VALENCIA. Ser o no ser, de eso se trata. Muy pocas veces ha resonado en los escenarios la traducción que Tomás Segovia hiciera del famoso verso de Hamlet. Siempre han preferido los actores y directores "esa es la cuestión", "he ahí la cuestión" o "he ahí el dilema", más arcaicos, más relamidos, menos terrenales quizás que un "de eso se trata". Porque a Shakespeare siempre nos lo han representado con cuello de encaje y bigotes estirados, como una extravagancia de la historia y de la cultura que poco tiene que ver con nuestros días.
Son solo imágenes. Y la imagen del teatro clásico, inglés o español, siempre ha arrastrado ese estigma de anacronismo, refinamiento y alta cultura inalcanzable, quizás porque fue lo primero que entró en el canon nacional, tan exclusivo, y lo último en salir. Su extrañeza, para los ortodoxos, garantiza el halo de sacralidad que los tiempos modernos quisieran pervertir. Por suerte, la academia de melancólicos, apocalípticos y nostálgicos hacen florezcan proyectos pedagógicos como la (otra más) adaptación del Quijote de Pérez Reverte, que de momento ha valido para que el escritor diga que somos un país de catetos, analfabetos y salvajes. Vender o no vender, de eso se trata.
LA REVOLUCIÓN DE LOPE DE VEGA
Tenía más razón Segovia al traducir el famoso verso con "de eso se trata" que la serie de traducciones al hijo de la de Leandro Fernández de Moratín, doscientos años antes. El teatro clásico español, del que se nutrió toda Europa, no se caracterizó precisamente por encerrar los versos en palacios, cortes y decorados con faunos y ninfas, sino por todo lo contrario: pese al teatro cortesano, religioso o universitario, la dramaturgia del XVII fue la primera expresión de cultura de masas de occidente. La producción de obras según el gusto del "vulgo" configuró un sistema comercial muy fecundo, gracias a la apertura de corrales de comedias, como el de la Olivera en Valencia, la compraventa de talento artístico (donde la fama y el renombre jugaban un papel fundamental) y la difusión masiva de textos, ediciones o colecciones "de autor" nacidas en las imprentas de toda España.
Fue un fenómeno literario, económico y cultural que cambió para siempre la idea de teatro y de arte. Hace relativamente poco, la revolución digital amenazó con cambiar los modos de lectura, de difusión y de almacenamiento de los textos actuales y pasados, inaugurando un nuevo tiempo donde la individualización del conocimiento así como la interacción con él serían fundamentales. Toda revolución en el formato de la cultura conlleva una revolución conceptual y otra educativa. No se publica igual, no se lee igual y no se aprende igual.
La relación con los fenómenos culturales habría de ser otra, del mismo modo que sería otra la forma de conocimiento y de aprendizaje, o de investigación en el ámbito de las humanidades. La universidad, en primer lugar, y los planes de estudio de secundaria, posteriormente, tendrían que ser capaces de resolver ese sudoku que se planteaba con la revolución digital. Y aquí no valían ortodoxos.
EL TC/12 Y LA UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
Joan Oleza es uno de esos heterodoxos españoles que intuyen el ritmo de la historia y los caminos del conocimiento. Bajo los efectos de la combinación de Clarín con Max Aub, de Galdós con Blasco Ibáñez o de Lope con Lyotard, intuyó que la modernidad y la posmodernidad exigían una universidad canónica, permeable y flexible, acorde con las convulsiones sociales que habría de sufrir de manera inevitable.
Y en 1998 comenzaron los trabajos previos de Artelope, una base de datos sobre la obra dramática del Fénix de los ingenios que vio la luz en 2011, y que en sus dieciséis años de vida ha ido organizando información preciosísima (y precisísima) sobre las más de cuatrocientas obras escritas o atribuidas a Lope de Vega. El saber enciclopédico del siglo de las luces debía adecuarse a un lenguaje computacional, de modo que los investigadores del genio barroco tuvieran al alcance no solo datos dispares de sus textos agrupados en una misma web, sino nuevas motivaciones y nuevas metodologías para ensanchar el conocimiento. No se trataba solo de acumular información, sino de modificar su tratamiento, para que la producción científica alrededor del teatro de los siglos de oro fuera más fecunda, más exacta y de mayor proyección.
El gran salto del proyecto, sin embargo, llegaría mientras se ultimaba la apertura del portal Artelope para dominio público. El grupo de investigación sobre Lope se uniría a otros once en todo el territorio español para conformar el macroproyecto TC/12. Patrimonio teatral clásico español. Textos e instrumentos de investigación, financiado por el Programa Consolider del Ministerio de Economía y Competitividad (de entonces) y dirigido desde la Universidad de Valencia. Se ampliaba así la nómina de autores, de actores, de temas y de obras en contacto, y se multiplicaban de esta manera las posibilidades de investigación al cruzar los recursos de cada uno de los doce proyectos. La red, con un fuerte respaldo económico, debía servir para ordenar y relacionar todo el saber acumulado por los siglos y las universidades, y reorientar los estudios teatrales en colaboración con las nuevas tecnologías y las humanidades digitales.
LA 'CHAMPIONS' Y LA POLÍTICA CULTURAL INTERNACIONAL
"Aspiramos a meter el teatro clásico español en la ´Champions´ de la literatura europea", decía Oleza al analizar las perspectivas que el macroproyecto había trazado para un total de cinco años. Porque Shakespeare era una marca insoslayable de la cultura inglesa a nivel internacional y Calderón de la Barca o Tirso de Molina debía serlo a su vez. Y no solo: que convivan en un mismo espacio y en un mismo tiempo y en una misma cultural Lope, Tirso, Calderón, Guillem de Castro, Mira de Amescua, Rojas Zorrilla, Ana Caro, Agustín Moreto, Quevedo o Cervantes no deja de ser un prodigio irrepetible.
"Soy polaca, Segismundo es mi compatriota. Solo este año 2013 se han presentado en Polonia tres estrenos de La vida es sueño", explica Beata Baczynska, de la Universidad de Wroclaw (Polonia), una investigadora de entre los más de 150 que trabajan en el proyecto, y que representan a las 52 universidades o centros de investigación de todo el mundo.
El trabajo final es ingente. Más de 40 libros publicados, más de 80 volúmenes, más de 1000 papers, más de 100 congresos organizados en colaboración con los grandes festivales de teatro del país o casi 100 ediciones digitales de acceso libre gracias a los acuerdos con la Biblioteca Virtual Cervantes. Y exactamente 88 obras en la colección "Early Modern Theatre" del canon de teatro clásico europeo, traducidas en paralelo a varias lenguas (español, inglés, francés e italiano), lo que pone al canon español a la altura internacional de Shakespeare, Molière, Corneille, Marlowe o Maquiavelo.
Esta semana será la última del macroproyecto TC/12. 2014 cerrará la etapa de uno de los proyectos que más arriesgó dentro de las humanidades en España. Queda la duda de si será suficiente, de si será perdurable, de si será ejemplo, de si será eficaz. Mientras las convulsiones sigan, la universidad deberá ensayar sus propios métodos de supervivencia. Ser o no ser, de eso se trata.
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