MADRID (EFE). Convencido de las ventajas de la ingeniería genética de las plantas, y de que ésta es una tecnología "impresionante" que "permite producir flores y frutos cuándo y cómo queremos", el investigador José Pío Beltrán cree que detrás de los detractores de los transgénicos sólo hay "razones ideológicas".
"Las plantas son todo. Sin plantas no hay vida, ni alimento, ni medicinas", afirma este profesor de investigación en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas de Valencia. La ingeniería genética "nos ha dado la oportunidad de ignorar las condiciones ambientales y producir flores y frutos cuando queremos, en el lugar que elegimos y con unas características determinadas", afirma este químico español, recién elegido presidente de la European Plant Science Organisation (EPSO).
Semejante avance, opina, no puede ser atacado gratuitamente, sobre todo si durante más de veinte años no ha habido "ni un sólo caso" en que se haya constatado daño para la salud del consumidor. Para el profesor, no se puede estar categóricamente "a favor o en contra" de los transgénicos.
"Los que estamos considerados como 'favorables' a los transgénicos decimos que hay que estudiar cada caso individualmente" y los que están en contra, "a la hora de la verdad, reconocen que detrás de su postura hay una razón ideológica", sostiene.
El problema es que históricamente ha habido una "acumulación de recursos fitogenéticos" por parte de unas pocas multinacionales -"Monsanto suele ser la más citada, aunque no es la única"-, puntualiza, y eso ha acabado demonizando a todo el sector.
Los opositores están, en realidad, "en contra del capitalismo salvaje y lo que quieren es oponerse a esa acumulación de recursos estratégicos" pero cargan contra los transgénicos "en defensa de la salud o el medioambiente", cuando lo que "no les gusta es el sistema".
El resultado es que en Europa los transgénicos están rodeados de "fantasmas" por una "bronca política" y que esta industria está "perdiendo el tren frente a EE.UU".
Mientras, "vamos en una dirección muy peligrosa porque cada año en Europa hay varios muertos" por ingerir bacterias fecales de los fertilizantes usados en la agricultura ecológica, "mal hecha", subraya. Pero ¿deberíamos prohibir la agricultura ecológica?, pregunta Beltrán. "No, sólo hay que asegurar que los cultivos ecológicos, tradicionales o transgénicos se hacen de manera segura", afirma.
Sobre el riesgo medioambiental, Beltrán reconoce que en los trasgénicos, "como en la agricultura tradicional", las plantas pueden polinizar a otras especies sexualmente compatibles, aunque más allá de los 300 metros "es muy difícil que haya contaminación polínica". "Sólo hay que saber gestionar" las áreas de cultivo.
Beltrán, también profesor de investigación del CSIC, es conocido por aislar el gen "deficiens", un gen regulador de la identidad de los órganos florales, un hallazgo del que está "muy orgulloso" porque abre "un campo completamente nuevo" con infinidad de aplicaciones.
Por ejemplo, Beltrán ha desarrollado una tecnología que evita que el árbol del plátano se forme con órganos sexuales masculinos -lo que elimina la posibilidad de que se genere el polen que causa alergias-, y ha creado tomates sin semillas, "una buena noticia para los fabricantes de zumos y salsas", bromea.
Mientras espera que el CSIC venda sus patentes, Beltrán se refiere a la relación entre ciencia y empresa. "El modelo no funciona bien. No hemos sabido establecer buenos canales de comunicación entre un tejido empresarial lleno de pymes con pocos trabajadores y escasa capacidad de inversión en I+D, y una ciencia pública que durante décadas ha vivido en sus castillos de fantasía".
A su juicio, hace falta "creer en la investigación y apoyarla, y eso requiere de voluntad política" porque si las cosas no cambian, "estamos abocados al cataclismo". Beltrán se anima cuando habla de Europa y de la EPSO, un club de 227 universidades y centros de investigación de 30 países agrupados "precisamente para defender la necesidad de investigar las plantas".
Y es que actualmente en el mundo hay 7.000 millones de personas: "6.000 comen, 1.000 lo pasan mal para comer y (de estos) 800 millones enferman por comer mal, y de todos ellos nos ocupamos".
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