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VALENCIA. Un mes después de su bautismo ante toda la clase empresarial valenciana, Rodrigo Rato ya ha podido comprobar que Valencia es un territorio hostil. Si el pasado 9 de enero le escucharon posiblemente los 400 empresarios y directivos más influyentes de la Comunitat Valenciana, ayer, con motivo de la entrega de un premio en el Ateneo Mercantil de Valencia, el presidente de Bankia sufrió un auténtico plante de los representantes económicos locales.

Solo el presidente de la Cámara de Comercio, José Vicente Morata, acudió a la cita con el banquero. Nadie en nombre de Cierval, ni de CEV, ni de AVE, ni de Feria Valencia o el Puerto. Ni el vicepresidente de Bankia, el valenciano Francisco Pons, estuvo en el auditorio. Por contra, esta vez si acudió el presidente de Bancaja y exvicepresidente de Bankia, José Luis Olivas, con el que Rato apenas cruzó más que un educado saludo. Tampoco Olivas lo buscó. Una relación tan gélida como el frío que hacía a la puerta del Ateneo donde se encontraron en público por primera vez desde la dimisión del representante de la caja valenciana.

Aunque no se sabe si había consigna o no para hacer el vacío a Rato en el acto -entre el público, la consellera Isabel Bonig (ni Vela, ni Buch), el vicepresidente de Les Corts, Font de Mora, los diputados populares Rafael Blasco y Ricardo Costa, y el senador y expresidente Joan Lerma, y dos miembros del consejo de BFA, Ángel Villanueva, y Bankia, Juan Martín Queralt- pero lo cierto es que, aún sin ella, los empresarios valencianos parecen haber tomado nota de la política del banco participado por Bancaja.

Si hace un mes, en el encuentro organizado por la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD) Rato ya chocó contra el escepticismo de los empresarios locales, ayer se dio de bruces con una realidad mayor: el malestar. Malestar por la sensación generalizada de pérdida de influencia y proximidad de un entidad que, durante décadas, ha acompañado en los negocios a los empresarios valencinoss, Bancaja.

Y malestar por la forma en que Bankia optó por dejar caer al Banco de Valencia. Una decisión que Rato no está dispuesto no ya a revisar. Ni tan solo le merece una explicación. No la dio en enero, cuando remitió al Banco de España a quienes preguntaron por el futuro de la histórica entidad, ni lo hizo ayer.

Y oportunidades para hacerlo tuvo. A menos para lanzar algún mensaje conciliador. Pero ni eso. Cuando los periodistas le preguntaron sobre qué piensa hacer Bankia con un banco del que aún es el accionista mayoritario, Rato se limitó a decir que la única operación que tiene encima de la mesa es la subasta de Unnim.

Y cuando en su intervención la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, le pidió de forma explícita y clara que "sea cual sea el destino del Banco de Valencia en el complejo mundo de fusiones bancarias, pueda mantener su identidad", Rato no cambió el semblante ni por un segundo.

Y en su discurso habló de los mercados financieros internacionales, de dotaciones y provisiones, de créditos y... No, ni una palabra del Banco de Valencia. Ni como guiño a una alcaldesa que había dicho minutos antes de él que le había confesado en una ocasión que "se siente más valenciano que Jaime I el Conquistador".

Y como el presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, no hizo ninguna referencia al banco en su discurso de cierre, el acto acabó sin más, con el himno regional a todo volumen para tapar tanto silencio. Todos en pie, en posición de escucharlo. Hasta Rato, ese hombre tan valenciano como Jaime I, que nació en Montpellier y que fue reconquistando a golpe de espada los territorios del sur hasta fundar el Reino de Valencia. Como para el Conquistador, para Rato, Valencia también es territorio hostil. Veremos el futuro.

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