LONDRES. Edward Miliband es' Red Ed' o 'Ed, el Rojo'. ¿Cómo podría evitarlo, si uno de cada tres miembros del Partido Laborista está afiliado a una organización obrera y los sindicatos británicos aportan más del 60% del presupuesto general de su partido? Pero eso fue antes de que le eligieran
Durante las tres primeras frases de su discurso de investidura en el viejo motor industrial de Inglaterra, Manchester, el boyante líder del Partido Laborista repitió "nuevo" en dos ocasiones, y "diferente" en cuatro. Para describir a Edward Miliband, sin embargo, no hace falta pronunciar ninguna de las dos palabras: apenas dos décadas después de haberse integrado en las filas laboristas a finales de los ochenta, Ed se había convertido ya en asesor especial del Tesoro ─desde 1997 a 2002─ bajo la protección feroz de uno de los padres naturales del Laborismo del siglo XXI, el primer ministro saliente, Gordon Brown.
Pisando hasta el último momento en cada una de las huellas que su hermano David dejaba sobre el pavimento de Westminster, la carrera política de Ed Miliband ha discurrido con desahogo y no poca prisa, siempre siguiendo el camino dorado de los pasillos de la Cámara de los Comunes y la piedra blanca de Whitehall. A lo largo de los portalones ministeriales, que se mantuvieron bajo llave laborista durante 13 años, los hijos del profesor marxista Ralph Miliband han prosperado sin pausa: Ed, por ejemplo, antes de entrenar en campo Brown y llegar a presidir el Consejo Económico de la Hacienda en 2004, trabajó de documentalista para Harriet Harman, la diputada londinense que ha cargado con la antorcha del partido hasta las elecciones internas, a finales de septiembre.
En cierto modo, los pequeños Miliband no son otra cosa que las víctimas más frescas de la historia hamletiana del Partido Laborista. El hoy denostado Tony Blair criaba a David mientras su archienemigo y compañero más íntimo, Gordon, le arrebataba a Ed. David se sentaba en el gabinete de gobierno como ministro de Exteriores, Ed como ministro de Energía. El laborismo británico lleva casi un siglo reproduciendo su primer acto con el mismo guión: las divisiones fraticidas, el tribalismo cainita entre reformadores y puristas de la social-democracia más antigua de Europa. Nada más que la lucha por el trono.
Las cifras de la votación son prueba suficiente: David Miliband ha perdido con un 49,3% del apoyo del partido, y Ed surgía coronado con una pírrica victoria del 50,65%. Con la sangre política de David todavía caliente en la arena, Neil Kinnock, el que fuera líder del laborismo entre 1983 y 1995, denunciaba a Ed ─a quien había concedido su aval contra David: "Hay que tener una hoja de acero entre los pulmones para retar a tu propio hermano mayor a liderar uno de los grandes partidos de la Gran Bretaña. Y ganar".
ROJO, EL COLOR DEL ODIO
Primera cuchillada. La segunda la descargaba David en el cuello de su laureado hermano, cuando en el discurso de aceptación de su derrota citaba al líder laborista John Robert Clynes como modelo para el nuevo líder: en los años veinte, Clynes dirigió con éxito el movimiento del laborismo, de 52 diputados a 142, hasta su entrada triunfante en Downing Street. Pero nunca llegó a ser primer ministro.
Y la tercera puñalada la asestaba ayer, Ed, entre los hombros de los cabecillas sindicalistas que, precisamente, han sido los artífices de su suerte. A las seis principales organizaciones obreras, que aconsejaron votarle hace tres semanas, Ed les dijo: "La sociedad británica no quiere vuestras huelgas salvajes, ni yo tampoco, ni este partido. Ni vosotros deberíais amenazar con llevarlas a cabo."
No está mal para un nuevo dirigente laborista que ha reclamado más de 145.000 euros en dietas en un solo año, y que ha votado insistentemente a favor de la detención de sospechosos de terrorismo durante 42 días sin necesidad de cargo policial ni judicial alguno. Y que ha votado a favor de la recompra de un armamento nuclear valorado en cerca de 22.000 millones de euros, lo que complica sus promesas sobre la reducción al 50% antes de 2015 de los 210.000 millones de déficit que sufre el presupuesto británico.
Ed también ha jurado que elevará el sueldo mínimo y asegura comprender "vuestra rabia ante un Partido Laborista que no ha sabido hacer frente a la City, y que creyó ingenuamente que la flexibilidad y la desregulación de los mercados era la respuesta". Por si acaso, claro, la prensa conservadora y los diarios financieros de Londres le han bautizado como 'Red Ed', a lo que Ed Miliband ha contestado graciosamente: "Era lo que esperaba de los medios de comunicación tories" (al Partido Conservador se le conoce popularmente como el partido Tory).
Probablemente, Ed, que estudió filosofía, política y economía en el colegio del Corpus Christi de la Universidad de Oxford, tiene razón: la acusación de "rojo" es una táctica. Aunque a los tories no les falta fundamento para la sospecha; después de todo, la militancia laborista ha quedado diezmada tras la salida del gobierno y el peso de los afiliados sindicalistas se eleva al 33%, sin olvidar que los sindicatos financian el 63% del presupuesto general del Partido Laborista.
Será interesante observar en los próximos meses cómo Ed consigue avivar la llama encendida por los electores obreros sin quemar sus perspectivas de crecimiento entre las clases medias. Todo esto, además, vigilando sin cesar a quien se le acerque por la espalda.
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