VALENCIA. Ser del Real Madrid se le hace muy cuesta arriba a los niños. Ganar todo a todos siempre poniendo mueca de asco es el lema sobrentendido del club. Si te atacan con un tío que juega bien, lo compras para devolverles la medicina. Es asqueroso. El mal personificado. El nivel del odio mide el nivel de éxitos. Sólo la risa desmonta el tenderete, la burla, porque cuando el gigante se tropieza a lo que invita es a mofa. Pero, como dijo el sabio, es imposible ser sublime sin interrupción.
El caso es que a los niños no les gusta que les odien. No están preparados en edades tiernas para degustar ese placer, lo mismo que sólo comen dulce o salado, porque no tienen los años de madurez necesarios para apreciar el sabor amargo, por ejemplo. Y es por ello que, en contacto con otros niños que son de otros equipos, tienden a hacerse perdonar ser del Madrid. Una opción, el viejo truco, es buscarse un equipo para perder. Mi caso personal, el Real Burgos, con dos descensos federativos en su haber. Una maravilla. Y su sucesor, el Burgos CF, otro. Un verdadero placer perder así, tanto, a lo loco, derrochando. Compensas diez copas de Europa que da gusto.
No obstante, otros niños iban más allá. Recurrieron al ser del Madrid en fútbol, pero del Estudiantes en baloncesto. Guillermo Ortiz, el autor de Ganar es de horteras, es uno de estos niños. Él tiene sus motivos, los expresa en el libro. Terminó estudiando en el Ramiro de Maeztu y todo, proclama que luego se hizo antimadridista de toda la vida en todos los campos del saber. Sin embargo, lo importante es que asistió a la época dorada del Estudiantes en los 90 con carné de abonado y ha relatado todo aquello en uno de esos libros biográficos deportivos que, como los Hooligans Ilustrados de Libros del KO, han mostrado una forma nueva de enfocar el deporte al margen de esas obras laudatorias y para público de escasas luces que abundan en las grandes superficies.
Y tiene interés. Porque ser del Estudiantes, por muy guay que fuera, no era fácil. El autor recuerda cómo los Ultras Sur les tiraban bolas de acero en el Palacio de los Deportes, cómo les esperaban con navajas a la salida del metro de O´Donell. La violencia que se vivía en los años 90 con los "pelaos", "rapaos", "cabezas rapadas" o "skins" no era cosa de broma y podía convertir en heroicidad llevar cosido un mísero parche de los AC/DC
En ese contexto, sin convertirse en lo mismo que su Némesis por oposición, alcanzó sus momentos de gloria la Demencia, el grupo radical de aficionados de Estudiantes. Ortiz cuenta cómo adoptaron toda la imaginería del bando iraquí y Sadam Hussein tras la Guerra del Golfo de los 90. Sus pañuelos palestinos, sus gritos relacionados con los misiles Scud, hasta el punto de recibir al Maccabi de Tel Aviv con una pancarta, recuerda el autor, que decía: "With Allah´s sword we´ll cut Elijah´s hand".
También se cuentan otros cachondeos de la Demencia que hoy en día, con la presión mediática que hay en torno al deporte, resultan impensables. Al menos, nunca saldrían impunes. Como recibir a Joe Arlaukas con un gran plátano hinchable y pasarse todo el partido burlándose de su mandíbula. A lo que el excepcional jugador estadounidense respondía con canastas contantes y sonantes y mofándose en la cara de la afición. Ortiz dice ahora que le parece un trato justo. Los espectadores añoramos aquella pasión, aunque se extralimitara desde la óptica bienpensante actual, y que ya sólo se puede revivir en el sudeste europeo con un alto precio en heridos y hasta vidas humanas sesgadas por los hooligans.
Otros apartado memorable de esta historia del Estudiantes es el referente a Alberto Herreros. Un chaval del club, de la cantera, que antes de entrar a entrenar con el equipo se echaba unos triples con los chavales en los patios del Ramiro; que era aficionado irredento del Atlético de Madrid, que se mofó de su ex compañero estudiantil Antúnez cuando fichó por el Madrid "para ganar títulos" y se comió una considerable sequía; que era el ídolo máximo de la afición, uno de los mejores lanzadores de 3 de la historia de España y que, sí, efectivamente, cuando llegó el momento fichó por el Real Madrid y dando un portazo. Ortíz dice que amigos suyos recuerdan esa portada del Marca "como si hubiesen publicado a cuatro columnas la muerte de su padre".
¿Y por qué era tan sentida la pérdida? Porque ese colegio, como dirían los catalanes, es más que un colegio. En el libro se explica la mecánica de funcionamiento del Ramiro de Maeztu. Cuando el autor del libro aterrizó allí no conocía a nadie de su clase. Les pusieron a jugar al baloncesto y en una semana ya conocía a todos sus compañeros por nombres y apellidos. Es un factor de integración, posteriormente de unión y al final, en las gradas de Magariños, que parece la Bombonera, o el más frío Palacio de los Deportes, de comunión.
Este modesto equipo fue un habitual de las semifinales de la ACB durante los años 90. Y en el nuevo siglo por fin logró llegar a la final, que perdió, pero a cinco partidos y contra el Barcelona de Bodiroga. El Estudiantes se plantó en aquella final con el sabor amargo de los correctivos que recibió en la Final Four de Estambul y la copa Korac del 99. Palmaron los dos primeros encuentros en Barcelona, con unos pasos extraños pitados en el primero cuando podrían haber vencido, recuerda Ortiz, y en el tercero reunieron a 15.200 aficionados estudiantiles en Madrid.
Con unas camisetas con el lema "Lo veo chungo, lo veo tan complicado... que es hasta posible" ganaron los dos partidos. Empate a dos. En el quinto y último partido en Barcelona el autor se quedó en casa, no viajó, para evitarse el trago. Pero tras una final renqueante del Estudiantes, a falta de tres minutos estaban empatados. Sí, les crujieron con un triple, pero estuvieron muy cerca. Al terminar sonó la Marcha Triunfal de Aída en el Palau. El relato en este punto es tierno y triste.
"Los aficionadas celebraban un nuevo título ¿Cuántos llevaban? Ni se acordarán. Cuando no llevas ninguno, te acuerdas, créanme, vaya si te acuerdas".
Posteriormente, el equipo estuvo a punto de descender de categoría a la LEB, de hecho, técnicamente bajó, pero el Canarias CB no estaba en condiciones de subir. Siguió siendo desmantelado por el Real Madrid, que llegó a llevarse hasta al speaker, Pedro Bonofiglio, y el equipo quedó por momentos en el limbo de no poder ganar a nadie, porque eran superiores, y no poder perder realmente, porque nadie puede comprar tu plaza en la ACB. En el epílogo de esta segunda edición, el autor cuenta la lucha de su padre contra el cáncer con esta obra entre las manos. Un final doloroso, pero en alto, que recuerda en su estilo a la narrativa de un relato de Sam Shepard de similares características, y le deja a uno clavado al cerrar el libro por la última página. Es lo que tienen estos textos que mezclan forofismo con la vida, que no todo en la vida son primeros amores y borracheras. Desgraciadamente.
GANAR ES DE HORTERAS
Guillermo Ortiz
Ediciones JC
189 páginas
Primera edición: mayo 2014
15 euros
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