VALENCIA. Tanto explotaron Eduardo Zaplana y Francisco Camps a los representantes de las instituciones empresariales de referencia en la Comunitat Valenciana que limpiar la impronta de politización que dejaron los dirigentes que se prestaron a ello costará un tiempo.
Si Zaplana alcanzó el poder gracias a lo que en su día se bautizó como el ‘pacto del pollo', donde el entonces presidente de la patronal, José María Jiménez de Laiglesia y el del lobby AVE, Federico Félix, tuvieron un papel esencial, su sucesor en la presidencia de la Generalitat no dudó en continuar esa estrecha relación hasta convertir a los representantes de la patronal Cierval, la Cámara de Comercio de Valencia, Feria Valencia y Puerto de Valencia en parte del escenario.
De aquellos cuatro hoy solo quedan dos en su puesto y con una posición muy debilitada. Rafael Ferrando, tras ser apeado de la patronal provincial, acabó perdiendo también su puesto en la autonómica Cierval. José Vicente González, con un discurso mucho más crítico con el Consell y nada complaciente con la situación económica, impulsó un cambio en la relación entre la Generalitat y la organización empresarial.
El otro gran cambio se produjo en la Cámara de Comercio. Arturo Virosque accedió tras largos años sin oposición a ceder su puesto al frente del organismo cameral. El que fue el representante empresarial con más poder e influencia en el entorno de Francisco Camps dejó paso a José Vicente Morata, quien, en principio, traía aires de renovación en la institución y en sus relaciones con el Consell.
Pese a todo, la imagen de Morata se han visto también desgastada en los últimos meses, en especial por su paso por el consejo de administración provisional de Banco de Valencia, donde recibió críticas internas de algunos empresarios.
Los otros dos pivotes de aquel sostén empresarial que tuvo el presidente siguen ocupando su puesto pero con situaciones poco propicias para la influencia que en su día consiguieron. Alberto Catalá, presidente de Feria Valencia, consiguió mantenerse en su puesto pese a los intentos del nuevo orden empresarial por apartarlo. El apoyo de Rita Barberá fue clave en esa decisión. Sin embargo, Catalá es en estos momentos un presidente sin la capacidad ejecutiva del pasado, y ni de lejos con la influencia -recíproca- en la Generalitat.
La patronal CEV, con Salvador Navarro al frente, y Cierval, con González, tomaron las riendas de una errática institución ferial. Colocaron en la dirección a Enrique Soto, hasta entonces secretario general de la CEV, para poner orden. La condición: Catalá se quedaba pero sin poder. Desde entonces está casi desaparecido de la escena pública.
Y el cuarto en concordia, el presidente de Puerto Valencia, Rafael Aznar, es quien está atravesando ahora su particular calvario. Su estilo de gestión -no sus resultados- al frente de la Autoridad Portuaria de Valencia está siendo puesta en duda. La Fiscalía ha abierto una investigación por posibles cobros no ajustados a la ley por su parte, así como por su relación con la empresa Cyes, constructora con mucho negocio en el puerto.
A falta de conocer el alcance real y objetivo de las supuestas irregularidades denunciadas de la Fiscalía y sus repercusiones, lo cierto es que la imagen de Aznar, el hombre que desarrolló un plan de crecimiento para el Puerto de Valencia -a costa de una cuestionable y cuestionada 'megaampliación- que lo ha situado a la cabeza de los puertos del Mediterráneo con un movimiento de contenedores que duplica al del Puerto de Barcelona, está sufriendo un abrasador desgaste mediático que ha conducido a que en determinados círculos se empiece a cuestionar su continuidad.
Ferrando, Virosque, Catalá y Aznar. Los últimos de Camps y de una forma de entender la representación empresarial que llegó a su fin con la crisis económica y política de la Comunitat Valenciana.
Jiménez de Laiglesia, esto último todo junto... ( no es 'la Iglesia')
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