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Siempre nos quedará Dubai

JOAQUIM CLEMENTE . 23/08/2013 El problema de querer aparentar lo que no se es con grandes proyectos y eventos es que acabas siendo un imán para planes absurdos

VALENCIA. Pese a que parecía imposible, la semana zombi, esa en la que más de medio país está de vacaciones, ha llegado a su fin. Una vez pase el fin de semana la normalidad irá regresando. Tampoco hay que equivocarse. Las vacaciones, para quien hoy en día tiene suerte de disfrutarlas, son un antídoto que, lamentablemente, no cambia la realidad.

La realidad es eso que esta semana en esta microsección hemos podido comprobar cómo para determinados dirigentes de esta Comunidad Valenciana de nuestras entretelas era algo secundario, sin el menor interés para sus (des)propósitos. Y así, mientras construían una verdad ficticia, las bases de las que debería ser el futuro colectivo se desmoronaban sin remedio. Y lo seguimos pagando.

Porque la imagen de nuestras instituciones quedó tan maltrecha como las arcas públicas. De hecho, incluso en aquellos tiempos en que fingían que éramos ricos y omnipotentes los que se nos acercaron no eran precisamente los que confiaban en nosotros. En muchos de los casos eran más bien los que pensaban que podían sacar un provecho en forma de canon de F1, de rectificación urbanística o de favor impropio.

Lo chocante de aquella época fue la capacidad de atraer proyectos que rayaban lo absurdo incluso para una comunidad acostumbrada a excentricidades en forma de platós de cine o de esferas armilares inéditas. Así, cuando en 2007 un constructor local se aventuró a presentar un proyecto de una isla artificial al estilo de las de Dubai frente a las playas de Les Arenes y La Malva-rosa, algunos asistimos estupefactos a la confirmación de que nos habíamos convertido en un monstruo.



La isla nunca pasó de ser una extravagancia. Como tampoco fue nunca más que un proyecto el del rascacielos La Llum, 501 metros de torre en forma de llama que se planteó para el PAI de El Grao tras ser rechazado en Nueva York.



Y ya, convertido todo en una caricatura en aquel 2007 de la Copa del América, los yates, las fiestas privadas y el Moet Chandon, llegó Urdangarin con su monorraíl (¿quién no recuerda el episodio de Los Simpsons?)



Y el constructor que propuso la isla, ni corto ni perezoso se sacó de la manga... ¡un teleférico para la ciudad más llana de España!



Las consecuencias de las políticas de las grandes infraestructuras y eventos fueron que cualquiera que tenía una idea, por disparatada que fuera, venía a vendérnosla. De todos los que hoy hemos visto no compramos ninguno. Afortunadamente. Pero no crean que rechazamos todo lo que nos trajeron aunque a simple vista pareciese una cosa absurda. Ahí está esa maqueta de 15 millones de euros que le compramos a Santiago Calatrava por tres rascacielos (en realidad, cuatro, que uno estaba tumbado).



Y pese a que compramos algo absurdo nadie se dio por aludido. En Venecia, en Bilbao y en muchas otras ciudades donde nuestro arquitecto de cabecera ha plantado sus artefactos le han perseguido judicialmente por sus sobrecostes, errores de diseño o despropósitos, aquí no nos hemos (han) atrevido ni a pedirle responsabilidades, por ejemplo, por esa piel del Palau de les Arts que se cae a trozos.

Ni tampoco por ese adefesio de uso imposible que se levantó a medias en la misma Ciudad de las Artes. Dicen las malas lenguas que Calatrava solo lo propuso para tapar las cubiertas de Félix Candela que coronan L'Oceanogràfic. De ser así, al menos tendríamos una explicación razonable de porqué construimos L'Àgora.



El problema de todo esto en conjunto (lo que hemos visto hoy y lo que vimos en los cuatro días precedentes) es que hipoteca nuestro futuro. Ya no tanto por el dinero dilapidado, que también, sino porque con esas fantasías y ansias de grandeza destinamos todos los esfuerzos a infraestructuras que hoy no podemos mantener en el mejor de los casos. Y dejamos perder la oportunidad de hacer un diseño de ciudad -y de comunidad- para los ciudadanos.

Pero para los que echen de menos aquella Valencia increíble pero cierta, recuerden que siempre nos quedará Dubai. 

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1 comentario

Un lector escribió
25/08/2013 09:10

Quizás el más extravagante fuera el que quería trasladar la autopista de Barcelona al interior para poder construir en toda la franja costera hasta Sagunto.

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