VALENCIA. La venta del Valencia CF es, posiblemente, la mayor operación corporativa registrada en la economía valenciana en los últimos años. Para hacerse una idea de la magnitud de la inversión que supondrá para el nuevo dueño la toma del 70% de las acciones del club que vende la fundación, solo hay que fijarse en que los casi 90 millones de euros que le costará son poco menos de cuatro veces más de lo que les costará a Carlos Bertomeu y sus socios tomar el control de la aerolínea Air Nostrum, una de las mayores empresas valencianas.
Sin embargo, un proceso de venta tan relevante por las cifras -el comprador no solo tendrá que pagar por las acciones; también deberá asumir parte de la deuda del club y garantizar el pago del resto (menos la quita que consiga)- ha quedado muy lejos de ser ejemplar, y nada indica que la decisión que tome el patronado de la Fundación Valencia CF este sábado suponga el punto final al mismo.
Hay varios elementos que explican por qué la venta del Valencia CF ha sido tan convulsa. El primero, sin duda, es el propio club. Aunque lo que se está negociando es una operación mercantil -compra de acciones, cancelación de deuda, toma de control de los órganos directivos...- el Valencia CF es una empresa especial. Aunque parece una obviedad, una sociedad anónima deportiva tiene características que escapan a la pura lógica empresarial. Las varias decenas de miles de abonados y muchos más aficionados del equipo de fútbol tienen un peso en cualquier decisión.
Cuando una empresa se pone en venta, el vendedor trata de obtener el máximo rendimiento económico. En la operación se pueden tener en cuenta otros elementos, como el proyecto de futuro para la empresa vendida. ¿Qué quiere hacer el comprador con la empresa? ¿Qué hará con la plantilla de empleados? ¿Tiene carga de trabajo para garantizar la continuidad? La garantía de viabilidad de la empresa, en todo caso, solo se plantea cuando la compañía vendida está en una situación delicada. Cuando se vende una empresa boyante solo cuenta el precio. La mejor oferta, gana.
En el caso del Valencia CF se han juntado muchos condicionantes que hacen que el proceso sea más complejo que elegir la mejor oferta económica para el vendedor o el mejor plan de viabilidad para la sociedad vendida. Y, posiblemente, parte de los problemas de este proceso estén en el arranque de mismo.
El pasado mes de diciembre Bankia, principal (casi único) acreedor del Valencia CF y de la Fundación Valencia CF, tras aplazar en varias ocasiones el vencimiento del crédito del club y haber tenido que ejecutar los avales de la segunda, decidió que ya no iba a prolongar más esa situación. El futuro del Valencia CF, en conjunto, pasaba por una capitalización que solventase su situación financiera. Eso, traducido, suponía poner a la venta el club.
El problema de ese arranque es que Bankia no era (ni es) el dueño real de las acciones. Podría serlo si hubiera optado por ejecutar la prenda que tenía constituída por el casi millón y medio de acciones que tiene la fundación como garantía del crédito de 80 millones de euros. Con un aval de la Generalitat para cubrir los impagos puesto en duda por la justicia, la posibilidad de ejecutar las acciones y venderlas existía.
Sin embargo, esa medida hubiera sido extremadamente impopular. Volviendo al primero de los condicionantes que hacen especial este proceso, el Valencia CF es más que una sociedad anónima. El coste de imagen para un banco tan arraigado en la Comunitat Valenciana como Bankia (no hay que olvidar que es, al fin y al cabo, la extinta Bancaja) es real.
Pero el equipo de José Ignacio Goirigolzarri, que llegó al banco tras su intervención y nacionalización, tomó la decisión de salir del Valencia CF y tratar de minimizar el impacto en sus cuentas de los algo más de 300 millones de euros cuyo cobro estaba en el aire. Los planes de viabilidad que habían presentado los nuevos responsables del Valencia tras la salida de Manuel Llorente, Amadeo Salvo y Aurelio Martínez (presidentes del club y de la fundación respectivamente) se habían desestimado.
Bankia, en un primer cuaderno de venta elaborado por la consultora KPMG, ponía en venta los créditos. Pero esta opción fue pronto modificada. Había varios motivos para ello, pero el fundamental es que quien hubiera comprado esos créditos tendría que tomar decisiones muy duras en el seno del club, como ejecutar el crédito de la fundación para tomar el control accionarial del club.
Además, vender los préstamos suponía tomar una decisión unilateral sin contar con el entorno valencianista. Podía hacerlo, pero de nuevo aparecía el coste de imagen. Fue en ese momento cuando se abrió una negociación con la Fundación Valencia CF para diseñar un proceso de venta en el que tuvieran voz los dueños reales de las acciones, la propia fundación, los virtuales, Bankia, los avalistas, la Generalitat, y los afectados por la venta, el club.
Diseñar un proceso en el que se consensuasen intereses tan distintos fue tan complicado como se intuía. No en vano cada una de estas partes tenía objetivos distintos y en ocasiones contrapuestos. Bankia quería (quiere) recuperar cuanto más dinero posible de su inversión crediticia: está obligada a ello por su doble naturaleza como banco y como banco público, propiedad del Estado... de todos. La Generalitat quiere que el que compre las acciones a la fundación pague todo el préstamo que se usó para comprarlas y evitar así tener que pagar nada más en el futuro, y el club quería (y quiere) que el comprador tenga un proyecto deportivo que devuelva a Mestalla la ilusión.
¿Es posible compaginar los legítimos intereses económicos de Bankia y los igualmente legítimos intereses deportivos del valencianismo? Lo cierto es que difícilmente.
La operación, sea quien sea el vencedor de la puja, será más o menos así: el comprador pagará 90 millones de euros a la fundación por las acciones y, con ese dinero liquidará el préstamo. Esa parte de la ecuación la cumplen todos los ofertantes. De hecho era prácticamente obligatoria. No había quita posible en esta parte puesto que, de haberla, tendría que pagarla la Generalitat. Y el Gobierno valenciano había puesto como condición que eso no ocurriese.
La segunda parte es la clave de la cuestión. El Valencia CF debe 220 millones de euros a Bankia. El préstamo está vencido. En las ofertas presentadas, cada candidato ha ofrecido hacer frente a una parte de esa deuda -de donde sale la famosa quita- y unas condiciones para pagarla, es decir: renegociará el crédito con Bankia a largo plazo. Quita y espera. Al fin y al cabo esa es la fórmula habitual de renegociar pasivos en las empresas.
Lo que ocurrirá en realidad es que el nuevo dueño deberá suscribir una ampliación de capital del Valencia CF. Pongamos un ejemplo ficticio: uno de los posibles compradores ofrece 90 millones por las acciones, por un lado, y capitalizar el club con otros 50 millones. De esos 50 millones puede ofrecer 30 millones para reducir la deuda en un primer pago y renegociar el resto a 15 años con una quita del 15%.
Los otros 20 millones de euros de la ampliación de capital servirían para relanzar el proyecto deportivo. Fuera de la este ejemplo hipotético queda la finalización del nuevo estadio (todos lo prometen) y la financiación del mismo.
Con estas directrices se puede entender que la mejor opción para Bankia sería la que ofreciese una mayor cantidad para amortizar parte del préstamo, una menor quita y un plazo más corto de pago. Son los legítimos intereses económicos del banco de los que hablábamos antes. Los legítimos intereses deportivos del valencianismo, sin embargo, implican que la mejor oferta será la que más dinero deje en la caja del club una vez suscrita la ampliación de capital y realizado un pago al banco. Si además la quita es mayor y el plazo para devolver el dinero más largo, más fondos habrá para hacer un equipo potente en lo deportivo.
Como se puede intuir se trata de vasos comunicantes. Lo que suba en uno, bajará en el otro. Y así resulta complicado hacer coincidir los intereses de las dos partes.
Este es el escenario al que se llega a la decisiva reunión del patronato de este sábado. Hay cuatro ofertas firmes sobre la mesa: la del fondo de inversión Cerberus, la del magnate chino Wang Jianlin, la del millonario singapurense Peter Lim y la de la corporación rusa Zolotaya Zvezda.
Los detalles de cada una de las ofertas no han trascendido. Se sabe, a grandes trazos, que la oferta rusa es la que más dinero ofrece al banco, aunque está prácticamente desestimada por falta de confianza en el origen de los fondos y la sovlencia futura de la entidad. Tras ella, Cerberus, un fondo especializado en comprar activos de sociedades en crisis (coloquialmente, 'un fondo buitre'), aunque con apoyo de algunos personajess relevantes en la burguesía local, como Manuel Broseta, Joaquín Maldonado o Íñigo Parra. Y finalmente, Wanda y Lim, dos ofertas solventes económicamente pero más centradas en el proyecto deportivo, respaldadas por el actual presidente del club, Amadeo Salvo.
El informe que ha elaborado la consultora PwC para la Fundación VCF señala que las mejores ofertas para los intereses de la fundación (que al fin y al cabo lo que quiere es que el Valencia CF sea un gran equipo de fútbol), son las dos que llegan de Oriente. Es decir, son las que dedican más dinero al proyecto deportivo y menos a saldar la deuda. Para Bankia, Cerberus representa garantías de cobro futuro, al margen de que en ningún caso dejarán el club en manos de Salvo, a quien consideran desacreditado para gestionar el club y un impedimento para que se pueda firmar con Wanda o Lim.
El documento que todas las partes firmaron para llevar de forma ordenada la venta del club puede saltar por los aires en el momento en que los intereses de alguna de las dos partes fundamentales, el banco y el entorno valencianista, se vean especialmente perjudicados.
En las horas previas a la decisión definitiva se daba por hecho que la fundación elegirá a un candidato que no será el que mejor encaje con Bankia. Lo que pretenden los patronos capitaneados por Aurelio Martínez es que el elegido -¿Wanda? ¿Lim?- se siente con la entidad financiera y colme sus exigencias. Hasta igualar los vasos comunicantes. Y eso significa poner más líquido. Más dinero. ¿Realmente estarán dispuesto a ello los orientales?
Muy bien detallado, fuera de pasiones y fobias, gracias por el análisis
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