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LOS CAPRICHOSOS CAMINOS DEL ÉXITO

Desaparezca aquí:
el rock y los malditos

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 26/04/2014 La historia de la música pop está plagada de carreras marcadas por la fatalidad, el azar y un reconocimiento tardío. O a veces hasta imperceptible. Incluso en nuestro país

VALENCIA. Suicidios, adicciones fatales, dolencias degenerativas. O simplemente la incapacidad manifiesta para conectar con el público, apenas superada cuando ya es demasiado tarde para disfrutar del reconocimiento masivo en vida, se entienda esta en sentido literal o simplemente creativo. El pop, el rock, la música popular en esencia, es pródiga en historias de perdedores casi vocacionales. Cualquiera de nosotros necesitaría los dedos de ambas manos para enumerar aquellas bandas o músicos cuyos trabajos, considerados esenciales en nuestra colección, carecen del beneplácito de nuestros congéneres. Algunos logran esa pleitesía después de muertos. Otros, reducidos al culto de minorías, nunca la alcanzan.

Pero no cabe duda de que el imperio del pentagrama es un terreno especialmente fértil para el malditismo. Y su taxonomía es tan amplia e inabarcable como la complejidad de la propia naturaleza humana. Aunque los nombres de Nick Drake, Johnny Thunders, Tim Buckley, Jobriath, Elliott Smith, Epic Soundtracks o nuestros Poch, Eduardo Benavente o Josetxo Ezponda sean fáciles de localizar cuando se aborda esta temática. Amén de una retahíla de bandas que, afortunadamente carentes de tanta sordidez vital, pugnaron por hacerse un hueco en mercados que les fueron sistemáticamente refractarios: 091 (en la foto superior), XTC, Big Star, The Replacements y un largo etcétera.

"Sin duda, los 091, lo tenían todo: canciones, actitud, buenos músicos y grandes discos que han sobrevivido al paso de los tiempos. Incluso sus discográficas apostaban por ellos, pero nunca llegaron a cuajar". Quien así se expresa es Xavier Mercadé (Barcelona, 1967), veterano fotógrafo y activista rock que ha trabajado para un sinfín de medios especializados en las últimas tres décadas, y que no duda en situar a la banda granadina como epítome de valía no reconocida. Lo hace con conocimiento de causa: el año pasado editó el libro Balas Perdidas: Qué fue del S.XX (66 RPM Ediciones), un recorrido (precisamente parafraseando una de las canciones del grupo de Lapido) por la trayectoria de algunas de las bandas hispanas más reivindicables y menos agraciadas en la pedrea del éxito de los años 80 y 90, en el que no faltan Los Proscritos, Esclarecidos, Corcobado, Los Bichos, El Niño Gusano, La Mode, Claustrofobia, Corn Flakes, Los Enemigos, 21 Japonesas, La Granja o Parkinson DC.

Como se puede apreciar, el elenco es intergeneracional y nada sectario por condiciones de género. De hecho, si hubiera que trazar una génesis del proyecto, no estaría muy lejos del agudo escozor que sintió el norteamericano Michael Azerrad cuando vio un reportaje por televisión en el que se obviaba por completo todo lo que el undergound yanqui generó entre el punk y el bombazo comercial de Nirvana, y que le animó a escribir el celebrado Our Band Could Be Your Life: "es muy similar, porque nació de una conversación con el editor, Alfred Crespo, cuando nos dimos cuenta de que muchas bandas que vivimos y disfrutamos durante los años 80 apenas han tenido repercusión".

Nick Drake

La tozuda realidad es que casi todas las compilaciones de aquella década cuentan siempre con los mismos: "los libros sobre aquellos años y los recopilatorios se dejaban siempre a muchas bandas que eran superiores a los supuestos ‘elegidos para la gloria', y mientras que la mayoría de medios realzaba el papel de La Unión, Alaska y sus variantes o Radio Futura (con todos mis respetos) detrás suyo había cientos de bandas que habían despilfarrado ilusiones y canciones en carreras olvidadas". Muchos merecían mejor suerte, aunque algunos ni siquiera la buscaron, como lo prueba el hecho de que Mercadé asuma que "también hubo bandas que prefirieron transitar por la tranquilidad de las carreteras secundarias, con paisajes más agradecidos y más contacto con el mundo real". El caso es que el espectro se acabó ampliando a "bandas de los 90 que también quedaron en el olvido".

El libro casi coincide en el tiempo con otro volumen, en clave más estrictamente barcelonesa y minoritaria: La Ciudad Secreta: Sonidos experimentales en la Barcelona pre-olímpica 1971-1991 (Munster), de Jaime Gonzalo (ex director de Ruta 66). Un libro que, a través de proyectos como Macromassa, Error Genético o Klamm, se perfila como "una gran obra, un libro hecho a conciencia sobre una escena invisible, para el que su autor ha tenido que cavar muy hondo, porque aquello perteneció a lo más subterráneo del underground", comenta Mercadé.

Había, eso sí, una voluntad en toda aquella hornada de músicos barceloneses "de enterrar el pasado de todo lo que supuso la generación anterior, anclada en el sonido layetano, ya que en aquellos años todo el mundo tenía su propio papel en la película, ya fuera tocando en un grupo, sirviendo copas, haciendo radios, escribiendo en revistas, haciendo fanzines o formando parte de alguna célula cultural".

Precisamente la renuencia a cortar de cuajo con sus antecedentes generacionales de una forma terminante puede ayudar a entender el por qué la generación bisagra entre los 80 y los 90, la integrada por Surfin' Bichos, La Granja, Los Bichos, BB Sin Sed o Los Proscritos, tan ampliamente representada también en Balas Perdidas, lo tuvo tan difícil para llegar al gran público: "sí, fue una generación que quedó indefinida ya que no llegó a ‘matar al padre' ni a hacer cambios notables. Además en aquella época la industria discográfica se acomodó con la supuesta normalización del pop cantado en castellano huyendo de todo riesgo".

LA ATRACCIÓN DEL ABISMO

Nick Drake atiborrado de tranquilizantes, Johnny Thunders convertido en foco de todas las adicciones y dolencias imaginables, Syd Barrett hecho un guiñapo psicótico, Elliott Smith autoinmolándose a lo bruto o Tim Buckley ahogándose entre drogas y alcohol, años antes de que su hijo lo hiciera, de forma involuntaria, en aguas de un río de Tennesee. Casi todos ellos obtuvieron su merecido eco después de muertos, legando un puñado de obras perdurables. También encarnan todos ellos el estereotipo de músico torturado, carne de cañón en una industria no siempre agradecida con el talento en tiempo real.

Johnny Thunders

A desbrozar sus trayectorias dedica parte de su empeño el activista pop Juan Vitoria (Valencia, 1958), quien ya escribiera hace nueve años un volumen muy similar en intenciones al de Xavier Mercadé, pero desde una óptica más global: Discos Ocultos (Avantpress, 2005), en el que convivían ignoradas delicias (Zumpano, Swell, Millennium, Codeine, Décima Víctima, Mar Otra Vez) con álbumes mucho más celebrados, referenciales en su terreno (Pavement, My Bloody Valentine, Bauhaus o Tricky). "En el arte buscamos siempre, aunque sea de manera inconsciente, el sufrimiento del autor, la ruptura con lo convencional, el malditismo", nos cuenta, y pone para ello un ejemplo del ámbito del jazz: "es mucho más atractivo hacer una película sobre Charlie Parker, con todo lo que conlleva su adicción a las drogas y sus problemas sentimentales, que hacerla sobre Sidney Bechet, que era infinitamente mejor y más influyente, pero que murió de  una enfermedad vulgar en su retiro de Francia tras una vida llena de talento y exenta de problemas. Es lógico que Clint Eastwood, por mucho que admire a Bechet (me consta), no se planteara hacer un film sobre su vida".

La atracción que sentimos por el abismo, obviamente, no es un mito. Lo que sí convertimos en mito son los perfiles de aquellos que, por decisión propia o azar, acaban dejándonos antes de tiempo. En eso, Vitoria lo tiene claro: "incluso intentando evitarlo, los artistas con turbulencias en su vida nos sugieren más atractivos que la gente que se mueve en un entorno común. Por poner un ejemplo directo, si pensamos en los New York Dolls, quien nos viene a la mente inmediatamente es Johnny Thunders (genio, sin duda) y no David Johansen, que era el verdadero director de la banda". A muchos de ellos ha dedicado algunas de las entradas del blog de su veterano espacio de radio, (Los 39 Sonidos), como una consecuencia lógica de aquel libro, siempre susceptible de ampliar su radio de acción.

Y es que mucho más complicado de descifrar es el sino de aquellos que llevan una vida común, sin estridencias públicas, pero no terminan de despertar el entusiasmo de amplias capas de público. Ese era el caso de la mayoría de protagonistas de Discos Ocultos, un trabajo que alumbraba veredictos pero era, como todos nosotros, incapaz de vislumbrar razones para la sentencia, ya que "nunca entenderemos los resortes que funcionan para unos grupos y no para otros". El éxito y sus caprichosas razones, siempre difíciles de desentrañar.

Elliot Smith

Su propósito era "aglutinar discos emocionantes, fáciles más o menos de localizar, mezclando algunos LPs realmente desconocidos con otros relevantes que marcaran pautas para el futuro". Algunas de las bandas no llegaron a más por su propia impericia profesional, por esa incapacidad para vender un producto notable, como fue el caso de sus reverenciados Swell, "que tenían un potencial creativo extraordinario pero se cavaron su propia tumba, ya que eran bastante herméticos con la prensa y vivían casi como en una burbuja (por no hablar de otra de esas grandes enemigas, la heroína, que estaba inmersa en ellos)".

Al final, los caminos del malditismo se acaban cruzando, de una forma o de otra. Por la vía del ostracismo público, tenga o no efectos retroactivos. "Discos Ocultos no pretendía reverenciar el malditismo, de verdad, pero coincidieron algunos músicos con vidas realmente truculentas, sí, pero hay otros que hicieron obras maestras y que, por sólo mala suerte, la gente las ha reconocido 30 años tarde, como Billy Nicholls, Nick Garrie, Keith o Millennium".

Ya sea por mala fortuna, desubicación generacional, deficiencias de marketing o turbios avatares vitales, el capítulo de los malditos del pop y del rock es un auténtico pozo sin fondo. Un agujero negro siempre susceptible de verse ahondado,  casi hasta el infinito, y del que sus visitantes rara vez salen a tiempo para poder disfrutar de eso que damos en llamar justicia poética.

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