MADRID. Madrid fue tomada por hinchas del Athletic de Bilbao con motivo de la final de la Copa del Rey. Vinieron 20.000 y se encontraron una marcha falangista a modo de comité de bienvenida. El lema de la manifestación era 'Contra el separatismo, una bandera'. Y se nutrió básicamente de jóvenes cuya ideología es 'España'. Si sube la prima: ¡España! Si se recorta en I+D: ¡España! Si no se garantiza el sistema de pensiones: ¡España! Si das un gatillazo y tu novia te pide explicaciones: ¡España! Y así, hasta la extenuación. No resulta complicado.
El Athletic fue derrotado por un Barça en su mejor versión. Esto es: fue golpeado por un martillo pilón desde el minuto uno. Los aficionados vascos, que se habían desplazado hasta Madrid para ver el partido en un bar, no tuvieron ni olorcillo a final. Su equipo no disputó el triunfo ni de casualidad y la sensación cuando sucede algo así es, como fue, de asqueo. De pocos chistes. Antes de que terminara el partido ya se estaban metiendo en el metro para volver a Bilbao.
Fue ahí, en un vagón, donde quien esto escribe contempló una escena maravillosa. Había una pareja del Athletic, vestidos de rojiblanco con una ikurriña enorme, enfrente de mí. Él tenía media cabeza granate de pegar voces y estaba hundido. Su novia le miraba en silencio sepulcral con una cara que parecía la Virgen de la Piedad. Y lo divertido fue que en los asientos de al lado había dos chicos que venían de la manifestación patriótica. Llenos de símbolos nacionales, con su bandera de España, también estaban agotados. Las manifestaciones cansan mucho y volvían hablando de sus cosas, con la cabeza apoyada en el cristal. Casi parecían las típicas trabajadoras de limpieza que vuelven a casa en metro de madrugada los días de diario con cara de capitalismo en democracia y libertad.
Pero ahí, en perfecta armonía, sin molestarse pese a los antagonismos, los cuatro jóvenes estaban exhaustos tras haber defendido durante todo el día sus colores, sus iconos, sus banderitas. Sus, digámoslo claro, conceptos vacíos de significado. Pero que, a pesar de ello, como todo el mundo sabe, dan mucho mal. Ahí volvían, como angelitos, después de haber demostrado al mundo su mefistotélico hooliganismo.
Nadie en el trabajo cierra un contrato importante -algo que da dinero contante y sonante, que da de comer- y sale corriendo por el pasillo con el dedo levantado y se lanza de rodillas por el suelo para ser aplastado literalmente cuando se le echan encima a abrazarle sus compañeros, el gerente y la secretaria, todos besando el logotipo de la empresa, mientras el departamento técnico rompe los percheros y agita las corbatas con el puño en lo alto cantando "oé, oé" dándole patadas a los archivadores.
Aunque sí que hay que tener en cuenta que las cúpulas directivas tienen a bien causar estragos en el puticlub para celebrar beneficios, o pérdidas -que en el mundo libre también dan bonus-, lo normal en la civilización es contener y administrar debidamente las alegrías desaforadas.
MILLONARIOS EN CALZONCILLOS
Y sin embargo, sería más lógico comportarse así por un éxito laboral que en honor de millonarios en calzoncillos que patean la tripa de una vaca y no te dan una peseta. Más bien es al revés, se la das tú y tus gobiernos a todos los niveles. Pero no, padecemos la enfermedad del hooliganismo. Y yo el primero, que no soy mejor que nadie.
Yo la empecé a sufrir por un cromo de Arteche. Llegó a mis manos en mi más tierna infancia. Me cautivó su bigote, la serenidad con la que bajaba un balón en la fotografía. Desde ese momento decidí ser del Atlético de Madrid. Un día, no sé si muy tarde o muy pronto, daban por televisión un partido de los colchoneros y me puse a animarles como un loco. Sí recuerdo que era mi primera vez. Y también, que a mi padre casi le da un pasmo. Se puso de pie y me contó una historia mirándome a los ojos: Leer la prensa puede matar.
Mi abuelo era de la UGT en Burgos. Podríamos decir que el 18 de julio se le atragantó un poquirritintintintín. Tuvo a partir de ese momento una vida más dura aún. Una existencia jalonada de accidentes laborales, disgustos de toda clase y una mala suerte espantosa. Una vez, por ejemplo, le apuñalaron para robarle una caja que llevaba. Por instinto ibérico puro, no soltó la caja, entonces le apuñalaron más. Sobrevivió de casualidad ¿y qué había tan valioso en la caja? Tacones de zapatos. No sé por qué los llevaba ni a dónde, pero, por este tipo de desgracias, la sola mención de mi abuelo era cosa muy respetada en casa.
Sobre todo por su trágica muerte. Leyendo las esquelas del periódico, como buen anciano cañí, muy al poco de jubilarse, vio que un amigo había muerto. Se fue andando hasta la iglesia donde se celebraba el funeral y resultó que no era ahí, que había una errata. Se fue también andando todo lo deprisa que pudo porque llegaba tarde a la iglesia correcta y cuando se sentó por fin, empezó a encontrarse mal. Tuvo la brillante idea de volverse a casa otra vez andando y un infarto le fulminó. Leer la prensa puede matar. Y en mi casa, mi abuelo, que murió así al poco de dejar de trabajar después de una vida partiéndose el lomo, su sola mención callaba la boca respetuosamente a todo el mundo.
TODOS SOMOS DEL REAL MADRID
Mi padre, aquel día que jugaba el Atlelti, lo nombró muy serio y me dijo vocalizando muy bien que mi abuelo era del Real Madrid, que él era del Real Madrid y que en nuestra casa éramos del Real Madrid. Recuerdo aquella conversación como la escena de Pulp Fiction en la que Christopher Walken le cuenta a Bruce Willis la historia del reloj de su padre que ocultó en el recto durante años de cautiverio en Vietnam para que llegara hasta él. O si lo prefieren, piensen en el temazo ‘La medalla de mi papa' de Los Chunguitos. El caso es que yo me hice del Real Madrid en cero coma. No tenía elección.
Qué ventajista, pensarán. Pues miren, desde que compré el primer Don Balón hasta el último, un periodo de seis años, el Madrid ganó una Liga y una Copa del Rey y el Atlético, una liga y tres Copas del Rey, además de una semifinal de la Champions. Y no sólo me chupé los tenerifazos: sobre todo nunca olvidaré la segunda vez que fui al campo. La primera me llevó mi padre, me cautivaron todos los tópicos de la pérdida de la virginidad con el estadio bla, bla, bla, y la segunda vez ya fui solo.
Me gasté todos mis ahorros, que eran 5.000 pesetas: 4.500 en una entrada de tribuna lateral y, las 500 pelas que me sobraron, en un puro. Tenía 12 cándidos años, me acomodé sin colchoneta dispuesto a asistir desde el lugar más privilegiado a una cosa como la victoria de Lepanto y lo que me encontré fue a Claudemir Vitor corriendo por mi banda y que el Real Valladolid nos metió un uno a tres sin despeinarse. Hasta que la Liga de las Estrellas cambió la cara del Real Madrid, merced -intuyo- a lo que ahora conocemos como agujero de Bankia, yo pasé seis años de miseria, soledad, sufrimiento, angustia, desolación, Quinta del Buitre en toda la cara y eso, hooliganismo en su más pura esencia.
HÉROES DE BARRO, COMO RAÚL O GUARDIOLA
Ser hooligan es sufrir por un mecanismo que acciona tu estupidez. La estupidez, además, es de las pocas cosas en esta vida que pueden llegar a ser infinitas, por lo que supone todo un universo maravilloso para regodearse. No obstante, los medios de comunicación generalistas que han usurpado durante años el discurso balompédico, nos han torturado con su promoción del juego bonito, su insistencia en erigir héroes de barro como Raúl o Guardiola y, lo que es más grave, una asquerosa aspiración a que el juego sea limpio.
La llegada de Internet finiquitó este Imperio del Mal. Lo mismo que uno ha encontrado por fin en la Red dónde satisfacer sus refinados gustos pornográficos, cliqueando también hemos dado con una forma de vivir el fútbol libre de la represión inquisitiva del Marca e imitadores. Hemos podido amar libremente el Catenaccio, elogiar al Simeone futbolista, recordar con lágrimas en los ojos la odisea de Grecia en la Eurocopa de Portugal. Pero sobre todo, hemos desahogado el odio, a grifo abierto, hacia el rival. Muchos, personas con estudios, padres de familia, gentes de bien que pagan sus impuestos y que, oye, por lo que sea, quieren la Tragedia de Superga para algún equipo que tienen cruzado. Qué gusto postear sin ataduras cosas tan bellas como: ¡morid!
En esta efervescencia hooliganista, cuando los blogs que nos han sacado del armario empiezan a ser vaciados por las redes sociales, nace ‘Hooligans Ilustrados'. Es una iniciativa de la editorial de nuevo cuño ‘Libros del KO', fundada por amantes del boxeo -que, según dicen, esperan eso del mercado, un uppercut-, que en papel y en digital pone en negro sobre blanco pasiones hooliganistas de personalidades de cierto relieve. Un auténtico golazo.
PARA INDOLENCIA Y PARSIMONIA LA DE BUTRAGUEÑO
El libro del Real Madrid lo firma Manuel Jabois, el columnista de moda. Es un placer gastrointestinal. Cuenta cómo vivía el autor su madridismo en Galicia, detalles tiernos tales como el hecho de grabar en cassettes los goles de la radio para disfrutarlos durante toda la semana. Pero lo mejor es cuando narra cómo se comió la decadencia de la Quinta. En su caso, intentó dejar de ser del Madrid. En vano, pero hasta ese extremo le llevó la indolencia y parsimonia del que tiraba del carro por aquel entonces, Emilio Butragueño.
El Marca era su conexión con el balón, también su excusa para encerrarse con él en el baño y dar rienda suelta al onanismo crónico propio de la adolescencia; una conexión que pronto pasa a realizarse a través del alcohol hasta que la subnormalidad de jalear o sufrir por millonarios en calzoncillos alcanza el pináculo del éxtasis cromañón. Un verdadero libro de autoayuda.
También madridista, Ramón Lobo, el periodista experto en conflictos internacionales, en su obra desnuda sus miserias más íntimas cuando revela que, en Bosnia, en una ocasión en la que estaba tirado en el suelo bajo ráfagas de ametralladora serbias, en lo más profundo, lo que más le fastidiaba de morir era que nunca podría ver al Madrid ser campeón de Europa. También que, adentrándose en Grozni, cuando aquello parecía Stalingrado, le tocaron las narices elogiando a Stoichkov. Un futbolista que, como los francotiradores serbobosnios, sólo agrada cuando trabaja para tu causa. Bendito alivio cómico, cuando te encuentras semejante barbarie, terminar pensando en el Mandril. Bravo por él.
Muy buen sabor de boca deja también, como era de esperar, Enric González. Desgraciadamente, aparta el lado de la parafilia balompédica personal para contar la historia de su club, el Real Club Deportivo Español. Un relato muy bien trazado pero que arranca la empatía del lector que haya sufrido al menos una vez en la vida por un gol en contra cuando cuenta su experiencia en la final de la Uefa del 88 contra el Bayern Leverkusen.
UN CUERPO HECHO AL FRACASO
Quien no llore con la desdicha que transmiten sus palabras no es hombre, y si es hombre no es español. O del Español. Luego la final perdida contra el Sevilla ya le dio igual. Su cuerpo estaba hecho al fracaso, a la caca. Raro será que en la próxima ocasión, si ganan, le guste. Qué sensación más extraña, pringosa y repelente, la de vencer. No es para él.
Por el Betis firma su libro Antonio Luque, más conocido en el mundo del pop -otro mundo que tal- como Sr. Chinarro. Sus palabras entran por las papilas gustativas y las glándulas olfativas. Con una narración que graciosamente va ganando en hilaridad -hasta maldecir a megaupload reiteradamente, no digo más- la esencia del Betis penetra a través de conceptos como la cerveza caliente y sin gas, el Ducados y el pincho de queso, además de tenebrosas escenas que sólo han podido darse en el Villamarín-Ruiz de Lopera.
También resulta muy hooliganístico cuando el autor reconoce que lanza faltas con piedras en la playa y, si entran entre dos postes imaginarios, sabe que una canción le ha salido bien, o que un texto se lo van a publicar. Quien no haya hecho eso no es idiota. Indigno de la cultura del balompié, es otra repugnante persona normal y equilibrada más.
Menos fuelle tienen las entregas sobre el FC Barcelona y el Atlético de Madrid. Con hallazgos, como hablar de Romario como ese jugador que podría meter los mismos goles en silla de ruedas, o una perfecta descripción de lo que es una triada en carne propia en el caso colchonero, pero no son tan intensas. Aunque no por ello resultan menos adictivas a la hora de completar toda la serie de estos seis necesarios libros.
Gran iniciativa la de esta editorial, bajar el fútbol a nivel de usuario. De mamarracho. De tonto del culo que deposita su alegría y su tristeza, y la tercera parte de su vida, en mirar cómo bota la pelotita y te lo cuenta tal y como lo ha sentido. Un Alcohólicos Anónimos del balompié muy peligroso: una vez finiquitados los libros, de lo que entran ganas es de un gol con el culo en el 93 ¡Hala Madrid!
Muy buen artículo, solo resaltar una pequeña cosa, s un error muy frecuente, pero es RCD EspaNYol, no Español.
A mi lo que me llega al corazon o no, son todos esos niños a hombros de sus padres en los entrenamientos o en los hoteles, con la cara pegada a las vallas de proteccion o de algun guardia civil para que despues entren por otra puerta. SE la juegan a cara o cruz a ver que quien sale a firmar los autografos, si es el utillero y el entrenador de porteros, da lo mismo, van igual; o al bajarse del autobus, solo hay 2 o tres que se paran a firmar los autografos. El dinero hace que cualquier cosa tenga sentido pero alguien les tendria que dejar un poco mas claro que sin toda esa gente se podrian meter la pelotita por el culo. Los hooligans?, eso es un modo de vida, ahi no me meto.
Lo irracional, el horror. En mi caso la elección también fue sencilla, ocurrió que en mi pueblo, de niños, jugábamos al fútbol los del barrio de arriba contra los de abajo, y aparte de acabar a pedradas la mayoría de las veces, unos teníamos que ser del madrit y otros del farsa, y así hasta hoy, una nueva forma de cosmovisión te arrastra de por vida.
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