VALENCIA. La Casa Real mandó dos cartas. El rey Juan Carlos invitaba al arquitecto valenciano Santiago Calatrava a una inauguración. Calatrava nunca respondió y mandó en su lugar a un ingeniero. Desde entonces, dicen, cayó en desgracia.
Su actitud, en ocasiones distante, poco proclive a dar explicaciones, que le llevó en su día a sonados enfrentamientos con todo aquel que le trataba, aún son recordadas sus broncas con el exconseller de Economía Gerardo Camps, se han traducido en que nadie quiera defenderle. Nadie quiera hablarle. Nadie le atienda.
Pero nadie, ni siquiera Calatrava, puede vivir sin los demás. Y al arquitecto le ha estallado en la cara su personalidad con el trencadís del Palau de les Arts. Porque, dicen antiguos miembros de su equipo, el problema no fue la cerámica; el problema, explican, fue el procedimiento que se empleó para colocarlo.
Cuando se inició la construcción del complejo operístico y se dispusieron las dos enormes planchas de acero que cubren el edificio, se aplicó sobre ambas un tratamiento anticorrosión y se pintó con una pintura especial. Dicha capa de pintura conserva sus propiedades durante los tres primeros meses. Si se quería aplicar el mortero especial sobre el cual se debía fijar el trencadís, se disponía sólo de ese plazo. Ni un mes más, ni un mes menos.
Pero no fue así. Se empezó a poner trencadís a los seis meses de haber pintado y se terminó la obra dos años después. Fue pues un error de procedimiento, de mala praxis, y de quien debía haber supervisado la obra, o sea, el propio Calatrava. Y más cuando el trencadís se colocaba sobre una superficie de acero tan grande. Era una operación delicada y complicada y se hizo sin cuidado, sin precisión, y muy lentamente. Demasiado.
El resultado fue el ya conocido. A los pocos años de haberse colocado sobre la cubierta se fue despegando. Y al final se cayó un trozo.
Para evitar esto se tendría que haber limpiado la superficie de la cubierta con níquel, con un estropajo como de cocina, y haber recuperado las propiedades de la cubierta antes de aplicar el mortero. Se trata, dicen las fuentes consultadas, de un error grave de procedimiento. De ahí que Calatrava y su estudio insistan con el trencadís. Tienen, explican estas fuentes, buenos motivos para defenderlo.
Los modelos realizados por ordenador confirman que sí se puede colocar trencadís sobre acero pero en estas condiciones tan especiales: es decir, en apenas tres meses. A partir del cuarto se pierde la adherencia. Y así. Para ello se cita la experiencia del desmontaje, en el que los últimos trozos de trencadís que se quitaron, que fueron los primeros que se pusieron, costó "Dios y ayuda" arrancarlos de la lámina de acero, en la gráfica descripción realizada por un extrabajador del despacho de Calatrava.
QUIEN SIEMBRA VIENTOS...
El problema que se ha encontrado Calatrava, dicen estas fuentes, es que su peculiar carácter se ha vuelto en su contra y ahora no hay aseguradora que quiera responder por él. Ni siquiera las constructoras de la UTE (Acciona y Dragados), que se niegan a compartir la responsabilidad solidaria en la reposición de la cerámica sobre el edificio. Nadie se fía de él.
La lista de agravios de Calatrava es de consideración. Si no se llega a la "solución amistosa" a la que aludió el conseller de Economía, Máximo Buch, la de Valencia será la tercera demanda en España tras las de Oviedo (donde el arquitecto ha recurrido la condena que le obliga a pagar 3,2 millones de euros por desperfectos en su Palacio de Congresos) y de las bódegas Ysios de Domecq en Álava. A ello hay que unir las de Venecia y las de Bilbao.
"Le tienen un odio fervoroso gente muy importante", explica una de las personas consultadas. "Se lo ha ganado a pulso; tenías que ver cómo nos trataba", relata otra persona que le conoció en los años en los que su presencia en Valencia era continuada.
EL ÁGORA, UN PROBLEMA DE CONSTRUCCIÓN
En cuanto a los problemas del Ágora, estas mismas fuentes apuntan, esta vez sí, con el dedo única y exclusivamente a Calatrava. No por la colocación del trencadís, que, insisten, si es instalado de manera adecuada no tiene porque dar problemas; lo es porque cuando diseñó el edificio no tuvo en cuenta el efecto del agua sobre el edificio. Así, las fuentes consultadas recuerdan que en el despacho del arquitecto se hablaba con sorna de ‘la gota inteligente'.
"Si las cosas no se hacen bien, salen mal; y si quieres poner trencadís tienes que ponerlo bien". Podría ser una cita de Perogrullo pero es el resumen de la experiencia personal de parte del equipo del arquitecto, al que culpan por su poca minuciosidad para estar pendiente del desarrollo de las obras y su escasa permeabilidad a las recomendaciones de sus empleados. Más de uno le advirtió que sin canalizaciones adecuadas un edificio tan vertical tendría problemas de conservación. Y ahora, como Casandra, ven como sus profecías se han cumplido.
"No era una mala idea, complicada, pero posible; el problema es que se hizo fatal", resumen estas mismas fuentes. Ahora el arquitecto valenciano se enfrenta a un problema sin resolver, la cubierta del Palau de les Arts, y otro que está apareciendo, el Ágora. Si no consigue una garantía de que la cerámica del Palau de les Arts no se caerá en diez años, tendrá una demanda sobre la mesa. Y mientras tanto el Ágora se irá deteriorando cada día un poco más. El crédito se le agota y el tiempo corre en su contra.
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