VALENCIA. El estereotipo siempre remite al personaje principal de Alta Fidelidad (de Nick Hornby, publicado en 1995). Un tipo que esgrime una pasión por la música casi enfermiza, que le lleva a confeccionar listas para cualquier situación que medie en su vida. La música pop le consume.
Filtra su visión del mundo a través de ella, hasta el punto de que no sabe si está triste porque escucha música pop o escucha música pop porque está triste, ese célebre dilema que devana los sesos de muchos. No sabemos hasta qué punto su altivo desdén hacia aquellos que no comparten sus filias (y en el que todos hemos podido caer alguna vez) es síntoma de vivir inmerso en una suerte de burbuja hipster (eso mejor lo dejamos para otro momento).
De lo que sí tenemos la certeza es que los libros de tinte autobiográfico en los que el autor retrata su trayecto vital a través de la música pop, proliferan y gozan de una cada vez mejor acogida. Es un género al alza. Con una considerable capacidad de penetración popular en los últimos tiempos, mayor incluso que las biografías artísticas o los ensayos.
Quizá porque esa relación personal con la música, que exhiben sus creadores como hoja de servicios y casi reclinatorio particular, explica más sobre las vidas de sus propios autores que cualquier currículo o semblanza biográfica que se pueda trazar. Y en la mayoría de los casos, no resulta difícil identificarse con ellos.
EL POP COMO REDENCIÓN
Giles Smith (Colchester, Reino Unido, 1962) es uno de sus máximos exponentes. Escribió Lost in Music en 1995, pero no fue hasta 2013 que el libro se tradujo al castellano, gracias a la editorial Contra. En su caso, no niega la mayor. Nos lo comenta claro y sin tapujos. Sin la influencia de Nick Hornby, él no se hubiera atrevido a poner en circulación un libro que en los últimos tiempos se ha convertido en un excelente compañero de viaje para cualquier melómano de pro.
"Me gusta y admiro todo lo que él ha hecho, hasta el punto de que, cuando estaba escribiendo Lost In Music fue en los albores del éxito de Fever Pitch, un libro con el que que había demostrado que podía haber diversión e interés en el relato de una vida filtrado a través de una obsesión".
Reconoce Smith que "eso abrió el camino para un montón de escritura personal, y creo que es justo decir que un libro como Lost in Music no habría tenido la suerte de encontrar un editor de no ser por el éxito de Fever Pitch", lo que le lleva a concluir, con esa sorna tan inequívocamente británica que "todo es culpa de Nick Hornby, así que si alguien encuentra algo en Lost In Music que no le gusta, deberían dirigirse directamente a él y quejarse".
Smith trabaja como periodista de cierto éxito desde finales de los 80, tras saborear la hiel del fracaso comercial con The Cleaners From Venus, la más que estimable banda que formó junto al excéntrico compositor Martin Newell en la segunda mitad de aquella década.
Pese al apoyo de su compañía por vender su producto, incluso en países como Alemania, el éxito les fue totalmente esquivo. Como a tantos. Con la diferencia de que él aprovechó todo el bagaje periodístico acumulado para contar la experiencia. Demostrando que en ocasiones la historia de perdedores natos puede ser incluso más atractiva para el público que las biografías ornamentadas con el oropel de las grandes estrellas del rock.
Su caso parece carne de cañón para hacerle la pregunta del millón. Esa cuestión que ya es un tópico cuando se habla de críticos musicales (aunque su trabajo excede con creces el periodismo musical) que han empuñado antes un instrumento. ¿Es Giles Smith un músico frustrado que libera sus fantasmas del pasado a través de la escritura? "No estoy seguro de que Lost In Music responda plenamente a eso, pero sí he de reconocer que había una correlación entre mi frustrada carrera musical y el convertirme en un crítico musical en un periódico, que fue mi primer trabajo", comenta.
Y lo argumenta con su proverbial franqueza, regada con ese exquisito sentido del humor que le caracteriza: "una vez se disolvió la banda y me di cuenta de que no podría ganarme la vida como músico, me pareció obvio que el siguiente paso fuera ese, convertirme en crítico musical: una forma de compadrear con los músicos, pasar un montón de tiempo escuchando música y pensando sobre ella, y además convertirlo en mi profesión".
El periodismo le dio algo más que la oportunidad de ganarse la vida ligado a su gran pasión, aunque desde el otro lado de la trinchera. También le permitió conocer de primera mano a algunos de sus héroes musicales. Y pocos ha tenido a mayor altura en su pedestal particular que a Andy Partridge, cabeza visible y principal compositor de una de las bandas más infravaloradas (por público, que no por crítica) en la historia del pop: XTC.
"Mi primer encargo fue para el diario The Independent, en Londres, y era entrevistar a Partridge, así que fue como una fantasía hecha por fin realidad, con la salvedad de que me hubiera gustado que fuera con una mesa de mezclas delante, y no con una grabadora, pero en términos de autorrealización, me pareció suficiente".
MELÓMANOS DEL MUNDO, UNÍOS
Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, 1971) también es periodista y escritor. En su caso, su biografía no depara veleidades musicales, más allá de sus colaboraciones en prensa, sus libros (ya cuenta seis), el fanzine que fundó junto a su hermano Uri Amat (La Escuela Moderna) y su recomendable blog. Es decir, no consta que estemos ante un frustrado aspirante a músico de éxito.
De entre su bibliografía, en cuyas novelas la música pop siempre tiene una presencia más que destacable, destaca la centralidad que en ella ocupó en Mil Violines (Reservoir Books/Mondadori, 2011): un jugoso relato autobiográfico que se desmarca de la ficción, en el que detalla su relación con el pop, y que en cierto modo recuerda-por su estructura y tratamiento-a 31 canciones (Anagrama), el libro que Nick Hornby editó en 2002.
Cuando le consultamos al respecto del ascendiente del británico, él asume que forma parte de una órbita de influjos comunes, en ningún caso la única: "es posible que Hornby haya contribuido a popularizarlo una miaja, sin duda, pero cuando yo leí a Hornby, ya llevaba años leyéndolos a todos: a Nik Cohn, el más grande, Lester Bangs, Nick Kent, Paul Morley, Robert Elms, Giles Smith por supuesto, y un larguísimo etcétera", hasta el punto de que reconoce haber crecido "leyendo a todos esos fulanos, que hablaban de rock'n'roll y también de ellos mismos: para mí es algo natural; siempre ha estado ahí".
Sobre la identificación que un amplio sector de público puede experimentar leyendo acerca de su fascinación juvenil por los Dexys Midnight Runners, Thee Headcoats o su aversión por algunos temas de Dire Strais o Phil Collins (en la que tampoco escasea el humor, desde luego), afirma desconocer las claves de la conexión, pero sí tener muy claro qué es lo que a él le gusta leer.
"Sé que me interesan las vidas en primera persona y sé que mi vida estaba puntuada, dictada y explicada por la música pop, con lo que me es imposible hablar de uno sin hablar de la otra". Ese filtro emocional transpira no solo en sus libros sino en sus artículos de prensa, en los que siente la necesidad de "hablar de mí, porque esos discos no solo me explican, sino que explicándome puedo explicar su importancia emocional, con lo que si algún día escribiese mi autobiografía estaría plagada de música pop: durante una época no había nada más importante".
STRIPTEASE EMOCIONAL
Prestarse a un striptease emocional de tal calado implica siempre un acto de valor por parte del escritor. Liarse la manta a la cabeza en la creencia de que las peripecias vitales más íntimas también van a ser del interés del lector, por casuales o intrascendentes que puedan parecer. "Como la mayoría de escritores, soy tan virtualmente esquizofrénico que cuando escribo estas cosas tiendo a dudar sobre si estaré perdiendo el tiempo o no", nos comenta Giles Smith.
Así, cuando escribía Lost In Music alternó periodos en los que pensaba que el libro sería "innecesario y embarazoso", con otros en los que llegaba a los aeropuertos para lamentarse de que "no estuvieran apilados en las largas columnas de novedades esas que llegan casi hasta el techo, junto con los de John Grisham".
Por suerte para él, y dado que los momentos de duda "excedieron con creces" a los de confianza, ahora puede decir que la buena acogida que tuvo su libro "fue una sorpresa", más aún cuando "hay tantos libros y escritores que es complicado obtener cualquier clase de impacto" así que no puede menos que sentirse "muy gratificado cuando eso ocurre, desde luego".
Kiko Amat coincide en lo básico: "el axioma es infalible: las cosas grandes solo pueden explicarse desde lo pequeño", dice. Nos explica que "las cartas de un soldado en Verdún dan una idea más acertada de la Gran Guerra que todos los libros sobre maniobras militares, y la música pop (su influjo, su fuerza, su profundidad, su excitación) solo puede explicarse con vidas individuales, o con subculturas que la usaban para sus pérfidos fines (bailar; follar; pelear)". Por lo que concluye, en algo que podría entenderse como una matización de las palabras de Smith, que el pudor es algo que debe quedarse en casa. Mejor no airearlo: "nunca creí que el mío fuese un libro demasiado íntimo: son las cosas íntimas y honestas las que suelen hablarle a más gente".
"Las biografías pueden no decirte tanto sobre tu propia relación con la música de esos artistas como algunos relatos", añade Giles Smith.
SALDANDO CUENTAS CON LA HISTORIA
Otro músico que ha compaginado su labor con la escritura es Bob Stanley (Horsham, Reino Unido, 1964). Conocido por ser uno de los tres vértices de Saint Etienne, banda de gran éxito desde principios de los 90, también decidió liarse la manta a la cabeza para publicar hace unos meses Yeah Yeah Yeah:The Story Of Modern Pop (Faber, 2013), tras años de escribir en medios como Melody Maker, The Times o The Guardian.
A diferencia del de Giles Smith, aún no está traducido al castellano. Con él, Stanley aborda los últimos cincuenta años de música pop a través del impacto de las listas de éxitos, el devenir de nuevos estilos y el ocaso de la industria, tal y como la conocimos. No falta en él ese componente pasional que constituye el combustible necesario para embarcarse en esta suerte de empeños, y que en el caso de Stanley responde (así lo ha confesado en más de una entrevista) a un viejo sueño de adolescencia, concretado en su ágil prosa y su enciclopédica memoria.
Y es que si de algo pueden servir estos auténticos manuales de supervivencia a través de la música pop, es para iluminar rincones oscuros de la historia. No solo para hacer proselitismo de los gustos propios (que también) y conocer de cerca a sus autores en ejercicios merecedores de empatía, sino para reivindicar a esas bandas que nunca han sido tratadas como se merecen. O como creemos que se merecen, que también podría ser.
En los libros de Kiko Amat no escasean las referencias a algunas de esas bandas, enterradas por el olvido y muchas veces dignas de ser de nuevo puestas en valor. Y lo mismo puede decirse de sus artículos de prensa, marcados por un estilo muy particular a la hora abordar la crítica musical. A este respecto, especifica que hay unos cuantos géneros tradicionalmente maltratados por nuestra prensa, a la que considera "aburrida, impersonal, ocasionalmente servil, a menudo presuntuosa y muy homogénea" y cita "el free jazz, Dylan, el math-rock y la brasa experimental" como géneros "que sí", y el "Oi!, 2-Tone, psychobilly, garajazo o mod revival" como géneros de los que nuestros medios, "ni hablar".
De hecho, prefiere que "el periodista X me cuente sobre su divorcio, hemorroides, adicción al porno y peleas a puñetazos mientras intenta hacer más tragable la crónica del lanzamiento del disco", dado que considera que, generalmente, las de las vidas de los músicos son "muy aburridas".
"El tema con la música es que, por definición, no puedes entender cómo el resto del mundo no adora lo mismo que tú adoras", esgrime Giles Smith, haciéndonos partícipes de esa desazón que muchas veces invade a quien se siente valedor minoritario de causas perdidas para el gran público. Todo aquel que siente que determinadas filias nunca serán compartidas por el grueso de sus semejantes. Ya sea por malditismo, mala suerte comercial o, sencillamente, incapacidad para vender su producto.
No obstante, su discurso no está huérfano de un realismo muy clarificador, y francamente sano: "tienes que confiar en que el nivel de exposición de las cosas es el que realmente merecen, y creer en la democracia: si estuviera todo el día tirándome de los pelos enrabietado pensado por qué The Pearlfishers no son número uno o por qué Paddy McAloon no es el hombre más rico de este negocio, o por qué parece qué nadie ha oído hablar de Samuel Purdey...pues así podríamos seguir, hasta el fin de los días".
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