VALENCIA. Talentos oscurecidos por su condición de one hit wonders (maravillas de un solo éxito), bandas desarraigadas que acaban emigrando para extraer jugo de su desubicación, excelentes amanuenses de escrituras lejanas que otros han transcrito mucho antes, estupendos hacedores de canciones sepultados por el olvido al que han visto sometido un repertorio que no ha envejecido demasiado bien, estrellas del pop condenadas a la sospecha eterna por su condición de producto manufacturado...la historia del pop y el rock es pródiga en casos de artistas detentores de extraordinarios repertorios que, por un motivo o por otro, no han conjugado el reconocimiento popular con el beneplácito de la crítica.
Ninguno de ellos suele figurar en esos concienzudos listados que la prensa especializada elabora para resumir décadas e incluso periodos de 50 años, pese a detentar méritos para ello. Algunos habitan directamente en esa categoría que los anglosajones califican como guilty pleasure (placer culpable): aquellos objetos de deseo cuyo consumo compulsivo, como el del fast food, no luce precisamente bien en una conversación con ínfulas de cierto nivel intelectual. Aunque muchos de ellos no deban inducir culpabilidad alguna. Otros ni siquiera tuvieron la suerte de gozar del favor del público. Todos ellos comparten un cierto desdén de parte de la historiografía rock oficial, más allá de la reivindicación puntual de algún plumilla de referencia.
Su capítulo, como aquel que trazamos hace unos meses sobre los malditos de nuestro rock, puede ser casi tan interminable como el mismo túnel de la historia. Así que desde aquí les invitamos no solo a leer, sino a propugnar su propio listado de placeres que merezcan ser reivindicados (algunos, ya lo avisamos, pueden echar aquí de menos a Abba, generalmente más valorados por los medios foráneos que por los patrios). Porque en este país todos llevamos un seleccionador dentro. Y no hay nada que nos ponga más a tono que todo este asunto de las listas.
AMERICA
En el momento de su edición, mucha gente pensó que ‘A Horse With No Name' era una canción de Neil Young. No es de extrañar, porque el trío formado por Dewey Bunnell, Dan Peek y Gerry Beckley mostraba sus cartas con la transparencia del devoto y el candor del debutante. Operaban desde Gran Bretaña, porque los tres eran hijos de miembros de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, destinados allí (solo uno era británico). Practicantes de un folk rock plenamente deudor de Crosby, Stills & Nash (con o sin Young, o con este por separado), venían a proponer algo similar a lo que Mumford & Sons o Noah & The Whale propugnan ahora desde Londres: la recuperación de sonidos propios del otro lado del océano. Con el riesgo de ser vistos como un mero sucedáneo. O como unos impostores de primera.
Lo cierto es que los cinco primeros álbumes de America difícilmente figurarán en esos amplios volúmenes de los 1001 discos que uno ha de tener en su casa, sí o sí. Pero todos ellos (America, de 1972, Homecoming y Hat Trick, de 1973, Holiday, de 1974 o Hearts, de 1975) constituyen primorosos tratados de folk y soft rock, con temas tan certeros como ‘Sandman', ‘I Need You' (que versionaran nuestros Parkinson D.C. hace dos décadas), ‘Ventura Highway' o ‘Tin Man'. Se les considera, con razón, antecedentes de los popularísimos Eagles.
Quién sabe si la recuperación de ‘A Horse With No Name' para un conocido spot televisivo puede avivar la curiosidad por indagar en su valiosa discografía.
ADAM & THE ANTS
De todas las luminarias que la new wave nos legó, quizá Adam Ant fuera quien tuviera más claro el enorme poder de los medios. Mientras The Clash y otros tótems del punk podían permitirse abjurar del Top of The Pops, Adam Ant era un personaje que estaba encantadísimo de valerse de los canales más mainstream para darse a conocer. No es de extrañar que operase en plena sintonía con los preceptos de Malcolm McLaren, quien reorientó su carrera a partir de 1979. Agit pop en toda regla.
Lo chillón de su estampa, la escasa apostura de Marco Pirroni (su guitarrista y escudero) y ese perfil de producto estratégicamente prefabricado para el éxito no empañan la efectividad de discos como Kings of the Wild Frontier (Epic, 1980) o Prince Charming (Epic, 1981), con éxitos inapelables como ‘Ant Music', ‘Prince charming' o ‘Stand and Deliver', que muestran su pegadizo hermanamiento de efluvios post punk y glam rock.
GARY NUMAN
El synth pop de Gary Numan fue una determinante influencia sobre Depeche Mode, Afrika Baambataa, Juan Atkins, Prince, Nine Inch Nails, The Rentals, The Prodigy o The Smashing Pumpkins. Así lo han reconocido casi todos ellos. Sin la espectral gelidez de sus teclados y la altisonante magia de temas como ‘Cars' o ‘Are Friends Electric?', no se entendería gran parte de todo lo que vino después. Pese a ello, y pese a álbumes tan seminales como Replicas (con Tubeway Army; Beggars Banquet, 1979) o The Pleasure Principle (Beggars Banquet, 1979), la figura de Numan no es de las que suele destacar en los listados de obras canónicas que los medios especializados suelen despachar con cierta periodicidad.
La pléyade electro clash de principios de este siglo (Fischerspooner, Client, Ladytron) hizo que su nombre volviese a resonar con fuerza, aunque generando un eco que no trascendió en demasía al ámbito de los ya iniciados. Hace cuatro años recaló en el Primavera Sound con un directo más que competente, y editó hace un año el estimable Splinter (Songs From A Broken Mind) (Mortal Records, 2013).
BEE GEES
Los hermanos Gibb serán eternamente recordados por sus pantalones de campana, sus falsetes estratosféricos y sus himnos para la pista de baile en plena eclosión de la disco music, a finales de los años 70. Seguramente el superestrellato del que gozaron a partir de entonces (y maniobras directamente punibles, como la película y la BSO que perpetraron sobre el Sgt Pepper's Lonely Hearts Club Band de los Beatles en 1978) hayan oscurecido su más que reivindicable producción de finales de los años 60. En ellos latía una forma mucho más sensata de modular su fervor por el trazo melódico de los Beatles, en connivencia con Robert Stigwood, el manager que ejerció como su Pigmalión.
Y es que cuando decidieron mudarse de su Australia natal al Reino Unido, en 1967, enlazaron una serie de álbumes como Bee Gees 1st (Reprise, 1967), Horizontal (Reprise, 1968), Idea (Reprise, 1968) u Odessa (Polydor, 1969), tan reevaluables en su conjunto como por la retahíla de canciones célebres que generaron, caso de ‘Massachussets', ‘To Love Somebody', ‘I Started a Joke' o ‘Melody Fair'.
https://www.youtube.com/watch?v=h-6kKCX2q1I
THE MONKEES
The Monkees fueron el prototipo de banda prefabricada para explotar una sinergia televisiva: la de la serie para que la fueron creados, a finales de los años 60, y cuya formación se rigió por un casting. Perfilaron la horma para productos similares en años venideros, como los Archies o los Bay City Rollers. Cuando comenzaron a desligarse de ese molde para volar por libre, seguramente ya era algo tarde para que la crítica les concediese crédito más allá de su condición de Beatles de bolsillo. El caso es que, con independencia del rosario de hits que facturaron en torno a material mayoritariamente ajeno (‘I'm a Believer', ‘I'm not your Stepping Stone', ‘Last Train To Clarksville'), el talento de Mike Nesmith había dado espléndidas señales de vida en temas como la magistral ‘Different Drum', compuesta originalmente en 1965. El hecho de que muchos años más tarde haya sido versionada por Stone Poneys (con Linda Ronstadt), The Lemonheads, Susanna Hoffs con Matthew Sweet o Carrie Underwood da buena cuenta de la pervivencia de su olfato melódico, desarrollado años más tarde como uno de los primeros espadas de lo que se dio en llamar country rock.
ELECTRIC LIGHT ORCHESTRA
Aunque si hablamos de la influencia de los Beatles, pocas bandas han esgrimido ese influjo con mayor transparencia (y éxito popular) que la Electric Light Orchestra. Su intención confesa era retomar su historia "justo donde ‘I am the Walrus' la había dejado", y a fe que consiguieron engendrar una factoría de hits que era como la versión prog rock y tecnológicamente sofisticada de los Fab Four. Ironías del destino, fue precisamente su líder Jeff Lynne quien acabó produciendo el Cloud Nine (Dark Horse, 1987) de George Harrison y formando junto a él aquella superbanda llamada The Travelling Wilburys a finales de los 80.
Pero desde su irrupción a principios de los 70, nunca fue una banda especialmente apreciada por la crítica. Su música, una suerte de fantasía sonora en la que cosas como el punk nunca existieron, puede sonar como la antítesis de lo que se entiende por cool. Y tampoco las frecuentes reunificaciones que han emprendido en los últimos tiempos (con o sin Jeff Lynne) ayudan precisamente a rehabilitar su imagen. Pero ni su influencia es tan remota (Flaming Lips o Super Furry Animals la asumen) ni es fácil dar con bandas que ostenten tal arsenal de canciones inapelables como la que ellos despacharon en álbumes como Eldorado (Jet Records, 1974), A New World Record (Jet Records, 1976), Discovery (Jet Records, 1979) o Time (Jet Records, 1981). Ojalá todo el AOR hubiera sonado igual.
BOSTON
Otro de los grandes anatemas del momento, al margen de la ELO, Supertramp y otras formaciones que encarnaron la versión más liofilizada y accesible del sinfonismo pop de los 70, fueron Boston. Producto de la vasta imaginación de Tom Scholz, un mago del estudio con ínfulas de visionario, debutaron en 1976 con un álbum homónimo (Boston, Epic/Sony, 1976) que vendió 25 millones de copias en todo el mundo, convirtiéndose en uno de los debuts más vendedores de la historia. El periodista Darío Vico definió a Schulz, en Supertramp y los grandes magos del sonido de los 70 (Midons, 2005) como "otro personaje olvidado, pero realmente excepcional, que podía haber sido Bill Gates antes que Bill Gates pero prefirió ser una estrella del rock...analizando sus canciones uno se encuentra con lo que muy bien podría haber escrito un androide ilustrado".
Tom Schulz nunca volvió a rayar a la altura de aquel debut, cuya escucha aún conviene abordar con cierta precaución, por aquello de que la forma (su producción excesiva, propensa a un envejecimiento prematuro) en ocasiones empaña su fondo (el material compositivo). Pero si hay un tema que destaca por encima del resto, y que es lugar común en cualquier radiofórmula de oldies que se precie, es ‘More Than a Feeling'. Un hit absolutamente inapelable, sobre el que Bob Stanley escribía, en un alarde de gallardía mayor aún que el de Vico (en las páginas de su Yeah Yeah Yeah:The Story Of Modern Pop; Faber, 2013), lo siguiente: "Había trazas de un arpegio de George Harrison, antes de que explotase en un estribillo que se hacía eco de ‘Louie Louie' y predecía ‘Smells Like Teen Spirit'...una canción años por delante de su tiempo". Recuérdenla y juzguen ustedes mismos.
BANGLES
Prácticamente todo el mundo recuerda a las Bangles por éxitos como ‘Wall Like an Egyptian' (1986), ‘Manic Monday' (1986) o ‘Eternal Flame' (1988). Pero conviene recordar que antes de que las angelinas pulieran su sonido, añadiesen sintetizadores a su fórmula y se convirtiesen en un fenómeno comercial, habían despachado el que había sido, seguramente, el mejor álbum de toda su trayectoria, aunque no albergase singles de impacto: All Over The Place (Columbia, 1984) mostraba el retrato creativo de una de las mejores bandas femeninas de los años 80, adscrita hasta entonces a la escena Paisley Underground (sí, la misma de The Dream Syndicate, The Long Ryders o Rain Parade). Manufacturando una espléndida rodaja de jangle pop norteamericano de lo más adictiva, del que bebía de las tradiciones del garage y del folk rock. Tan merecedor de parabienes, en el peor de los casos, como su trayectoria posterior, plagada de éxitos.
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