tras las líneas enemigas.

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1 comentario

saoret escribió
09/01/2015 15:07

Habría que preguntarse qué tipo de atracción despierta la segunda guerra mundial en multitud de espectadores y lectores en todo el mundo. ¿Qué mueve a personas, la mayoría antibelicistas como yo, a verse fascinados por esta temática? Una de las respuestas que he encontrado es la necesidad genética que tenemos mucha personas de combatir contra amenazas. En un tiempo, como el actual, en que te sientes amenazado pero en el que es muy difícil establecer quién es el «enemigo», la segunda guerra mundial plantea un escenario maniqueista de buenos y malos casi puro. Los nazis son los malos: fascistas, racistas responsables de una de las mayores «limpiezas étnicas de la historia», que empezaron una guerra arrastrando al resto del mundo a tomar partido en ella. Frente a esos malos, cualquier actitud que suponga el fin de los fascistas, parece entrar en el grupo de los «buenos». Los conflictos actuales, tan cargados de matices ideológicos que hacen imposible determinar quiénes son los buenos, repelen a los espectadores que sólo buscan dar rienda suelta a sus instintos básicos de defensa (afortunadamente, sólo en forma de identificación con los personajes de una historia) con la tranquilidad de dirigir tus fuerzas en una empresa justa (sin ambages ideológicos). Desde esta perspectiva, está película puede que no llegue tarde: la segunda guerra mundial parece que es la eterna causa justa que nuestro «yo guerrero» (que levante la mano quien no lo tenga) necesita como vía de escape. En mi opinión el género bélico (y sobre todo la segunda guerra mundial) todavía tienen un amplio recorrido. Sería deseable que todos tuviésemos suficiente con ver estas películas para satisfacer algunos bajos instintos.

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